De la Córdoba musulmana, hasta hoy.

Por Santos1
Santos Aurelio y Sabigoto, Félix y Liliosa; esposos, y Jorge, monje; mártires. 27 de julio, 20 de octubre (traslación de Aurelio, Sabigoto y Jorge) y 9 de febrero (traslación de Félix).

La historia de estos 5 mártires de la Córdoba musulmana, siglo IX, son un hermoso testimonio, que ofrece el historiador San Eulogio de Córdoba (11 de marzo), que reseñó los martirios de muchos cristianos en sus obras, “Documentum martíriale”, “Memoriale sanctorum” y especialmente la "Passio sanctorum martyrum Georgii monachi, Aurelii atque Nathaliae".


San Aurelio era de familia bien, y sus padres fueron un moro y una cristiana que murieron cuando el Aurelio era aún un niño. Fue educado por una tía, cristiana fervorosa, que le enseñó en secreto el Evangelio de Cristo, al que aprendió a amar y seguía, aunque públicamente creciera como musulmán, fue educado según las leyes y la religión musulmana. Cuando llegó a la juventud, se casó con Sabigoto, una joven de familia musulmana, cuya madre en segundas nupcias se había casado con un cristiano, convertido y bautizado junto a su hija, aunque en público aparecían como musulmanas aún. Eran parientes suyos Félix, cristiano que había apostatado en su juventud, y su esposa Liliosa, cristiana e hija de cristianos ocultos. 

Ocurrió un día que Aurelio fue testigo de la flagelación de el piadoso Juan el Comerciante, y decidido a vivir su fe cristiana con coherencia, al llegar a casa dijo a su mujer que era llegado el tiempo de entregarse a Cristo verdaderamente, despreciando el mundo y aspirando a la perfección cristiana. Acordaron vivir en castidad, penitencia y oración, implorando a Dios les diese la gracia del martirio, supremo testimonio de fe. Y comenzaron una vida monástica, sin dejar que trasluciera a los demás, para los cuales seguían siendo marido y mujer. Se afanaron en la penitencia, la caridad, las visitas a los cristianos perseguidos. Aurelio llevó a sus hijas pequeñas al monasterio Tabanense, para que fueran educadas en la virtud y se consagrasen a Dios. Vendieron poco a poco, para no llamar la atención, todos sus bienes, a favor de los pobres, reservando para ellos solo lo justo para mantenerse frugalmente. 
Esta vida piadosa obtuvo su primera recompensa: Sabigoto tuvo la revelación de que pronto obtendrían la palma de la victoria por medio del martirio junto a un santo monje que vendría del Oriente. Participaron de esto a Félix y Liliosa que, alentados con su ejemplo, les imitaron en su vida monástica en el matrimonio, con la esperanza de también alcanzar el martirio por Jesucristo. Y sucedió lo avisado por Dios: llegó a Córdoba un diácono monje, profeso del célebre monasterio de San Sabas. Era gran conocedor de las Escrituras, lenguas, y en los Padres de la Iglesia. Había sido enviado por su abad a visitar los monasterios de África, Galia, España, y pedir socorro para sus fieles palestinos. Llegado al monasterio Tabanense, el abad quiso conociera a Aurelio y Sabigoto, cristianos fervorosos. Llegado a la presencia de Sabigoto, esta exclamó: “este es el monje que nos ha de acompañar en nuestro combate”. Y, enterado Jorge de la revelación, avisó a su abad y se preparó para el martirio.
Es curiosa la forma que eligieron para darse a conocer como cristianos: las mujeres irían sin velo y entrarían a una iglesia. Las cosas no han cambiado tanto desde el siglo IX, cuando este hecho llamó la atención de los musulmanes, que las denunciaron ante los jueces encargados de velar por el cumplimiento de las normas islámicas. Llamaron estos a los hombres y les interrogaron acerca de aquella actitud de sus mujeres. Aurelio contestó: “(Ellas) visitan las iglesias y los sepulcros de los mártires, que es costumbre de los cristianos, y nosotros lo somos”. Aún con esta confesión de fe fueron liberados unos días, que Aurelio aprovechó para visitar y despedirse de sus hijas, y de San Eulogio, el cual le besó las manos, venerándolas. 
A los pocos días, enviaron unos soldados adonde Aurelio, para que se entregasen por cristianos. Salieron los cuatro, con Jorge. Este recriminó a los captores: “¿Por qué queréis violentar a los cristianos a que nieguen la verdad de su fe, y admitan la falsedad de vuestra secta?, ¿No os basta ir al infierno con vuestro profeta?”, lo cual, claro está, fue tomado por una gran ofensa, y los mismos soldados sacaron sus espadas y lo hirieron. A lo que el mártir dijo: “Todo aumenta la corona”. Llegados al tribunal, fueron convocados a abandonar la fe cristiana con promesas y amenazas, pero los cinco fueron unánimes en negarse. Los enviaron a la cárcel encadenados, donde estuvieron cinco días en oración, alabando a Dios y cantando salmos. Allí conocieron a las santas Flora y María (23 de noviembre). Al cabo de estos días, de nuevo fueron juzgados y obligados a apostatar, obteniendo la misma respuesta: Un rotundo “no”. Así pues, los jueces condenaron a Aurelio y Sabigoto, Félix y Liliosa a muerte por infieles. Jorge fue liberado por ser extranjero y no constar su pertenencia anterior al Islam. Pero él se negó a ser liberado, y para adquirir la gloria clamó contra  Mahoma, llamándole “satanás y precursor del Anticristo”, por lo que fue degollado con los otros cuatro santos mártires. Era el día sexto de las calendas de agosto de 852, o sea, el 27 de julio, bajo el reinado de Abderramán II. Y cuenta Eulogio que la niña más pequeña de Aurelio y Sabigoto, conociendo el martirio de sus padres le dijo habría de escribir el martirio de sus padres, a lo que respondió el santo preguntándole que como le pagaría ese trabajo. Y la niña, resuelta en sus cinco años, le dijo: “Te alcanzaré del Señor el paraíso”.
Todos los martirologios los incluyen en este día, salvo Usuardo, que erró y los puso a 27 de agosto, creando una confusión seguida por algunos. Las Actas fueron ampliadas, y se les dio los nombres de Felícitas y María a las niñas, y a Sabigoto se le llama Natalia. Este desacuerdo en los nombres lo soluciona Enrique Flórez de Setién, citando que Eulogio escribe: “eamque ex sacramento baptismatis Sabigotho apellans”, por lo cual antes de ser bautizada tendría otro nombre: Natalia, que sería el nombre público por el que todos la conocían, pues su nombre e identidad cristianos permanecieron ocultos hasta el momento del martirio. Otras adiciones dicen que los cuerpos permanecieron abandonados durante tres días, durante los cuales las aves de carroña no solo no los tocaron, sino que no permitieron que otras fieras tampoco lo hicieran. Luego de estos tres días, los cristianos los recogieron y llevaron las reliquias a diversas iglesias de la ciudad. Una confusión hizo que el cuerpo de San Aurelio quedase con la cabeza de Santa Sabigoto, y lo contrario.

En 858 los monjes Usuardo (sí, el famoso Usuardo), y Odilardo, de San Germán de París viajaron a  las reliquias San Vicente Mártir, que se veneraban en Valencia, por miedo a la profanación por parte de los moros. Enterados de que las reliquias de San Vicente estaban a salvo, no quisieron regresar sin reliquias de mártires, por lo que, enterados del testimonio glorioso de los de Córdoba, bajaron hasta esta ciudad, para solicitar algunas reliquias. Luego de pasar algunos azares, los monjes llegaron a Córdoba, veneraron las reliquias de algunos mártires y pidieron las reliquias de  Jorge y Aurelio, que se veneraban en el monasterio Tabanense, para venerarles en su monasterio francés. Las obtuvieron luego de algunas negativas, recelos, hasta que la diplomacia venció y finalmente, el 11 de mayo de 858 partió la comitiva francesa con los cuerpos de Jorge y Aurelio. Las reliquias pasaron por Toledo, Alcalá, Zaragoza, Barcelona, Gerona, Narbona, y en cada sitio recibían veneración pública y su testimonio se extendía. Llegados a París, el 20 de octubre los dos cuerpos y la cabeza de Sabigoto. El cuerpo de San Félix se trasladó al monasterio de San Zoilo en Carrión de los Condes, junto al de San Zoilo (27 de junio) y San Agapio (3 de julio), para luego ser trasladado a Alcalá.

Fuentes:
-“ España Sagrada” Tomo X. P. ENRIQUE FLÓREZ DE SETIÉN, O.S.A. Madrid, 1753.
- “Tratado de la Iglesia de Jesucristo, o Historia eclesiástica”. Tomo IX. D. FELIX AMAT DE PALOU Y FONT. Madrid, 1807.