De la geopolítica para un mundo conectado

Por Harendt

Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. La interdependencia conlleva conflicto y cooperación, y el riesgo de vivir una era en la que no se está oficialmente en guerra, pero nunca en paz, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el historiador Antonio R. Rubio Plo, añade descontento generalizado, un mal psicológico, que no puede curarse con diseños utópicos de un mundo ideal. En la segunda, un Archivo del blog de junio de 2018, el también historiador Tomás Llorens, reseñaba la novela de Albert Camus La peste y analizaba cuanto el libro contiene de exaltación de la idea de compromiso; compromiso con la humanidad, pero sobre todo con uno mismo y con nuestra condición de hombres. Cierran las entradas de hoy el poema A Diotima, del poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) y las viñetas de humor de cada día. Espero que les resulten interesantes. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com


Geopolítica para un mundo conectado
ANTONIO R. RUBIO PLO
05 JUN 2024 - Revista de Libros - harendt.blogspot.comReseña del libro La era «sin paz». Cómo la conectividad genera conflicto, de Mark Leonard. Rialp, 2024-
Mark Leonard, director del European Council of Foreign Relations, escribió hace dos décadas un libro con resonancias de triunfo, Por qué Europa liderará el siglo XXI, que el entonces Alto Representante de la PESC, Javier Solana, calificó de «optimismo contagioso», pues hablaba de un Nuevo Siglo Europeo y de las ventajas de la integración. El libro era, en definitiva, una entusiasta apología de la «estrategia normativa» de la UE, capaz de desplegar un destacado ámbito de influencia internacional. Sin embargo, en aquellos tiempos el mundo vivía impactado por las consecuencias del 11-S y la guerra de Irak, aunque Leonard no había perdido la esperanza en el orden internacional liberal y en el proceso de globalización. Luego llegarían la crisis financiera de 2008, el Brexit, la presidencia de Trump, la pandemia, la guerra de Ucrania… Pese a todo, Mark Leonard no se ha anclado en el pesimismo, sino que su respuesta ha sido un nuevo libro que se ajusta al principio de realidad y que ha dejado de lado las ingenuidades de obras como La tierra es plana (2005) del periodista Thomas L. Friedman, una de las obras más difundidas en la primera década del siglo XXI. Con La era «sin paz», Leonard ha reconocido que una época ha pasado y que hemos entrado en un período de inestabilidad, de un modo similar al politólogo búlgaro Ivan Krastev, amigo del autor, que en La luz que se apaga (2019) certificó la agonía del internacionalismo liberal.
Cabe intuir que a Mark Leonard le habrá supuesto un considerable esfuerzo escribir este libro. Dados sus antecedentes, los de su infancia en Bruselas, su condición de hijo de un exdiputado laborista europeísta y su combate intelectual por Europa, escribir puede ser un esfuerzo plúmbeo, sobre todo para un inglés que asistiría conmocionado al irracional triunfo del Brexit en 2016. Según él mismo reconoce, su primera intención sería hacer un apasionado alegato en favor de un «mundo abierto». Si lo hubiera hecho así, su libro habría pasado inadvertido. Pero al asumir el principio de realidad y no enmascararlo con un cargamento de buenas intenciones, su libro se ha convertido en una indispensable referencia para el conocimiento de un mundo agitado por toda clase de turbulencias. Es el mundo de la era «sin paz», en el que sigue habiendo guerras como la de Ucrania en el que conviven los armamentos convencionales y la tecnología más sofisticada. Esta guerra finalizará un día, aunque sea de manera provisional, pero el mundo hiperconectado, resultado de la globalización, seguirá sin conocer una auténtica paz.
Hoy podemos detectar dos tendencias en la opinión pública: la de los que rechazan la globalización y le atribuyen toda clase de males, y la de quienes imperturbables ante los hechos, contagiados por una especie de fatalismo del progreso, actúan como si no pasara nada. En cambio, Leonard asume los hechos y sus consecuencias. Al igual que tantos otros, él también creyó en que conectar el mundo podría traer una paz duradera. La integración de la economía, el transporte y las comunicaciones haría imposible las guerras. No era precisamente algo novedoso, pues, como recuerda Leonard, en 1909 el periodista Norman Angell publicó La gran ilusión, una apología del libre comercio como instrumento de paz, que bien podrían haber suscrito Kant o Adam Smith, y que le valió a su autor el Premio Nobel de la Paz en 1933. Sin embargo, el mundo conectado de nuestros días es una fuente de conflictos.
Esta obra podría llevar también el título de Geopolítica de la conexión, que da nombre a uno de sus capítulos. Quien se interese por la geopolítica debe de tener en cuenta los factores presentados en este libro y no enrocarse en teorías sobre control de territorios por grandes potencias, en las que importa más el fatalismo o determinismo geográfico que la actuación de los seres humanos. Por eso, no me resisto a transcribir este sintetizador párrafo del libro de Mark Leonard: «En los próximos años, es menos probable que los grandes conflictos geopolíticos giren en torno al control de la tierra y el mar. En su lugar, serán los pactos migratorios, los centros financieros extraterritoriales, las fábricas de fake news, las ayudas estatales, los chips informáticos, la protección de las inversiones y las guerras de divisas los que estarán en el ojo del huracán». Todas estas circunstancias las conoce bien Leonard, pues ha viajado a China, donde ha estado en sus centros de reconocimiento facial, ha visitado el Pentágono, la sede de Facebook, un museo de Teherán dirigido por los guardias revolucionarios o ha conversado con algunos líderes políticos como el presidente turco Erdogan.
El contraste con la realidad lo apreció el autor en su primer viaje a China en los inicios del siglo actual, cuando muchos en Occidente querían creer que los chinos se estaban adaptando al orden global, y que después de las transformaciones económicas llegaría la democracia liberal. El politólogo chino Yan Xuetong le ofrecería una perspectiva diferente: China no imitaría a Occidente y buscaría sus propios intereses nacionales. De ahí que Yan Xuetong sea considerado como el fundador de la escuela china de relaciones internacionales, y es destacable que en algunos de sus escritos no ha descartado un conflicto armado con Estados Unidos. En efecto, como bien resalta Leonard, no hay ningún telón de acero, ni de bambú, que separe a chinos y norteamericanos. Los vínculos de los dos países en economía y comercio son muy acentuados, pero esa conexión no aleja la posibilidad de un conflicto. Pekín no se ha convertido a las normas universales preconizadas por Occidente y sigue su propio camino para consolidarse como superpotencia, y el campo principal de batalla entre los dos países es el de la tecnología. La tecnología es la principal fuente de sospecha entre Pekín y Washington, pues ofrece la posibilidad de inmiscuirse en los respectivos asuntos internos.
Las impresiones de Leonard sobre el terreno se han visto completadas con largas jornadas de estudio y reflexión, imprescindibles para redactar un libro que debe bastante a la psicología. Por ejemplo, el libro de la psicóloga Pia Mellody, Afrontar la codependencia (1989), aplicable, según Leonard, a la política y las relaciones internacionales. En la codependencia los lazos entre los distintos actores se vuelven tóxicos, pero también resultan ineludibles. La conclusión, más emocional que racional, es que los problemas deben gestionarse más que solucionarse. Recuerda un tanto a la filosofía oriental del ying y el yang, que coexisten en lugar de sintetizarse. No es casual que Leonard encontrara el citado libro en una librería de Pekín, y eso le ha llevado a concluir que el mundo necesita de terapeutas más que de arquitectos, si bien nuestro autor desconfía de la palabrería psicológica. Personalmente este planteamiento me ha recordado en cierto modo la dialéctica de la oposición polar del filósofo Romano Guardini, formulada en 1925, que implica el rechazo de la síntesis hegeliana y marxista, y defiende la coexistencia de los opuestos. Un polo no destruye al otro, sino que tienen que coexistir. Puede, por tanto, existir una cierta unidad en la diversidad, lo que implicaría la conclusión, sin ir más lejos, de que la realidad es superior a las ideologías.
Otro libro influyente en el discurso de Mark Leonard es La geografía del pensamiento, del psicólogo social Richard Nisbett(2003), una recomendación que le hizo Andrew Marshall, un funcionario del Pentágono que fue director de la Oficina de Evaluación de Redes. Marshall fue un gran estudioso del pensamiento estratégico de Pekín, pero a Leonard le llamó la atención su escaso interés en hablar del armamento y la tecnología. Lo que más le interesaba era la comparación entre las distintas formas de pensar de chinos y estadounidenses. Los occidentales tienen pasión por las categorías abstractas, pero, en cambio, los chinos consideran que los acontecimientos no suceden los unos aislados de los otros, sino que forman parte de un todo en el que los elementos cambian continuamente. Del libro de Nisbett lo que más gustaba a Marshall era el experimento de la pecera: un estadounidense miraba directamente a los peces, dónde nadaban y su tamaño. En cambio, un chino fijaba su atención en la forma de la pecera, y las piedras y plantas que había en ella. A partir de ahí llegaba a una conclusión sobre las opciones que tenían los peces. Los chinos son, por tanto, maestros de la estrategia relacional, y en cambio, los norteamericanos lo son de la instrumental. Por lo demás, Marshall recomendó a Leonard la lectura de La propensión de las cosas: para una historia de la eficacia en China (2000) del sinólogo y filósofo François Jullien, donde se señala que los chinos no parten de planes preconcebidos sobre una realidad que debe de ser organizada. Por el contrario, creen que la realidad lleva implícita su propia organización. Tiene propensiones e inclinaciones que hay que saber detectar y aprovechar. Es lo que Jullien llama «potenciales de situación».
Leonard subraya que la conexión es esencial para nuestro bienestar. Pero los hechos han demostrado que no nos ha conducido a un mundo ideal regido por la cooperación. La conexión ha traído al mismo tiempo conflicto. De ahí que dedique amplios párrafos de su libro a reiterar que la envidia ha dividido a las sociedades del mundo conectado, una envidia que está muy relacionada con las ansias de imitación. Por otra parte, el deseo de estar conectados ha contribuido paradójicamente a la segregación en diferentes grupos identitarios. Por eso, la guerra cultural es también una guerra digital y en ella se transmite, entre otras cosas, la percepción de que las minorías amenazan a las mayorías que, supuestamente, serían minorías en sus propios países. De esa mentalidad participan tanto el America First de Donald Trump como la memoria trágica de aquellos países que siguen esgrimiendo su pasado colonial en la arena internacional.
En consecuencia, Leonard asegura que hay que poner los medios para «desarmar» la conexión, y para ello utiliza el símil del control de armamentos durante la Guerra Fría. Sin embargo, hay una diferencia: es una tarea que no corresponde únicamente a los estados. Es una labor que afecta a la gente corriente, a los que somos actores en un mundo conectado, pues las redes sociales son un instrumento principal de polarización. Podría calificarse de terapia de «desintoxicación», una tarea ardua y comparable al descorazonador mito de Sísifo, en el que hay que estar empezando una y otra vez. Esta terapia para la era «sin paz» la extrae Leonard de la psicología por medio de los siguientes pasos.
En primer lugar, hay que afrontar el problema de que las redes sociales exacerban la fragmentación y desatan la envidia y el resentimiento. En segundo lugar, hay que establecer límites sanos al panorama de polarización, y buscar, siguiendo al politólogo estadounidense Jonathan Haid, subrayar lo que la sociedad tiene en común en lugar de insistir sobre su diversidad, algo que hace que las personas vivan juntas sin llegar a conocerse. En tercer lugar, hay que ser realista sobre lo que se puede controlar. La humanidad tiene la difícil tarea de aprender a gobernar la tecnología que ha creado, y en el caso de China, Leonard recuerda que China no se derrumbará y que tampoco imitará a Estados Unidos. El realismo pasa por convivir con una China poderosa sin renunciar a los valores occidentales. En cuarto lugar, está el autocuidado, pues el mayor desafío al orden liberal no proviene ni de Rusia ni de China, sino de sus sociedades divididas. Toca, por tanto, rediseñar las políticas nacionales de educación, sanidad, asistencia social e industria para producir riqueza y distribuirla equitativamente. Por último, en quinto lugar, hay que buscar un consentimiento real de las personas, pues gobiernos y empresas han impulsado la conexión sin intentar garantizar el consentimiento, ni a escala nacional ni internacional.
La interdependencia conlleva conflicto y cooperación, y el riesgo de vivir una era en la que no se está oficialmente en guerra, pero nunca en paz. Una era del descontento generalizado. Estamos ante un mal psicológico, que no puede curarse con diseños utópicos de un mundo ideal. Antonio R. Rubio Plo es profesor de Relaciones Internacionales y de Historia del pensamiento político y analista de temas de política internacional.