En los últimos treinta años de siglo xx la disciplina histórica vivió una revolución de paradigmas; como sucedió en otras disciplinas sociales, la llamada “nueva historia”, según Burke, rompió con el paradigma tradicional. Le anteceden Febvre, Bloch y Braudel (de la Escuela de los Annales) quienes iniciaron los primeros trabajos de renovación de la historia. Ellos cuestionaron la interpretación de la historia tradicional que privilegió la historia política y económica, al destacar una historia narrativa de acontecimientos, mientras que los nuevos enfoques propusieron el análisis de estructuras. La historia tradicional presentó una interpretación desde arriba, es decir, de los grandes héroes. La Nueva Historia, en ese entonces, se propuso estudiar a las masas, es decir, a los grupos sociales que antes no eran sujetos de estudio, incorporando enfoques interdisciplinarios para reinterpretar los procesos históricos de cada uno de los periodos.
Escribir la historia desde abajo, rescatar las experiencias pasadas de la mayoría por parte de los historiadores, como apunta Thompson, significa: “el aire de enorme condescendencia de la posteridad”. La historia de la cultura popular ha sido objeto de considerable atención. El paradigma tradicional decía que la objetividad de la historia debería de fundamentarse en el documento, con los Annales este enfoque cambio y esta corriente fue más allá de los documentos (Burke, 2003: 41). Así, no sólo incorporó nuevas fuentes sino también temas como la vida cotidiana y privada, a las mujeres, la infancia, la juventud, entre otros, donde emergió muy lentamente el estudio de las identidades, principalmente la femenina.
Los aportes del feminismo al estudio de las identidades en los estudios históricos
El feminismo, en este sentido, proveniente de los movimientos culturales de la década de los sesenta del siglo xx, cuestionó el androcentrismo y la misoginia de la ciencia. Influenciadas por las teorías feministas, las historiadoras Michelle Perrot (1997), Joan Scott (1996, 1997) y Mary Nash (1984, 2004) cuestionaron el saber histórico tradicional e incorporaron a las mujeres como sujetos históricos. Las diversas corrientes del pensamiento feminista (Belucci, 1992; Miguel, 1995) que incursionaron en la academia y en los movimientos sociales a lo largo de últimas décadas del siglo xx contribuyeron al estudio de las identidades y subjetividades de las mujeres. Así fue posible conocer el ejercicio del poder patriarcal en el cuerpo y sexualidad femenina. Otro aporte del feminismo es la categoría de género que ha hecho hincapié en que tanto las mujeres como los hombres nos construimos socioculturalmente a partir de la diferencia sexual. En este sentido, desde esta corriente el feminismo irrumpe al proponer el estudio de las masculinidades. Disciplinas como la Antropología, la Sociología y la Psicología han dado los primeros pasos en el estudio de esta temática.
Los trabajos de Bourdieu, Foucault y Connell fueron pioneros al cuestionar la masculinidad hegemónica, y con ello la sociología, la filosofía, la psicología y la antropología contribuyeron a la historia. Sin embargo, en la disciplina histórica estos temas no han tenido la misma recepción y han sido seriamente criticados; son considerados, por algunos “expertos”, temas menores y de poco aporte a la disciplina, sobre todo cuando se les estudia desde el tiempo presente. A la par de esta constante descalificación, hasta ahora son escasos los estudios sobre la construcción sociohistórica de la identidad y subjetividad masculina y, en este sentido, ellos se inscriben en los llamados estudios culturales.
Todo lo anterior implica una disputa, no sólo académica sino también política, entre disciplinas y entre posturas teóricas que se reproducen en las universidades donde se enseña, investiga y divulga el conocimiento histórico. Por eso, intentar es tudiar la identidad de los hombres en pleno siglo xxi no es tarea fácil, sobre todo si nos proponemos buscar los antecedentes históricos del comportamiento machista, que ha estereotipado al hombre latinoamericano. Hoy, los hombres enfrentan problemáticas hasta cierto punto muy similares a las de los hombres del pasado, tanto en la vida pública como en la privada.
Los estudios históricos de la vida privada, de la vida cotidiana y de las mentalidades contribuyeron a visibilizar a nuevos sujetos y temas en la historia en el último tercio del siglo xx. El feminismo, en cada uno de sus periodos, puso en la mesa de la discusión el poder patriarcal. Los estudios de género develaron que la construcción de la diferencia sexual excluyó tanto a hombres como a mujeres de los espacios privados y públicos de forma distinta, privilegiando el poder masculino.
Es necesario estudiar desde una perspectiva sociohistórica la construcción del término varón-hombre. En la genealogía de las masculinidades (sí entendemos que éstas son diversas por los niveles de desarrollo que cada cultura tiene a partir de la raza, la etnia o la preferencia sexual) estos son elementos nodales que marcan una diversidad de identidades masculinas de carácter étnico, cultural y sexual a lo largo de la historia. De ahí la importancia de estudiar las masculinidad/es desde una perspectiva interdisciplinaria.
La historia y los estudios de las masculinidades
En torno a los hombres latinoamericanos, en especial de los mexicanos, se ha construido un estereotipo de masculinidad: ser “hombres muy machos”, luego entonces, surge una interrogante: ¿cuál es el contexto sociohistórico, ideológico y cultural en el que se ha construido la identidad masculina hegemónica y por qué se adula culturalmente al machismo como una representación de ésta?
Como bien sabemos, nuestros pueblos ancestrales tuvieron una representación dual de la humanidad, la cual fue borrada del imaginario “oficial” con la conquista espiritual de los españoles y, como resultado de ésta última, se configuró un nuevo modelo de identidad hegemónica masculina y femenina que pervive hasta nuestros días.
La cultura y la conquista religiosa en América Latina reprodujeron estereotipos y roles separados tanto en el espacio público como en el privado, donde los hombres y las mujeres ocuparon un lugar en cada uno de éstos. A los primeros se les asignó ser los “proveedores” y a ellas las “cuidadoras de la familia y de la prole”. Este modelo perduró por más de tres siglos hasta que cada uno de los países se independizó. Sin embargo, la conquista política-religiosa fue excluyente y racista, aún después de haber obtenido la independencia cada uno de los países que integran hoy el continente americano.
A este respecto, el historiador Carlos Aguirre (2009) sustenta que las sociedades latinoamericanas pos-independentistas fueron, en grados diversos, configuradas por estructuras altamente jerárquicas, excluyentes, racistas y autoritarias que, detrás de la fachada del liberalismo y la democracia formal, mantuvieron formas opresivas de dominación social y control laboral que incluían la esclavitud, el peonaje y la servidumbre. Los derechos ciudadanos fundamentales fueron negados a amplios sectores de la población. Profundas fracturas sociales, regionales, de clase y étnicas dividían a las poblaciones y pequeñas élites (terratenientes, financistas, empresarios exportadores, caudillos militares) gobernaban a las masas urbanas y rurales indígenas y negras. Esta situación implicaba una flagrante contradicción con los ideales republicanos de igualdad ciudadana e inclusión sobre los cuales se habían fundado, supuestamente, las naciones (Aguirre: 245). Acto seguido sustenta que en lugar de república de ciudadanos, como lo proclamaban las constituciones, las sociedades latinoamericanas constituyeron, durante la mayor parte del siglo xix, estructuras neocoloniales en las que el Estado operaba como un instrumento en manos de grupos oligárquicos (: 246).
Bajo esta tesis Aguirre afirma que, a principios del siglo xx, el crecimiento de las economías de exportación, los efectos combinados de la migración y la creciente urbanización, la emergencias de movimientos políticos radicales y de clase media, la implementación de reformas que buscaron ensanchar la participación política de la población y la consolidación de estructuras estatales relativamente modernas, trajeron consigo cambios significativos en la naturaleza de las relaciones entre Estado y sociedad. Se formularon e implementaron proyectos políticos y sociales más inclusivos que desafiaron la dominación de la oligarquía, cuyo poder había sido sostenido por estructuras políticas dictatoriales y modelos económicos exportadores (: 246). A pesar de los cambios políticos y económicos, no se modificaron las relaciones culturales, ni entre los géneros, y perduró el mismo modelo hegemónico de masculinidad.
En torno a los hombres de México se ha construido todo un “mito” y prototipo del machismo. Es importante apuntar que este modelo nos fue impuesto a la gran mayoría de los pueblos conquistados latinoamericanos a través de la religión y los sistemas políticos desde la conquista hasta la actualidad. En este sentido coincidimos con Izquierdo (2006) cuando apunta que, al revisar qué dicen los hombres de la masculinidad, observa una idea claramente dominante: “el sexismo genera sufrimiento en los niveles de la subjetividad de los hombres”. ¿Cuál es la raíz de este sufrimiento? ¿Por qué, históricamente, los hombres no han podido expresar y vivir sus sentimientos?
El antropólogo Gutmann, al indagar cómo se originó e institucionalizó el discurso machista en el caso mexicano, rescató que uno de los primeros estudios serios sobre el tema fue publicado en 1962. Mendoza estudió la “idiosincrasia mexicana” a través de docenas de canciones populares, corridos y cantares de finales del siglo xix y principios del siglo xx. Según éste, hay una distinción entre dos clases de machismo. El primero y auténtico se caracteriza por el valor, la generosidad y el estoicismo, mientras que el segundo, básicamente falso, se fundamenta en las apariencias: la cobardía se esconde detrás de alardes vacíos. Además, empleó el término machismo para referirse a los hombres rebeldes y cobardes del porfiriato (1877-1911), de la revolución posterior, etiquetando así todo un género de folclor como representativo del machismo (Mendoza, en Gutmann, 2000: 320).
En este análisis historiográfico Gutmann advierte que, en la década de los años sesenta del siglo xx, el trabajo de Américo Paredes (1967) ofreció varias claves relacionadas con la historia del término machismo, y en el proceso derivaron relaciones claras entre el advenimiento del machismo y el nacionalismo, el racismo y las relaciones internacionales. Paredes (1966), apunta Gutmann, encontró que en el folclor mexicano antes de los años treinta y cuarenta no aparecieron las palabras macho y machismo. Existía el término macho, pero casi como una grosería, parecida a las connotaciones posteriores del machismo. En tiempos de la Revolución Mexicana, distingue Paredes, se emplearon los términos hombrismo, hombría, muy hombre y hombre de verdad, así como valentía, muy valiente y otras más. A pesar de que durante la Revolución la frase muy hombre se utilizó para describir también a las mujeres valerosas, la relación de esa cualidad con los hombres se mantuvo (Paredes, en Gutmann: 321). Así, entonces, podemos distinguir el uso que se le dio a este término en un contexto determinado; ayer y hoy el significado de la masculinidad, por lo tanto, estuvo y sigue estando asociado a los términos macho y machismo, que se refrenda en los cantos, las películas y los modos de comportarse de los hombres de las diferentes clases y grupos sociales mexicanas y latinoamericanas.
A la propuesta anterior hay que incorporar el tema del género y la sexualidad, pues como bien apunta Mara Viveros (2006), ésta se encuentra inscrita en la cuestión racial y en la geopolítica del conocimiento que ubica a las sociedades latinoamericanas no sólo geográficamente sino epistemológicamente en el tercer mundo y en el Sur subdesarrollado. Por eso Viveros sustenta que la experiencia de género y sexualidad de mujeres y hombres latinoamericanos está afincada simultáneamente en el género, la sexualidad, la raza, el lugar epistémico de la diferencia colonial, los procesos de modernización y los proyectos de nación (Viveros: 17).
Bajo este contexto sociohistórico podemos comprender que los hombres decimónonicos y del siglo veinte convivieron con un sistema político-social-religioso que configuró una identidad “hegemónica” que se manifestó en cada uno de los países de América Latina de diversas formas y matices raciales. Las películas jugaron un papel definitivo en la reproducción de un modelo de dominación masculina que impregnó a toda la población hispana, principalmente, desde el hombre rico hasta el más pobre, y que estereotipó la identidad femenina: mujer-madre-sumisa-abnegada versus mujer-prostituta-transgresora.
Viveros, en el trabajo “El machismo latinoamericano, un persistente malentendido”, relaciona las especificidades de la dominación masculina en América Latina con las reflexiones que le suscita, como espectadora, la película “Hasta cierto punto” de Tomás Gutiérrez Alea, el cineasta cubano. El interés de explorar el tema del machismo desde el abordaje que hace de él una producción fílmica, está centrado en las posibilidades que éste abre para leer y comprender este fenómeno como una construcción sociocultural e histórica, diversa y compleja. Este trabajo pretende contribuir a aclarar el persistente malentendido que ha existido en torno de lo que se ha denominado (fundamentalmente por los medios de comunicación) “el machismo latinoamericano”, debido a que esta noción tiene muy poco alcance analítico y explicativo y, en segundo lugar, porque constituye un término mistificador que permite naturalizar el comportamiento de los varones de los grupos sociales subalternos (Viveros: 23).
La población integrada por las mujeres, la niñez, la juventud, l@s indígenas, fueron excluidos de la historia tradicional. A la luz de las nuevas corrientes historiográficas, como los estudios feministas, de la teoría Queer, de la historia de las mujeres y los estudios sobre las masculinidades y de género, estos sujetos sociales son incorporados a los estudios históricos en temas relacionados con la sexualidad, la violencia, el trabajo, la migración en la historia reciente y que se conocen como parte de los estudios culturales.
La enseñanza de la historia androcéntrica
No se podría presentar un número de “La Manzana” sobre procesos históricos sin cuestionar la enseñanza patriarcal de la historia en un contexto del mercado neoliberal y una cultura global. Como disciplina, la historia contribuye a la retransmisión del discurso masculino y del poder hegemónico en relación al trabajo de las mujeres, legitimando e institucionalizando al hombre como el centro del devenir histórico y, con ello, al androcentrismo en los libros de textos escolares, universitarios y de divulgación.
La enseñanza de la historia del siglo xxi en México, tanto en la educación básica como en la superior, se lleva a cabo predominantemente bajo perspectivas teóricas que destacan la vida política, económica, social y cultural de los hombres, las cuales excluyen a otros sujetos sociales: las mujeres, las personas jóvenes y adultas, con preferencias sexuales distintas, indígenas, entre otros. Por eso bien vale preguntarnos, ¿a qué obedece que, a pesar de los movimientos teóricos y sociales devenidos a lo largo de la segunda mitad del siglo xx y de las políticas públicas en materia educativa para la igualdad y equidad, se sigue reproduciendo una historia patriarcal en nuestras escuelas y universidades? La respuesta, desde nuestra perspectiva, se centra en la formación del alumnado, que después se incorpora como docentes, trabajadores/as y padre/madre de familia, y fundamentalmente está en el profesorado y las autoridades educativas.
La historia del presente se desarrolla en un contexto económico neoliberal y de la globalización, y ha tenido efectos muy degradantes para la calidad de vida de la mayor parte de la población mundial. Nuestro presente tiene una fuerte relación con el pasado y, en ese sentido, como especialistas y ciudadan@s, nos debe preocupar la violencia que domina al mundo –y en particular la que viven las mujeres–, el tráfico de personas, la pederastia, la homo/lesfobia, el narcotráfico, la corrupción, el incremento de la violencia y acoso escolar, en síntesis, la expresión al máximo del poder patriarcal ejercido en todos los espacios, tanto de la vida pública como privada.
Como casi todas las disciplinas, sino queremos que el conocimiento se vuelva una forma más de alienación, la formación en historia debe ser acompañada de una consciencia política que permita el desarrollo de un sentido crítico de los estudiantes frente a la información que se recibe y transmite. Esperamos que los artículos que contienen este número contribuyan a la discusión académica. Y que la diversidad geográfica, temática, teórica-metodológica y de los periodos presentados en este número estimule la investigación sobre las masculinidades desde una perspectiva histórica.
El número inicia con la contribución de Héctor Rojas Nolasco y Gloria A. Tirado Villegas, “Censura moral en las diversiones públicas”. La ciudad de Puebla (México) en la primera mitad del Siglo xix. El trabajo presenta una reflexión acerca de la censura moral en las diversiones públicas en la primera mitad del siglo xix. Los reglamentos del Honorable Ayuntamiento así como las normas no escritas sobre lo permitido y prohibido que develan una doble moral sexista de aquellos años. En lo que concierne a la diversión y el tiempo libre vemos reiterados los privilegios para los hombres y el pudor para las mujeres, propios de estos años decimonónicos.
Del México colonial nos trasladamos a la España de finales de siglo xix y principios del siglo xx. Alejandro Martínez-González, en “Masculinidad hegemónica en el discurso del movimiento obrero madrileño de finales del siglo xix y comienzos del xx”, aborda los modelos de hombría que emergieron en la prensa socialista, anarquista y del catolicismo social publicado en Madrid entre los años de 1898 a 1914. Cuando en España se vivió una profunda crisis política, económica y social, que contribuyó a cristalizar en este país el movimiento obrero socialista y anarquista y, más tarde, como reacción al crecimiento de éstos, el discurso auspiciado por el catolicismo social. L as publicaciones socialistas por ejemplo, propusieron a los obreros incorporar nuevos hábitos de comportamiento que enunciaron para ese momento un nuevo modo de “ser hombre”.
En este transcurrir por el tiempo histórico de España pasamos a Cuba, con el estudio intitulado “Masculinidad y migración: hombres gallegos y canarios en Cuba” (1902-1935), de Julio César González Pagés, Yonnier Angulo Rodríguez y Dayron Oliva Hernández. Los autores analizan el proceso migratorio de canarios y gallegos a tierras cubanas durante las tres primeras décadas del siglo xx en esta isla, durante el proyecto de construcción de la nación moderna. La identificación de ciertas características simbólicas asociadas a los varones inmigrantes sirvieron para justificar y favorecer la inserción de é stos en suelo cubano y posibilitaron, además, que a través de las sociedades regionales y la prensa escrita de ambas comunidades migratorias se reprodujeran imágenes culturales en torno a los modelos de masculinidad que supuestamente representaban a quienes venían y se establecían en Cuba. Así, se construyeron modelos representativos de la masculinidad gallega y canaria que se distinguen por particularidades a cumplir: los hombres canarios para trabajar la tierra y los gallegos para el comercio. Si bien al interior de las estructuras migratorias d el primer tercio del siglo xx, la prensa escrita y las sociedades regionales reprodujeron la masculinidad gallega y canaria como motivo de orgullo, desde la sociedad cubana se emitieron estereotipos discriminatorios como parte de las relaciones de poder que tipificaron el comportamiento masculino hegemónico, en general.
Otro estudio sobre la misma temporalidad versa sobre la región caribeña de Costa Rica. Mauricio Menjívar Ochoa, en “El género detrás del delito: masculinidad, conflicto y honor en el Caribe de Costa Rica, 1900-1930″, estudia la relación entre delito y masculinidad en el Caribe de Costa Rica. El análisis del delito revela la identidad de los hombres por sus procedencias –principalmente las Antillas inglesas, el Istmo centroamericano y otras provincias de Costa Rica– así como las relaciones conflictivas en una región marcada por el influjo de la producción bananera. El autor presenta un análisis historiográfico y documental sustentado en los anuarios estadísticos y los archivos judiciales relacionados con las lesiones, homicidios e injurias. La persecución de este tipo de faltas puede entenderse como la penalización de algunas expresiones conflictivas de la identidad masculina de la época. Particular importancia adquirieron las concepciones sobre el honor que articularon masculinidad, relaciones de poder y conflicto, pero que evidencian una dinámica social más amplia promovida por las instituciones de control social y los sujetos particulares, en los procesos de construcción de la hombría.
De Costa Rica regresamos al México posrevolucionario. En el texto intitulado “Mestizaje, homoerotismo y revolución”. Una trilogía de masculinidades mexicanas, de Jorge Gómez Izquierdo y Guitté Hartog, a partir de fuentes literarias se ilustra el aspecto performativo de la virilidad, retomando la propuesta de Judith Butler, en tres momentos cruciales de la historia mexicana donde la sexualidad se exacerba como una forma de dominación no solamente machista sino también racista, clasista y, desde luego, homofóbica.
En el siglo xx, en la historia latinoamericana, los regímenes militares impusieron formas de control político, económico y prácticas culturales al reproducir formas hegemónicas de vivir la masculinidad usando la violencia en todas sus manifestaciones, las formas de “ser hombre” propio de las fuerzas militares se impusieron a la población civil arguyendo el orden y la paz. La población de estos países se resistió de múltiples formas hasta lograr la transición a gobiernos más democráticos. Por eso la historia, desde diversos enfoques tiene una deuda pendiente: investigar qué transformaciones hubo en las subjetividades de los hombres en los países que vivieron bajo regímenes militares. Sobre este tema el presente número incluye dos trabajos. El primero intitulado El militarismo: ¿un refuerzo a la ideología patriarcal?, de la autoría de Irene Castillo y Claudio Azia que reflexionan sobre la contribución del movimiento de las mujeres a partir de la década de los años sesenta del siglo xx y su aportación a los estudios sobre varones y masculinidades. Además, revisan la crítica del feminismo sobre el poder y el control d el sistema patriarcal, similar al enunciado por movimientos antimilitaristas, y distinguen el origen de éste en la educación con fuerte sesgo militar de los varones. Asimismo, destacan las coincidencias entre patriarcado y militarismo, reforzando los señalamientos que aporta el feminismo para poder lograr soluciones en la construcción de una sociedad más justa de varones y mujeres unidos por la paz.
El tema sobre la construcción sociocultural de las masculinidades es estudiado por Darío Reynaldo Muñoz Onofre, en “Masculinidades bélicas como tecnología de gobierno en Colombia”. En este trabajo presenta un análisis de las masculinidades bélicas como tecnología de gobierno en Colombia. L a disciplina militar en los grupos armados, la práctica paramilitar y de limpieza social y la promoción masiva de héroes de la patria son algunas de las tácticas que asocian la seguridad nacional con la violencia machista. Sin embargo, también destaca la manera como la hegemonía de este tipo de masculinidades es resistida mediante prácticas paródicas que deconstruyen la pasión bélica instaurada en la opinión pública colombiana durante los años de la Seguridad Democrática.
Y, finalmente, se presentan tres contribuciones relacionadas con la historia de los hombres contemporáneos. Éstas se sustentan en historias de vida que abarcan las mismas problemáticas de la dominación masculina en el terreno de la sexualidad, la intimidad y de la vida de pareja. Manuel Antonio Velandia Mora, en “El poder de la masculinidad hegemónica y la construcción de la masculinidad a partir del sometimiento sexual a otros hombres”, presenta de manera muy ilustrativa como ciertos hombres construyen su virilidad a partir del sometimiento sexual a otros hombres. Mientras Patricia García Guevara, en “Nuevos ordenamientos en la intimidad masculina”, desde la posmodernidad abarca los nuevos ordenamientos en la intimidad masculina a través de las cavilaciones de algunos hombres en su vida de pareja en el contexto urbano de la Ciudad de Guadalajara (México). Y, por último, cierra este número el trabajo colectivo de María de Lourdes Lidia Guzmán Ibáñez, María Esther Barradas Alarcón, Luz del Carmen Vargas López y Vanessa Gutiérrez Cotaita intitulado “Otras expresiones de violencia conyugal: la forma en que los hombres se adaptaron a los cambios”. Las autoras reflexionan sobre los marcos jurídicos que, a pesar de que sancionan y castigan la violencia conyugal, no atacan el problema de fondo: erradicar la violencia hacia las mujeres. En su artículo, ellas muestran las otras expresiones de violencia conyugal así como la forma en que los hombres se adaptaron a los cambios culturales y jurídicos que condenan la violencia.
Para concluir, este número de “La Manzana”, dedicado al tema de los procesos históricos, presenta investigaciones que nos muestran la construcción sociohistórica de la/s identidad/es y subjetividad/es masculina/s a lo largo de tres siglos que comprende la modernidad y el sistema capitalista: liberalismo, estado del bienestar y neliberalismo. Donde la historia de los hombres iberoamericanos es diversa por su condición social, racial, étnica y cultural, pero, dentro de ésta, encontramos un modelo hegemónico de masculinidad impuesta en los cuerpos y sexualidad masculina reproducida por el discurso ideológico y religioso dominante en estos siglos. Pone de manifiesto la emergente necesidad de promover más investigaciones de corte sociohistórico (para explicar los vacíos), dedicadas al estudio de los hombres y la dominación masculina desde la perspectiva ya sea feminista y/o de género, donde se incluyan las nuevas tendencias teóricas como los estudios Queer, donde dialoguen los discursos teórico-metodológico multidisciplinarios para intentar explicar la genealogía de nuestros problemas del presente y construir una sociedad más pacífica, democrática y equitativa en las relaciones entre los hombres y las mujeres, donde la ciencia histórica tiene mucho que aportar.
Bibliografía
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* Elva Rivera Gómez es Profesora Investigadora de la BUAP. Dra. en Historia y Estudios Regionales por la Universidad Veracruzana. Integrante del SNI, nivel I, contacto: elva.rivera@gmail.com
http://www.estudiosmasculinidades.buap.mx/num9/index.html
De la Historia Universal del Hombre a la Historia de las masculinidades.
Publicado el 21 abril 2012 por Jmartoranoster
Posted on 21 abril, 2012 by juanmartorano
Elva Rivera Gómez / La Haine
Si te agarro con otro, te mato / te doy una paliza y después me escapo / Dicen que soy violento, pero no te olvides que yo no soy lento / Dicen que yo soy celoso, pero no te olvides que yo fui tramposo
(Fragmento de la canción “Sí te agarro con otro te mato”, interpretada por Cacho Castaño).
¿Qué modelo de masculinidad promueve este tipo de canción? ¿Qué relación guarda con la construcción sociohistórica de la/s identidad-subjetividad/es masculina/s tradicional/es?
“La Manzana” tiene su propia historia y quiere contribuir a la revolución del conocimiento social contemporáneo en torno a los estudios de las masculinidades para construir tanto ciencias como una sociedad más incluyente y democrática. Este número no es la excepción, por ello partimos de la interrogante ¿cómo innovar a partir de la historia? Desde hace muchos siglos la Historia Universal, que principalmente es la historia de Europa, es parte del árbol del conocimiento que tiene sus raíces en lo más profundo del suelo patriarcal. Desde la Sin razón Masculina, como menciona Víctor Siedler (2000), la Historia se construye y enseña como una disciplina de las Ciencias del Hombre que refuerza, bajo una aparente neutralidad, la dominación masculina. Más allá de proporcionar una lista de acontecimientos fechados, la “Historia Universal” reitera los relatos de las grandes guerras, de las invasiones y sangrientas revoluciones llevadas por grandes hombres conquistadores, dictadores, héroes revolucionarios y pensadores desde el punto de vista de los vencedores. La verdad que vale es la de los dominantes que provienen de las grandes potencias. Durante muchos siglos se ha reproducido este tipo de enseñanza e investigación de la historia.
Los artículos de este número contribuyen a romper varios paradigmas de la tradición histórica. Una primera manera es mostrar la no sutil obsesión por la preservación del modelo dominante de la masculinidad hegemónica tanto a nivel macro político como a nivel privado y muy íntimo. Tanto en los relatos de la historia oficial de los pueblos como en las historias de vida personal de los hombres aparece esta fascinación por la dominación viril que consiste en erigirse como seres superiores sometiendo a los grupos o las personas de su alrededor a su voluntad. Otra aportación de este número especial de “La Manzana” es evidenciar la subjetividad y el utilitarismo patriótico-patriarcal con el cual se han construido –y se siguen elaborando– las versiones oficiales de las historias “universales”, nacionales y regionales. En fin, hablar de procesos históricos obliga a pensar en los mecanismos ideológicos de la construcción y transmisión de los saberes históricos formales e informales, donde la ciencia, los medios y la sociedad juegan un papel muy importante en el tiempo presente.