De la imagen de vestir, aciertos y desaciertos. (I)

Por Santos

I. Doble objetivo de las imágenes.
Las imágenes en la Iglesia tienen principalmente dos motivos de existir: el primero, pedagógico; y el segundo, devocional. Desde las primeras imágenes en el arte cristiano (símbolos animales u objetos), la intención de enseñar fue primordial. Con el tiempo y perfeccionarse las representaciones humanas y la semejanza con el ser adorado o venerado, la imagen comienza a tener un valor cultual, mediador, ya que hace presente a Dios o sus santos. Si nos fijamos, y no es casual, mientras más lejos del tiempo de Cristo, más busca la imagen el parecido físico con este (entiéndase, con un Cristo ideal), más interesa el realismo y la manera de captar a la persona representada (María o los santos).

II. Antecedentes de la imagen de vestir.
1. El románico: Traza los pliegues de las ropas en forma de líneas simétricas, de poco calado y sencillas, casi pegadas al cuerpo.

2. El gótico: busca más realismo y movimiento, creando en ocasiones una sinuosidad amanerada. Los pliegues y las caídas de los mantos abundan en vueltas, escondrijos y relieves que de seguirse con la vista casi causan mareos.

3. El renacimiento: Este estilo desarrolló principalmente el tema religioso en la pintura, dejando la mayor parte de la escultura para temas paganos. Una característica interesante en el tratado de las vestiduras, es que hizo especial énfasis en recrear los vestidos del momento (siglos XIV al XVI). Mientras que Cristo, María y los apóstoles visten según la usanza judía del siglo I, los demás personajes sedundarios, aún bíblicos, serán pintados con vestidos colores y texturas renacentistas. Delicioso anacronismo que serviría de base al barroco, momento en que nace la imagen “de vestir

III. La imagen vestida, algo de historia.
He dicho “nace” en el apartado anterior, pero, curiosamente, las primeras imágenes vestidas con telas son tallas románicas y góticas anteriores. En el siglo XVI, acentuado en el XVII y XVIII, llega la moda de vestir las tallas. Es lo novedoso, como si de pasarelas se tratara: es el “último grito de la moda”. Así es que La Candelaria de Tenerife, Montserrate o Regla se cubren con vestidos, cubriendo la policromía, lo que en algunos casos sirvió para protegerla. Si la intención fue buena, en algunos casos el resultado fue funesto, hasta hoy día, un ejemplo: Loreto perdió” los brazos y el Niño solo muestra la cabeza, sin manos. Toda la imagen quedó cubierta por una especie de delantal con dos agujeros para las cabezas. Y aun hoy se representa así.

Con el tiempo, la mayoría ha recobrado su apariencia normal, pero algunas quedan de esa guisa, como la Reyes de Sevilla, Guadalupe (la española), o La Caridad de San Lúcar de Barrameda. Quiero señalar que esta tendencia se dará principalmente en el barroco español e italiano, siendo así que en Alemania, fuerte bastión de este estilo, salvo casos muy puntuales, como Altötting, no ocurrió. (1)

IV. La imagen, ya lista para vestir.
Con el tiempo, las imágenes  se comienzan a hacer ya específicamente para ser vestidas. Van desapareciendo los pliegues, el cuerpo toma una forma humana desnuda, aunque sin detalles y en ocasiones con talla basta. En vistas al ahorro, surge en el XVIII la imagen “de candelero”, o sea, un busto sobre cuatro, seis u ocho varillas sujetas a una base. A algunas de estas imágenes se les ponen unos pies sueltos, para que se vean bajo las túnicas, pero sin llegar a ser piernas. Se hacen mecanismos de articulación de brazos, codos y manos, para lograr vestirlas y, también, para cambiar su posición. Desaparecen las cabelleras talladas, que son sustituidas por pelucas y, en algunos casos, hasta las barbas son de pelos. En América, para la evangelización, se construyen imágenes que son simples conos de barro o pasta de maíz, con brazos y cabeza para vestir. Con la mentalidad de “total, si es para vestir” los abusos no se hacen esperar: cabezas y manos montadas en cruces de palos, como espantapájaros (las he visto, sé lo que os digo). Otras eran, o son, armazones de madera, paja, trapos o algodones, perfectamente vestidas y enjoyadas. Una sola imagen usada para tres o más vírgenes o santos. Es el tiempo de la apariencia, lo grandilocuente y exterior: la imagen, en su función cultual, obvia su función pedagógica y lo que importa es “el teatro” y lo que se ve.

Decadencia y sustitutos:
En el siglo XX la imagen de vestir comenzó a ser defenestrada, y la Sagrada Congregación de Ritos pidió se sustituyeran, si era posible, con imágenes de bulto, más aún si eran mamotretos vestidos. El nacimiento de los moldes en serie les dio el toque de gracia, como moda, y dejaron de ser “lo más”, aunque algunos fabricantes de moldes aún hicieron series para vestir (con cuerpos bastos, piernas y brazos), pero no abundan. Algunas imágenes vestidas se salvaron (muchas en España) por la devoción, y otras sufrieron el fenómeno “del enyesado” (se ve mucho más en Italia y alguna en América): A base de alambres, maderas, papel y telas, se creaba un cuerpo imitando talla, para cubrir la cabeza. Los resultados, pues son muy variados, desde las que no lo parecen, por el buen acabado, hasta aquellas que son tan horribles que dan pena. Y estas abundan más, por lo general. En pocos casos, como El Carmen del Monte Carmelo, se insertó cabeza y manos en un cuerpo tallado en madera.

Y la verdad es que la idea original de este artículo era dar breves pautas para vestir bien una imagen, pero he ido divagando y me he extendido demasiado. Abusando de vuestra paciencia, habrá un segundo artículo. Como sé que es un tema en que las opiniones son diversas, que solivianta los ánimos y que somos unos cuantos interesados en él, espero sus comentarios, experiencias y aportes. En la imagen, el San José de la Basílica de Nuestra Señora de Zapopán, Mexico. Fotografía robada al buen amigo Tacho en su galería de de Flickr.


(1) Esta tendencia permanece aún en América, principalmente México o Perú. Pero será tema de otro artículo.