De la Inteligencia Emocional a la Ecológica

Por Cooliflower

Editado en 2009 por la editorial Kairós en España, llegó el best-seller de Daniel Goleman “Inteligencia Ecológica”.

Siendo uno de nuestros libros de cabecera favoritos, nuestro blog hubiera estado incompleto sin una entrada dedicada exclusivamente a él.

A Goleman le conoceréis, sin duda, porque fue el psicólogo que popularizó el termino “Inteligencia Emocional” en 1995. Desde entonces, los procesos de selección de personal son más amenos (y en ocasiones más surrealistas); ya no sólo se busca a un trabajador cualificado, sino que cobra máxima relevancia el factor “empático”. Goleman nos vino a decir, para el pueblo llano, y de forma similar a aquel anuncio de neumáticos que “la inteligencia sin control no sirve de nada”.

Inteligencia Ecológica”, a pesar de que, a nuestro entender, no es justo con la industria del algodón orgánico, al menos en lo que a nosotros y nuestros tintes nos concierne (ver las dos caras AQUÍ y AQUÍ), sigue siendo nuestro principal manual de referencia porque lo más importante es aprender a pensar. El ideal es alcanzar el estatus de ciudadanos/as (y por tanto consumidores/as) que cambien el mundo con acciones individuales. (Sigue la información tras el corte)

Goleman explica en el primer capítulo cómo descubrió que un inofensivo automóvil de juguete destinado a su nieto podía ser tóxico por su elevado contenido en plomo. Ante la duda, nunca entregó aquel presente y decidió estudiar los entresijos de la sociedad y la industria. Indagó en la parte oculta, mezclando sostenibilidad y ética, llegando a una conclusión que él toma del sudafricano Ian McCollum: “Tenemos que dejar de hablar de la curación de la Tierra. No es la Tierra, sino nosotros los que necesitamos ser curados”.

La cura, según Goleman, se basa en lo que denomina transparencia radical. Se pregunta de qué manera afectaría a la sociedad que todos nosotros, incluidos los niños en la escuela, tuviesen acceso a toda la información del proceso de fabricación y distribución de los productos. Probablemente muchos mitos caerían. Dejaríamos de comprar productos “ecológicos”, -como algunos automóviles bajos en emisiones-, porque reservan su carga de CO2 e impacto medioambiental para el proceso de fabricación.

Sin extendernos demasiado, porque lo interesante es leer un magnífico libro que induce al pensamiento propio más que al adoctrinamiento, extraemos esta frase sobre la compra de un producto: “¿Se ha preguntado cómo pueden fabricarlo tan barato? (…) ¿Qué líquidos habrán vertido a un río, que gases habrán liberado al aire, y qué materiales habrán arrojado a un vertedero?”.

Un libro para enriquecer el cerebro imprescindible para cooliflowerenses.