En el año 1982, leí por primera vez un libro que me caló hondo: “Memorias de Adriano”, de Margarita Yourcenar. Ya entonces me dije que algún día visitaría la Villa Adriana en Tívoli, propósito que reafirmé con la relectura hace un par de años.
Llegó el día tan soñado, un caluroso día de septiembre donde mis pies pisaron la antigua Tibur, la Tívoli de hoy. En las afueras, se conservan los restos de una de las villas más esplendorosas de la antigüedad romana: la Villa Adriana, con una extensión perimetral de ciento veintiuna hectáreas. Fue construida entre el año 118 y el 134 a instancias de Publio Elio Adriano, emperador de grandísima cultura y sensibilidad, impregnado de la pasión por el arte en todas sus formas.
Poblada de hermosos olivos, la villa rinde tributo a quien tanto la amó: la escritora francesa Margarita Yourcenar.
La villa fue el reflejo de los ideales humanísticos de un emperador viajero, con clara influencia de las culturas que amó. Adriano, filósofo, poeta y un apasionado de la arquitectura, la ideó como un lugar destinado al estudio y la reflexión. Ya estaba Adriano enfermo y sumido en la tristeza por la muerte de su joven amante, el bellísimo Antinoo, cuando inició las obras. Su estado melancólico no fue un obstáculo para que la villa fuera considerada su obra maestra.
Después, la villa fue usada como residencia de verano por todos los emperadores posteriores, hasta Diocleciano, muerto en 305 después de Cristo. A partir de este momento, la villa fue saqueada y destruida por los bárbaros. Durante siglos, fue utilizada como cantera para la construcción de otros edificios, como Villa d’Este en el núcleo urbano de Tívoli.
Es considerada como el palacio imperial más grande jamás construido, con termas, bibliotecas (una griega y otra romana, además de la personal de Adriano), edificios para el cuerpo de guardia, hospital, teatro griego, palacio, estanques, hospital y extensos jardines.
La entrada a la villa se realiza a través de un muro con puertas de acceso. Mide casi nueve metros de alto. Traspasado el mismo, está el llamado Pecile, una gran plaza con un enorme lago, a semejanza del pórtico policromado ateniense que había generado una gran admiración en Adriano.
Su visita ha quedado en mi recuerdo como una experiencia inolvidable. Adriano, Antinoo y Margarita Yourcenar son seres que viven desde hace mucho en mi mente y, ahora, los siento más cercanos aún.