Revista Filosofía

De la misericordia, que supera todo juicio (Sant 2, 12-13) [I]

Por Zegmed

De la misericordia, que supera todo juicio (Sant 2, 12-13) [I]

Si alguien sabe algo de Dios, al menos algo dentro de la tradición cristiana, debe saber de misericordia. El perdón que transforma la miseria humana es lo que se suele entender por misericordia, un perdón profundo y liberador que permite seguir hacia adelante, que nos da la oportunidad de nacer nuevamente, como decía William James seguramente inspirado en el relato evangélico sobre Nicodemo. Uno de los pilares de la experiencia de la fe es, qué duda cabe, el juego de dar y recibir misericordia. No se entienda mal, no un juego en el sentido vano del término: juego como la experiencia dinámica de ofrecer perdón porque constantemente somos perdonados. Los cristianos, además, creemos que hay una dimensión muy profunda del perdón que es aquel que viene del Padre y se manifiesta en la figura de Jesucristo. De ahí la idea de dar gratis lo que recibimos gratis, ofrecer el perdón a quien quizá no lo merece así como nosotros, seguramente, recibimos la misericordia de Dios sin haber hecho mérito para que sea nuestra. En pocas palabras, esto resume la experiencia de la salvación.

En las líneas que siguen quiero dedicar algunas reflexiones sobre el perdón usando como pretexto un capítulo de The Weakness of God, un libro de John D. Caputo al cual ya me he referido más de una vez: “Forgiven Time: The Pharisee and the Tax Collector”. Me parece que se trata de uno de los capítulos más bonitos del libro que muestra la profunda vivencia evangélica del autor y su contacto genuino con el centro del mensaje de Jesús. En mi caso personal, además, el rol de la misericordia siempre ha sido considerado fundamental tanto en mi propia experiencia de fe como en mi reflexión sobre la misma. Ambas se convierten en buenas razones para compartir unas líneas con ustedes, además tengo una amiga por ahí que podría encontrar aquí un par de ideas para un libro que tiene como proyecto.

Una de las primeras cosas que menciona el autor, es que el perdón es, en muchos sentidos, la gracia más sorprendente en el Reino de Dios. Ella colapsa todo sentido de ley y de orden, de equilibrio, bloquea nuestra idea de que los que ofenden están condenados a “pagar por” lo que hicieron (208). Sin embargo, Caputo pronto menciona que lo propio del perdón no consiste en anular el pasado, en el sentido de anular el daño o la ofensa. Cuando uno perdona o cuando Dios mismo ofrece el perdón la ofensa no se desvanece, sigue ahí siempre presente y, aunque suene contradictorio, debe ser anulada, no debe tenerse más en cuenta, debe limpiarse el daño, se debe perdonar (209). Otra vez Caputo y su lenguaje envolvente que a veces nos parece autocancelatorio. La idea es que la ofensa, el daño, debe permanecer, pero como borrado, volviéndose de algún modo una ofensa que ya nos ofensa (209). Es algo así como volver al pasado y alterar lo que se hizo, pero sin aniquilarlo. Lo genuino de la misericordia radica en que se perdona y se olvida y, a la vez la ofensa pasada nunca deja de estar presente.

Perdonar es dejar ir, perdonar es un regalo. Citando a Tomás de Aquino, Caputo nos sugiere comprender ese regalo como algo que se da sin esperanza de retorno. No se espera que se nos de algo a cambio, se trata de una donación gratuita. La base del perdón es el amor: el amor es el primer regalo gratuito, a través de él es que todos los otros regalos son dados (210; ST, P1, Q38, a, 2, c). Lo interesante, menciona el autor, es que al menos en la teología judeocristiana, el perdón ha funcionado siempre bajo la regulación de ciertas condiciones muy rigurosas: el que ofende debe confesar su falta; sentirse contrito y triste por la misma; hacer todo tipo de esfuerzo restitutorio; decidirse a no ofender más. Todo esto, claro está, es totalmente comprensible y, seguramente, deseable; no obstante, dice Caputo, condiciona el perdón al total arrepentimiento. “Esa es la economía de la reconciliación, y tiene sentido, pero no es el evento del perdón” (211). Aquí hay que recordar los posts en los que he hablado de la noción de “evento” para este autor.

La economía de la reconciliación es valiosa y sin duda mejor que eternos círculos de retribución, como aquellos del mundo griego, por ejemplo. Sin embargo, no es el regalo del evento del perdón, este no encaja en ninguna economía de las causas, es un puro exceso. La reconciliación está dentro de esta economía, pertenece al dominio de las cosas de este mundo; el regalo del perdón es parte del Reino de Dios, de su sagrada anarquía. Por eso decía al inicio que perdonar se trata de dar gratis lo que recibimos gratis, sin merecerlo. Recordemos esas palabras poderosas de San Pablo a los romanos (5, 5): aún sin merecer la salvación esta nos ha sido entregada. Por eso habla Caputo de la sagrada anarquía, porque en el Reino de Dios esta locura del perdón gratuito es la verdadera sabiduría. No se perdona al que merece perdón: se perdona, “period” (como dicen los gringos). Se perdona al que hace daño, incluso mientras hace daño, incluso si es que sigue haciendo daño en el futuro, incluso si es que su arrepentimiento no es genuino o si ni siquiera hay arrepentimiento alguno. Esto es lo que Caputo llama “la aporía del perdón” (212): que lo que se perdona sea lo imperdonable. Perdonar lo que sí se puede perdonar es un acto corriente, valioso, pero ordinario. Perdonar lo imperdonable es un evento trascendente.


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