Si no hubiese llegado a interesarme por una grabación de un homenaje al escritor peruano José María Arguedas celebrado en el Instituto Cervantes de Madrid en enero de 2019, no habría conocido en ese momento la reedición española de la novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (Prólogo de Dora Sales. Madrid, Drácena Ediciones, 2018), que tengo delante ahora porque estuvimos en clase con este autor y Los ríos profundos, «una de las novelas más admirables de la literatura latinoamericana», en palabras de Ricardo González Vigil en su admirable edición de la obra en la colección «Letras Hispánicas» de Ediciones Cátedra. Nos ocupó la historia de 1958, la que evoca el Ernesto narrador sobre el Ernesto personaje de sus catorce años en un internado religioso de una localidad al sur de los Andes peruanos, de nombre Abancay. Aunque Los ríos profundos es la obra de lectura, aludí a otros textos de Arguedas y a esa novela que se publicó en 1971 después de su suicidio en diciembre de 1969, y de la que ahora releo fragmentos —yo recuerdo haber tenido mi primer conocimiento por un ejemplar creo de Losada de 1972 de nuestra biblioteca universitaria— por esa edición moderna cuyos criterios editoriales me parecen insólitos. No sé, al menos, raros. Muy raros. Intentaré explicarme. Resulta que se da el texto de la novela, con sus partes de novela y sus partes de diario, y se anota. Hay hasta ciento cuarenta y nueve notas, incluyendo las que el propio Arguedas puso en el original de su obra tremenda y última. Hay notas léxicas que aclaran el significado de una palabra, otras resuelven la identidad de una personalidad literaria o la alusión a una entidad social como el Fondo de Beneficio del Pescador (nota 94)… Así, hasta el número dicho. A mí las notas no me molestan; al contrario, me gustan, y si son largas me zambullo en ellas porque creo encontrar ahí nutrientes añadidos al texto principal. Pero lo de ahora es como una exacerbación del universo de las notas al pie. Porque resulta que una vez que se anota una voz —por ejemplo, «pincho», que es pene, o «Cuerpo de Paz», que fue un organismo de los Estados Unidos creado para labores de inteligencia e información en los países latinoamericanos—, cuando vuelva a aparecer en la novela volverá a llevar esa palabra el numerito volado de la primera nota. Así que, si en una página hay tres menciones de pincho, pues tres pinchos habrá con su numerito volado, el mismo, el 20, por ejemplo, junto al 147, que remite a otra nota, esta sí al pie. Lo nunca visto, la verdad. La única justificación que se me ocurre es que la voluntad de los editores haya sido facilitar a los lectores la lectura con todas las redundancias. Como si el lector fuese tan estúpido y con tan poca retentiva como para no acordarse de la nota 20 que le explicaba el significado de una palabra que luego aparecía cincuenta páginas más adelante. Y como si no existiesen los glosarios que tanto ayudan en estas cuestiones. En fin, lo nunca visto en una editorial cuyo catálogo no deja de ser estimable. Tengo que anotarme esto como raro ejemplo cuando hable en clase de los modos de referencia en nota en la edición de un texto literario. Aunque ahora que me refiero a esto, creo que está muy bien que a los estúpidos con poca retentiva nos multipliquen los avisos al pie. Yo qué sabré.