De lo mítico y lo irreal, Madrid

Por Marikaheiki

Cada vez que vuelvo a Madrid, siento una necesidad innata de hablar de ella. Es como quien se reencuentra con un antiguo amor y de repente todas las sensaciones del romance se experimentan de nuevo, como vívido y real, aunque no queden más que los recuerdos. Madrid es siempre un poco eso: fue mi novia, fue mi amante después, y ahora sonrío al pensarla, como lo hago cuando la brisita del verano en el balcón me lleva a esos primeros días felices de amor en el que todo era tan nuevo.

Lo que me pasa esta vez es que llevo mucho tiempo sintiendo que pertenezco a otro lugar, y entonces Madrid se convierte en un espejismo al que regreso para mirarme solamente en el espejo de los años. Cada vez que vuelvo yo no soy la misma, pero nada lo es. Nada permanece dorado, decíamos muy de pequeñitas, sin saber que significaba exactamente lo que estamos viviendo ahora: que nuestras vidas cambian al ritmo de naves espaciales girando alrededor de la tierra, y que no hay manera alguna de detenerse y observar cómo el rumbo declina y toca tierra a veces, y otras cómo se autoproyecta hacia la luna con toda la fuerza que es posible.

Hace unos días leía una revista y en una de las entrevistas encontré un fragmento mágico, y entonces por fin me di cuenta de que no soy solo yo, que esta sensación de no-raíces que tiene Madrid es algo que nos ocurre a muchos. A veces me gusta preguntar y contar a la gente esta sensación de no pertenencia, de no ser de ningún lugar, y no sé si siempre me comprenden como yo quiero, por eso hoy le cedo a Juan José Millás la palabra:

Yo soy como la gente de Madrid, que no es de ningún sitio. Madrid es un espacio mítico, irreal. Ser de algún sitio equivale a tener algún sentimiento hacia ese sitio y yo no lo tengo. No sé si habrá algún madrileño nacionalista, creo que no. […] Yo no tengo ningún sentimiento de permanencia.

Madrid es un espacio mítico, irreal. Me rio por dentro del goce cuando lo leo, porque nunca podría haberlo dicho mejor. O entonces: Madrid es una construcción ajena, no existe más que como geografía, porque no tiene alma, no tiene mi palabra favorita: idiosincrasia. Todos bebemos de ella pero no le damos luego la forma y por eso nunca acaba de saber quién es. Madrid es el espacio ideal para aquellos que no pueden encontrarse, por eso a lo mejor solo marchándome encontré ese giratutto en el que me muevo mejor y cada vez que regreso me despierto mareada.

Ha sido un viaje relámpago, pero necesario. Poner distancia siempre le sirve a uno para ver las cosas más claras, ¿no te parece? Me siento un pececillo que va saltando de embalse en embalse, y que dentro de cada uno de ellos no puede recordar ninguna de las cosas que vio y vivió en las anteriores, no puede preocuparse, solo se desvincula de la realidad por un momento.

Bueno, que desvinculada de la realidad vivo siempre. Y esto es el fiel reflejo de ello (de momento no estoy más en Barcelona, ¡sino rumbo a Macedonia!).

Feliz verano a todos. ¡El próximo post (espero) llegará desde los Balcanes!

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