No sé de ceros, que me pierdo entre que se junten más de tres y, además, puede que con menos si es que son de los de a la izquierda.
De lo que yo sé es de buscar la tranquilidad de tu respiración a las tres de la mañana, como si fueran los suaves engranajes de un mundo perfecto funcionando. Conozco como esperarte una mañana de domingo al despertarte, el modo de agarrar la taza de café y tu cintura al mismo tiempo. Soy experto en disfrutar de tus labios entreabiertos sonriendo, y maestro en recorrer tu espalda con un dedo.
No sé de ingenierías, que se me enredan hasta los martillos en las manos, y materiales, torsiones, escalas y potencias se me hacen extrañas y lejanas.
De lo que yo sé es de compartir tardes de mayo con las calles, de buscar rincones donde la luz se refleje y dibuje aventuras a los críos. Sé de imaginar a Quevedo tomando la última con Max Estrella, quejándose ambos de que Galdós haya tenido que volverse pronto a casa. Yo puedo dar clases de amanecer en Madrid y bajar la Gran Vía beso a beso. Y sin duda, soy profesor de aventurarse a disfrutar de como el camarero se prenda de la morena de la mesa 12.
No sé de diplomacias. Me enfurruñan banderas y fronteras, me dividen muros y me ensombrecen alianzas y naciones
De lo que yo sé es de escribir pequeños cuentos con o sin sentido, algún verso aquí y allá, espera que se me ha escapado uno. El muy rufián quiere rimar en asonante por su cuenta. Yo pretendo saber de como describir a un viejo pirata cansado en su cubierta, mientras decide si seguir a la sirena, o directamente ponerla un piso en la calle Leganitos. Yo investigo como rondar con palabras a la vida, la manera de pintar algunos grises.
Y humildemente creo que he sido capaz de sacarte una sonrisa en este puñado de frases, con su mitad de cuarto de comas, la necesaria pizca de tildes y un seguido, que para punto y final, a ti y a mi, y eso también lo sé, aún tiempo nos queda.