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Quizás sea el alma. Eso que no sabemos como sabe, a que huele, que forma tiene. Eso que atisbamos levemente cuando el dedo que nos acaricia el brazo deja de hacerlo, eso que duele a veces, cuando por alguna razón nos sentimos solos en medio de un montón de gente. Quizás sea eso, o algo parecido, lo que he echado de menos al terminar de ver El lobo de Wall Street, la última de Scorsese.
Desde luego, merece la pena ir a verla. Es una película con ritmo, entretenida, con algunos momentos sublimes. DiCaprio hace el papel de su vida, y Jonah Hill empieza a ser el secundario que toda época de Hollywood ha tenido. Es una buena película, en resumen, que además ilustra una imagen de parte del sector económico muy explicativa de como funciona el sistema y porque hemos terminado llegando donde estamos.
Pero…
Pero no necesitaba 1 hora de filmar desfase con cocaína y tetas para comprender, aceptar o mejorar la historia. Hay más brutalidad en los diálogos que en las escenas explícitas, con lo cual me repiten el mensaje una y otra vez, y a la primera fiesta ya lo había entendido. No existe una evolución del personaje como tal. Es un niñato sin alma desde la primera escena hasta la última. Magníficamente interpretado, pero sin fondo, sin chispa. Puede que eso fuera lo que buscaban DiCaprio y Scorsese: mostrarnos a alguien más simple que el asa de un cubo, un crío que tiene la habilidad de saber vender y que carece de remordimientos. Es simplemente una máquina de hacer dinero a toda costa. En realidad, nada nuevo, corriendo los tiempos que corren. Hace tiempo que sabemos que existe gente así. Hace tiempo que cualquier exceso o desfase es creíble y, por lo tanto, no sorprende. Es más, basta con ver el trailer de la película para captar el mensaje, para comprender todo el personaje. Tres horas después, nada ha cambiado sobre lo que opinabas del personaje tras 2 minutos de vídeo en Youtube. No hay margen al silencio, al miedo, a las carencias, a ese momento, que seguro que existía, en el que Belfort se mirase al espejo y se viese. No hay margen para el alma del lobo. Buena o mala, que no se trata de eso, de que Jordan/Leonardo sea un villano o un héroe. Se trata del porqué. Todo es mostrado como quien filma un paisaje. El paisaje es la ostia, es un Scorsese quien lo filma, pero no me hace querer estar allí, o alejarme. Simplemente me lo enseña.
A la película le sobra una hora larga, 300 pastillas y 50 pares de tetas. Y no es un lobo, sino un cachorro al que han dejado sólo en casa, y que destroza todo porque ni tiene nadie que le regañe ni sabe hacer otra cosa. Merece la pena verla, si, pero lo que no merece, al menos para mí, es amarla.