Las ilustraciones son de Fernando Vicente
Por: Manuel García
En estos versos, la infancia es un tiempo idealizado que contrasta con las inclemencias del devenir:
“Con la luna luna
que te quiere ver
vienen las estrellas
y el sueño también” (pág. 24).
La precisión de algunos enseres para denotar lo entrañable y la inocencia es una constante expresiva en las diferentes nanas y canciones: caballos, cunas, romero, rueda, caramelos. La sencillez expresiva que facilita la memoria de esa primigenia luz que asoma en los ojos del niño destaca también en los dibujos de Fernando Vicente; difuminados, esenciales, ingenuos. Así que los versos se caracterizan por esa fascinación que ejerce aún la copla, el sueño, las fuentes, las caricias, como si, en esa voz poética existiese una decepción ante la realidad de un mundo que ahora nos compromete y nos obliga a conocer solamente desde la certeza.
La incertidumbre, el encandilamiento, la alucinación, sin embargo, transcurren por este poemario buscando la coincidencia con los espacios perdidos que el lector recobra en la escritura de la propia imaginación. La canción es un estímulo, una proyección de un momento que nunca existió en el pasado, un eco que aceptamos como un recuerdo pleno y consistente como si todas las infancias fuesen la misma sobre la que escribe García Mateos:
“Duerme mi niño
lucero de estrella
pequeño amante
de luz y tierra.
Con tierra y fuego
amante mío
se hacen mis versos
de amor y olvido” (pág. 31).