Además de perder el oremus y la dignidad por un director de orquesta, estas navidades me he dedicado a otras historias lectoras y audiovisuales, que no hay que perder las buenas costumbres, sobre todo cuando está la BBC por medio.
- 'And then there were none'. Adaptación de Diez negritos, de Agatha Christie. Servidora de ustedes creció leyendo a la buena de Agatha. Hay historias que recuerdo más o menos, otras poco, algunas me vienen a la mente cuando repaso los libros... pero hay un par de ellas que se quedaron fijadas en mi cerebro: 'Los cuatro grandes' y 'Diez negritos', o usando el título políticamente correcto, 'And then there were none'. Ante esta adaptación -para mí impecable- me hubiera gustado no saber, no temer, no conocer el cómo y el por qué. Y el quién. Pero lo sabía. Eso sí, la he disfrutado mucho y me ha parecido, repito, impecable y con un ritmo narrativo muy acorde con el libro.
No puedo decir lo mismo de la adaptación que hace pocos meses hizo la BBC de algunos relatos de Tommy & Tuppence, los 'detectives' más desconocidos de Agatha Christie. Aunque David Walliams y Jessica Rayne hicieron lo que pudieron, que es mucho, el ritmo fue diferente y a ratos aburrido. Y eso que hablamos de las novelas más 'cómicas', por así decirlo, de la autora.
En resumen, querida BBC de mi alma, dame más adaptaciones como la de 'Diez negritos'. Y si sale Aidan Turner, pues mejor. No seré yo la que se queje porque en los contratos del muchacho se incluya como cláusula no negociable que cada media hora, más o menos, tenga que quitarse la camisa. Ya lo hace en Poldark y ahí estoy, la primera.
- Especial de Navidad de Call the Midwife. Gracias, Bettie, por cierto.
Call the Midwife ya sabéis que es la serie 'para llorar'. Llorar de bien, de bonito y, a veces, también de pena. Pero de llorar y de relajarte que no veas, que yo me quedo nueva. Bueno, pues este capítulo fue así pero elevado al cuadrado porque las historias me tocaron de cerca. Esa sister Monica Joan escapándose y, en especial, el argumento del embarazo a los 46 años. No me miréis así, que no va por mí, OIGA. Esperad que os cuento:
Mi abuela materna tuvo muchos hijos. En realidad, no sé cuántos. Así, a ojo, y sumando entre los que sé y los probables, me salen unos ocho. Como mínimo. Que ya son. En un mundo en el que se paría en casa a lo bravo. Varios de esos hijos o nacieron muertos o murieron a los pocos años. De hecho, mi abuela siempre hablaba de una pequeña que se la murió con tres o cuatro años. Contaba que era muy simpática, muy parlanchina, muy traviesa. Supongo que enfermaría y, en fin...
Con esta vida detrás, mi abuela llegó a los 48 años. Cinco hijos vivos, las mayores ya casaderas, y los pequeños ya criados, superados los peligros de los primeros años. Y se le retira la regla. Mi abuela tan contenta, haceos idea. Que, a todo esto, yo no sé cómo podían soportarlo, ibuprofeno de mi alma, no me faltes nunca.
En fin, mi abuela se piensa que ya ha empezado con sus cosas de la edad, pero, pasan unos meses, y... aquello empieza a crecer. Y a crecer. Imaginaos ahora a mi pobre abuela, llora que te llora. Que no, que otra vez, que volver a empezar, que soy muy mayor, que cómo voy a hacerlo, que no puede ser...
Pero fue. Y es. Mi madre. Así que con la historia del embarazo repentino a una edad ya tardía, servidora se metió un tute a llorar de los que hacen época. Dada la diferencia de edad, conocí poco a mi abuela y ahora mi familia es un poco lío para los que la ven desde fuera. Mis primos en realidad son mis sobrinos segundos y los que parecen mis tíos son mis primos. Y mis tías tienen edad de ser mis abuelas. Mi situación es rara, yo lo sé, pero mola que tu abuela se marcara, de modo natural y sin técnicas, un Igartiburu en aquellos años. Y al menos tengo respuesta cuando me sacan el arroz a relucir. EJEM.
Y como la entrada ha quedado ya muy larga, en otra sigo con mis entretenimientos navideños.