Ayer, tras conocer la dimisión de Manuel Moix como fiscal jefe anticorrupción, escribí el siguiente tuit: "Es lamentable que la vinculación Moix-Panamá haya sido descubierta por un periodista. ¿Dónde están los mecanismos internos de los partidos?". El tuit, al parecer, no sentó muy bien a la clase periodística. No cayó muy bien, como les digo, porque entendieron que mis palabras "ninguneaban" la labor de Manuel Rico, el periodista que destapó el pastel. Lejos de mis pretensiones, el tuit fue una reflexión en voz alta acerca de la "incompetencia" del Gobierno para detectar "ciertas anomalías", en los altos cargos del Estado. Dicha incompetencia siembra de dudas los prados de la opinión pública. Los siembra, queridísimos lectores, porque a día de hoy nadie sabe a ciencia cierta; si el caso Moix es un caso aislado o la punta del iceberg.
Aunque el caso Moix no sea calificado como "corrupción", lo cierto y verdad, es que Panamá no goza de buena reputación en nuestra orilla. No olvidemos que José Manuel Soria ya estuvo señalado por los famosos "papeles de Panamá". Una vez más, España vuelve a ser noticia en el espejo internacional por las prácticas malsonantes de sus élites. La dimisión de Manuel "llega mal y tarde", tal y como ha dicho Pedro Sánchez. Aunque nunca es tarde si la dicha es buena, Moix ya es historia en la fiscalía anticorrupción de este país. Ahora bien, su dimisión no ha sido por imputación judicial, sino por una cuestión de presiones políticas y estética mediática. Dicho esto, su dimisión debería ser un referente para aquellos cargos públicos, que cada día deterioran - por su praxis - el debilitado tejido institucional. La riqueza y la ostentación de algunas élites no caen bien a millones de ciudadanos. Ciudadanos que cada día hacen - hacemos - malabarismos para llegar a fin de mes.
Por estética y por la imagen exterior de España, Rajoy debería dimitir. Debería dimitir - y digo bien - porque su citación como testigo en el caso Gürtel deja a la altura del betún el caso Moix. Resulta vergonzoso, por no decir preocupante, que el representante electo de todos los españoles declare por el pasado turbio de su partido. Como saben, Rajoy será el primer presidente, de nuestra democracia, que declarará como testigo ante la mirada crítica de cientos de periodistas; un titular tóxico que alimentará - una vez más - la fórmula: "España igual a corrupta". Aparte de estos "chismes" - palabra utilizada por Rajoy para referirse al caso Moix -, Pablo Echenique también debería dimitir. Como saben, el líder de Podemos ha sido reprobado por el Pleno municipal de Zaragoza, su ciudad. Ha sido reprobado, como les digo, por un supuesto caso de fraude a la Seguridad Social. Al perecer, dicen las malas lenguas, su asistente doméstico carecía de contrato. Un gesto feo y malsonante, que todavía duele más por tratarse de un represente de Podemos; el buque insignia en la defensa de los derechos de los trabajadores.
Así las cosas, tanto Rajoy como Echenique deberían seguir el ejemplo de Moix. Aparte del cumplimiento con las leyes, los políticos deberían rendir cuentas por todos sus actos de interés público. No basta con derivar los casos a los tribunales y "escurrir el bulto", como dirían en mi pueblo, sino que deberían rendir cuentas al pueblo por sus desviaciones morales. Desviaciones, como les digo, que sin incurrir en infracciones legales, tiran por la borda a la maltrecha clase política. Por ello, la dimisión de Moix - como consecuencia del titular periodístico y la presión de su partido - pone en duda la función y "honorabilidad" del famoso portal de la transparencia. La autenticidad de un político se debería medir por la representación impoluta de la "ejemplaridad". Una "ejemplaridad" necesaria para depurar las aguas sucias, que corren por algunas alcantarillas de renombre. El paraíso político está muy lejos de las penurias terrenales. Está tan lejos, queridísimos lectores, que quienes viven allí sueñan con la inmortalidad de su cargo.