De muertes, velorios y entierros

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
A los muertos no les importa cómo son sus funerales. Las exequias suntuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos.

Eurípides

Hace unos días atrás recordé inevitablemente la experiencia más cercana de muerte de un familiar, la causa fue la asistencia voluntaria a un velatorio. Antes de esta ocasión mi presencia en una funeraria se debió a la muerte en la misma semana de mis dos abuelos paternos, con solo dos días de diferencia. La otra ocasión fue por el deceso de mi abuelita negra, como solía llamarle a la amada señora que cuidaba de mí durante mi infancia temprana.

Ante la inminente hora de partida, los cuestionamientos sobre la asistencia no tardaron en llegar. A pesar de que la tradición de rendir tributo a los muertos deviene milenaria, la interrogante de por qué hacerlo no abandona mi mente. El hombre le ha dado un sentido psicológico a la muerte y no ha podido evitar la confrontación con ella. En Occidente suele verse como una cuestión ordinaria, algo que llega inevitablemente y en muchas ocasiones de manera repentina, provocando sufrimientos. Existe mucho temor a morirse y en el imaginario social prevalecen opiniones compartidas en cuanto al tema de si hay o no vida luego de la muerte. Es así como por ejemplo, en Cuba los familiares y otros asistentes a los velatorios acuden, pero supuestamente para llorar, digo supuestamente pues en los últimos tiempos los funerales se han convertido en reuniones sociales donde las personas que llegan se ríen, hacen chistes, hablan unas de las otras y critican para bien o no al fallecido.

Existen varios tipos de personas que asisten a los funerales, me referiré a dos en especial. Se suelen encontrar los que lo hacen por voluntad propia y los que concurren por el cumplimiento de una orden moral preestablecida socialmente de quedar bien con la familia del fallecido y ante los ojos acusadores de la sociedad. Este último caso es el que provoca que el velatorio se convierta en todo lo anteriormente descrito. Por tanto basándonos en la premisa de los que creen que quien abandona la vida nos está observando y de alguna manera continua sintiendo la presencia de las personas que amaba, ¿creen que se sentiría complacido con el circo que se monta antes y durante el velatorio?

Me considero partidario de los que piensan que el dolor se lleva por dentro y el hecho de exteriorizarlo a través de la asistencia a un funeral no te convierte en héroe ni mucho menos en quien más sufre. En pleno siglo XXI soy de la opinión que resulta retrógrado mantener pensamientos como la vida después de la muerte o como se diría popularmente: pasó a mejor vida, pienso que el hombre ha creado esta forma de ver la muerte como un mecanismo de defensa para enfrentar su inevitabilidad.

Muertes, velatorios y entierros, para que sirven si no es para el vivo. La vida continúa, irremediablemente el que se va de manera involuntaria es el que perdió y aunque muchas veces se recuerde, la rapidez y dinamismo con que marcha el mundo no nos dan tiempo para otras cuestiones. La muerte tiene su parte buena y sobre todo los que quedamos luchando por vivir, debemos apreciar. Resultan situaciones, cuál de las tres, más aleccionadoras acerca de cómo encarar la vida. Ayudan a dar sentido, a redireccionar, a reflexionar, a replantear. Todos los verbos con el prefijo re, acciones que han sido comenzadas pero que gracias a una muerte, un velatorio o un entierro, nos damos cuenta que necesitan tomar otros rumbos.

Conviene finalizar citando a un Dostoyevski siempre profeta cuando en Memorias del Subsuelo expresase: Es posible que el objetivo de la vida del hombre sobre la tierra consista precisamente en esforzarse en forma constante por alcanzar una meta. Es decir que el objetivo mismo es la vida misma y no la meta, que por supuesto no debe consistir en dos más dos son cuatro. Y dos veces dos, damas y caballeros, no es ya la vida sino el comienzo de la muerte ".

* La imagen que acompaña el artículo se titula: El velatorio del pintor español Ulpiano Checa