Venezuela es un país atípico por donde se vea. Las diferencias socioculturales cada vez son más evidentes, catastróficas y además insalvables por culpa de una dirigencia política desenfocada y empeñada en llevarnos por la calle de la amargura, con lo cual podemos dudar seriamente que sepan o tan siquiera conozcan cuáles son sus responsabilidades y obligaciones con quienes todavía creen en ellos.
Desde que Juan Vicente Gómez proscribió y persiguió a los que se habían dedicado a la vida pública, que no tiene que ver con el oficio de María Magdalena ni con los años para los que se preparó Jesús antes de su pasión y muerte, pertenecer a un partido político era mortal porque en La Rotunda le esperaban unas “suites” con las comodidades que promueve todo dictador: la tortura, la vejación, el maltrato y, por supuesto, el más oscuro olvido.
Esa persecución acabó con los partidos tradicionales del Siglo XIX y no permitió que se estructuraran las nuevas corrientes políticas del Siglo XX. Luego es harta conocida la historia: llegaron unos zagaletones a cambiarlo todo, su irreverencia permitió que se crearan las instancias de participación ciudadana y eso, nos guste o no, es la política. Claro los resultados solo se vieron cuando el penúltimo dictador tomó las de Villadiego y abandonó en la huida maletas de dinero (hasta en eso eran más discretos los de antes porque ahora ha sido tanto lo robado que se necesitarían containers de billetes que no cabrían en aeronave alguna o contar con un tuerto o una almirante que sirvan de testaferros).
Darwiniana supervivencia
La única forma de llegar al poder es mediante la participación en política. Los partidos son la instrumentalización de ello. Los franceses, los rusos, los chinos y todo aquel con algunas neuronas muertas, incluso los chavistas, lo saben. Por eso es que llama la atención que haya quienes aspiran a hacer política, llegar a formar gobierno y conducir los destinos del país con una apócrifa asepsia política, con solo seguidores en redes sociales y sin tantos arrumacos de pueblo; critican que los partidos políticos se organicen, tengan militancia, posean dirigentes (malos, regulares o buenos) y no entiendan que sin estructura no se hace política. Hasta Donald Trump lo comprendió: compitió dentro del partido, derrotó al stablishment y se hizo con la presidencia de la nación más poderosa del Orbe.
Nuestra desgracia es que a nadie le gusta fajarse al interno de los partidos ni en estos calan las disidencias. Ante lo primero prefieren decir que se necesita un outsider (ellos mismos) o montan tienda aparte con los cuatro gatos que los siguen (las divisiones de Acción Democrática son una prueba de ello) y para lo segundo tienen a la mano las expulsiones (así defenestran sin discusiones internas) que, a fin de cuentas, permite la conformación de grupúsculos en torno a una figura pero que, hasta ahora, no logra nuclear a su alrededor una verdadera fuerza política.En la Venezuela de estos tiempos hay muchos partidos políticos que solo cuentan en sus filas con sus dirigentes y algunos familiares, que les preocupa contarse, medirse o siquiera saber si existen. El proceso de legitimación que fue establecido como espada de Damocles para lo único que servirá es para sincerar quienes tienen militancia y quienes tienen capacidad de movilización, es decir, la darwiniana supervivencia.Más que miserablesLo lamentable es que esos mismos partidos no entiendan lo que se vive en el país quizás porque están desconectados de la descomunal crisis, porque a ellos aún no les ha llegado su cuarto de hora o porque sufren de una ceguera descomunal que no les permite ver lo que padecen los miserables a los que se refería Víctor Hugo, el sufrimiento de los que dejaron de ser clase media para engrosar una media clase y cómo la mayoría resiste ante una tiranía que extermina al consentir decesos por inanición, por falta de atención médica y por la acción del hampa.¿Los partidos políticos deben legitimarse? ¡Claro que sí! ¿Las organizaciones partidistas deben movilizar a la sociedad para algo más que no sea lo electoral? ¡Por supuesto! Y ahí está el quid del asunto porque de nada sirven los partidos políticos que exclusivamente piensan en lo electoral, que no se preocupan por los ciudadanos, cuyos dirigentes abarrotan los mismos restaurantes en los que se negocia el país y que no logran canalizar el descontento social.Llueve… pero escampaPor Miguel Yilales @yilales
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