De Noche Vienes, Esmeralda

Publicado el 07 julio 2013 por Diezmartinez
Desde el momento del estreno, no he vuelto a ver De Noche Vienes, Esmeralda, de Jaime Humberto Hermosillo. No sé, entonces, qué tanto puede cambiar lo que escribí en su momento si la volviera a revisar en estos días. De todas formas, he aquí el rescate de unas líneas que escribí hace tres lustros sobre De Noche Vienes, Esmeralda, que se está exhibiendo en la Cineteca Nacional.
De Noche Vienes, Esmeralda (México, 1997) es el largometraje número 19 en la cuenta del veterano maestro del cine provocador por excelencia Jaime Humberto Hermosillo (El Cumpleaños del Perro/1975, La Pasión Según Berenice/1976, Matinee/1977, Las Apariencias Engañan/1978, María de mi Corazón/1982, La Tarea/1990, La Tarea Prohibida/1992).  Basado en un relato de Elena Poniatowska, el director de Intimidades en un Cuarto de Baño (1989) optó en De Noche Vienes, Esmeralda por un tono de farsa delirante para contar la historia de la Esmeralda del título (María Rojo, qué remedio), una simpática enfermera semibobalicona que está casada con cinco hombres a la vez. La historia se puede resumir así: ella quiere a los cinco, los cinco la quieren a ella y todo el problema busca ser solucionado en un juzgado presidido por Claudio Obregón. Más allá de lo dispareja que es la película -hay demasiados baches dramáticos; la cinta se vuelve repetitiva hacia la mitad; abundan los chistes francamente mamilas; María Rojo actúa, como es costumbre, en su gustado papel de María Rojo-, habría que rescatar la desfachatez de Jaime Humberto Hermosillo para montar esta fantasía rabiosamente promiscua, desafiando no sólo los convencionalismos sociales sino –y esto es lo mejor- también los cinematográficos.  Hermosillo presume de un muy cuidado manejo escénico (son excelentes las transiciones sin corte entre el juzgado y los diversos escenarios), algunos de los gags están bastante logrados, hay una muy disfrutable veta de grácil homenaje a los clásicos personales de Hermosillo -de Nosotros los Pobres a Cantando Bajo la Lluvia-, y el filme tiene una secuencia final antológica, con Claudio Obregón (siempre magnífico) bailando y cantando Amorcito Corazón con más ganas que virtuosismo, tratando de emular en su locura amorosa al mismísimo Gene Kelly. Da gusto, pues, toparse con un cineasta mexicano (joven, viejo, experimentado, novato: da lo mismo) que no le tiene miedo al ridículo y que se arriesga a caer en él con tal brío y decisión que varios cineastas nacionales, tan solemnes, serios y estirados, desconocen. Con sus altas y sus bajas, este filme de Hermosillo rezuma sinceridad e interés en sus personajes. No es poca cosa.