Reviso mis notas, hago un poco de memoria, y van surgiendo.
Tarima 2011, simplemente no está mal. A Torna Dos Pasás 2008, no acabó de emocionarme. Sketch 2010, algo falto de acidez. Guímaro B1P, no termino de saber bien de que va. Alión 2006, nos dejó con el gesto torcido. Pétalos del Bierzo 2007, me defraudó. Y así seguro que hay varios más.
Y claro, estamos hablando de vinos de Jorge Ordóñez, Raúl Pérez, los hermanos Palacios, Luis Anxo, Vega Sicilia... Y uno se pregunta ¿Cómo es posible que estos vinos no me vuelvan loco? Es un vino de Raúl Pérez, es el elaborador de moda, ¿Cómo es posible que no te entusiasme? Y empieza uno a darle vueltas a la cabeza, ¿Será que sigo siendo tan indocumentado en el tema vinícola no soy capaz de entender estos vinos? Hombre, reconozco mis muchas limitaciones, pero unas cuantas botellas he descorchado, ya podría saber distinguir lo que me gusta.
Y después uno se ve a si mismo hablando con bodegueros, viticultores, distribuidores, y pensando en voz alta, ¿Es que Raúl Pérez no puede hacer vinos que no gusten? ¿Es qué Jorge Ordóñez no puede llevar vinos que no entusiasmen? ¿Es que si lo firman los Palacios tiene que ser bueno y encantarnos?
Pues no. No pongo en duda ni por un instante la calidad de los vinos que firman estas personas, pero si tengo claro que ni a mí, ni a muchas otras personas, tienen que gustarnos.
Muchas veces el nombre tras la etiqueta nos encandila, y en ocasiones hace que si el contenido de la botella no nos hace levitar, pensemos en primer lugar que somos nosotros, que no lo entendemos, que no tenemos ni idea. Y no es así. Puede ser de Rolland, de Pérez, de Eguren o de Palacios, y no tiene por qué gustarnos.
Ni tiene por qué ser siempre un buen vino.
La imagen está tomada del blog Sin Mandil y a lo Loco