Es el tiempo de la movilización electoral; a ratos bufa, a ratos grotesca. Es el tiempo de mítines, de absurdas controversias, de discursos y frases en busca de un titular; tiempo de declaraciones estridentes y encuestas fiables o manipuladas según resultados favorables o adversos. Tiempo de reproches, de todos contra todos con la intención de movilizar el voto más proclive. Un periodo para ocultar, con descalificaciones, la incapacidad de confrontar ideas y proyectos; un tiempo de desinterés para buscar acuerdos y soluciones de una manera colaborativa. Y en medio de la trifulca, nosotros como pretexto.
El debate sobre el estado de la nación, ha sido el primer acto y, por los datos del CIS, parece que resultó fallido. Rajoy, al contar con la protección monolítica de los suyos, de los medios afines —que son prácticamente todos— y la complicidad de buena parte de la ciudadanía, despreció a sus rivales políticos y, de alguna manera, a buena parte de la sociedad. En unas ocasiones con desdén y soberbia, «ustedes son muy poquitos»; en otras, con la impotencia propia del matón del barrio, «¡no vuelva usted más aquí a hacer ni a decir nada!». Si con Pedro Sánchez actuó como el amo del chiringuito, con Alberto Garzón demostró arrogancia y desprecio.
Recurrir al insulto es un síntoma de mediocridad y desprecio. Como en política, por reiterado y frecuente, el insulto más que buscar la ofensa pretende el aplauso fácil de los incondicionales, hay quien recurre a él para esconder sus limitaciones. Quienes seguimos la actualidad política observamos el tono desabrido de todos contra todos. Pero, ¿por qué es tan frecuente este recurso dialéctico y tan inusual el análisis de propuestas y programas? ¿Será que han comprobado que se aplaude más un insulto que una propuesta? ¿Consideran al ciudadano incapaz de prestar atención si no hay navajeo verbal? ¿Será que ellos mismos se consideran incapaces de exponer y debatir soluciones realistas y solventes porque sencillamente carecen de ellas? Con sus actitudes, cambian la exposición razonada por el espectáculo y fomentan la sustitución del contraste de proyectos por un espectáculo mediático de simplezas y exabruptos.
Como los medios y redes sociales, difunden el insulto con mayor celeridad que las ideas, muchos buscan el éxito inmediato aunque sea persiguiendo un trending topic tan efímero como insustancial. El gesto agrio, el ademán enérgico y la indignación teatralizada ayuda a presentarse como alguien con brío y auténtico. Y puesto que hay micrófonos y auditorio, parecen obligados a sorprender con algún latiguillo mordaz, alguna salida de tono, con algo que anime a la concurrencia y la despierte del sopor. Entonces, se insinúa la provocación y aparece el trazo grueso que deriva en descalificación. El público aplaude. El orador no ha dicho nada digno de recordar ni ha estado especialmente brillante, pero su público aplaude. Sus palabras se difunden por las redes sociales, por periódicos, televisiones, emisoras de radio y algún que otro blog. Es el éxito. Terminado el acto y constatada la repercusión de su invectiva el orador se retira, ¿satisfecho?, ¿avergonzado?
El debate político debería asentarse sobre la palabra para presentar propuestas precisas y realistas. No es así. La actividad política gira sobre la mentira, la demagogia y el insulto. Salimos de la crisis, si esto es salir, con trabajos de escasa calidad y peores salarios, con recortes en libertades y derechos, con miles de jóvenes emigrando y con la toma del BOE por la jerarquía eclesiástica. Salimos, si es esto es salir, pisoteando la ética, chapoteando en corrupción y enarbolando la mentira y los intereses ciudadanos como bandera o un simple trozo de tela electoral.
Es un año de elecciones. Podemos detener el atropello. Podemos elegir sin fanatismos ni cegueras, haciendo que nuestro voto deje bien claro nuestra apuesta. Podemos elegir, de entre todos, a los más adecuados para el momento y, a renglón seguido, exigirles el cumplimiento de sus promesas y responsabilidades en cada uno de sus actos. Podemos evitar que se nos escape, una vez más, la oportunidad que tenemos entre las manos.
Es lunes, escucho a Rebirth Brass Band:
El partido instrumental, Un debate inútil, Un torrente de brillantez entre la inmensa vacuidad, El cacareo sobre el estado de la nación, El último tango en Madrid, Debatiendo de espalda a la realidad, El estado de Candy Crush, El “TTIP” o la estrategia del Caballo de Troya, Hacia un sistema menos idiotizado, Los “apolíticos” según Bertolt Brecht.