De noticias y mentiras

Publicado el 27 enero 2018 por Abel Ros

El otro día, leí en las páginas del vertedero que el Gobierno británico ha creado un organismo para combatir las noticias falsas. Tras su lectura, me vinieron a la mente las palabras de Susana, una mujer que frecuentaba El Capri los viernes de madrugada. Según aquella señora "la vida es una mentira". Una mentira - me decía - que termina con la muerte, la gran verdad de los humanos. Aunque no estoy de acuerdo con ella, lo cierto es que la mentira forma parte de nuestras vidas. Tanto es así, que todos - alguna vez - hemos mentido. Mienten los infieles cuando se acuestan con la otra, los adolescentes cuando llegan tarde a casa, los ricos cuando hablan de dinero y los niños cuando suspenden un examen. Mienten los asesinos, los delincuentes y los violadores. Mienten los padres a sus hijos, los hijos a sus padres, los trabajadores a sus jefes y las putas cuando dicen "te quiero".

Miente la gente, miente. Mienten los humanos cuando escriben su curriculum, cuando no te miran a los ojos y, cuando se tapan la boca como hacen los niños tras experimentar la mentira. Es tanta la mentira que nos envuelve, tanta la hipocresía que nos rodea que resulta complicado separar el grano de la paja. Hay gente que prefiere la mentira. La prefieren algunos enamorados cuando no son correspondidos, algunos enfermos cuando visitan al oncólogo, y algunos hombres buenos cuando hacen tonterías. Sin lenguaje no existiría la mentira. No existiría, como les digo, porque las palabras son las principales culpables que justifican la hipocresía. Sin palabras, la cara se desnuda a la vista de los otros. Sin palabras, el rostro es el lago que refleja nuestros verdaderos pensamientos. Sin palabras, y disculpen la redundancia, se distingue el verdadero llanto de las lágrimas fingidas. Sin mentiras, la sinceridad se convertiría en algo más hiriente que cien patadas en el culo.

La mentira es la regla, como dirían algunos. Mienten los políticos en las campañas electorales y, mienten los testigos en los juicios aunque juren decir "la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad". Es tanta la mentira, tanta la falsedad que envuelve nuestras vidas; que mentir se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Un pan envenenado que enferma de desconfianza a la mayoría de sus comensales. Un pan - la mentira - que se sirve en casi todas las panaderías del siglo XXI. Se sirve desde los partidos políticos, los periódicos, las instituciones y organismos internacionales. Un pan que algunos llaman postverdad y que se ha extendido por las redes sociales, como lo hizo la peste durante los siglos XIV y XVIII. ¿Cómo podemos distinguir la verdad de la mentira?, se preguntarán algunos. Hace falta guardianes de la mentira, organismos como el que ha creado el Reino Unido para que fabrique desmentidos. Organismos que obliguen a los políticos, periodistas y demás oficios que juegan con la mentira a tratar los hechos como cosas. Hechos desprovistos - en la mayoría de lo posible - de los valores, tal y como defendieron los positivistas del Círculo de Viena.

Decía Susana - y cuánta razón tenía - que para mentir hay que tener memoria. Memoria para que el interlocutor no descubra la contradicción en diálogos posteriores. Y memoria para que el oyente no descubra que cuando sus elegidos dijeron digo, ahora dicen Diego. Para que la verdad sea la regla es necesario que los medios muestren sus hemerotecas, que rebobinen los discursos y descubran la mentira. Esta tarea sería posible si el modelo mediático fuera imparcial e independiente; si las redes sociales no existieran y, si la moral universal censurara la mentira. Tales soluciones rozan la utopía. La rozan, queridísimos lectores, porque la prensa que tenemos es fiel a sus partidos, las redes sociales están nutridas de millones de bocas difíciles de callar y, porque la cultura maquiavélica gobierna nuestras vidas. Aún así, es posible ganar la batalla a la mentira. Aunque la mentira tenga las patas muy cortas y su reproducción sea infinita; la verdad es lenta y duradera como una tortuga. La tortuga puede vivir largas temporadas debajo de la arena. Ahora bien, cuando todos creen que esta muerta - cuando nadie da nada por ella - entonces, y solo entonces, saca la cabeza y vence a la mentira.