El gran impulso del Homo sapiens en este planeta, ese que lo llevó incluso a exterminar a otros homos (neandertal, Denisova, erectus... Demasiado familiares para ignorarlos, pero demasiado diferentes para tolerarlos), fue la puesta en marcha de la revolución cognitiva que nos hizo capaces de hablar sobre ficciones como si fueran realidades; esa capacidad es la característica más singular del lenguaje de los sapiens. La creación de mitos comunes que sólo existen en la imaginación colectiva de la gente: desde las religiones, hasta los Estados, o algo tan intangible como los mercados, la Bolsa...
El hombre-león encontrado en la cueva de Stadel, Alemania, tiene treinta y dos mil años, y responde a esa capacidad imaginativa. Esa capacidad para la ficción nos ha permitido no sólo imaginar cosas, sino hacerlo colectivamente. Y esta es la clave para que funcionen los estados modernos y hasta los sistemas políticos que conocemos: colectivamente creemos en su existencia; de este modo, un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes.
Lo que nuestros políticos ignoran es que, en las circunstancias apropiadas, los mitos pueden cambiar rápidamente. Creo que estamos ante una de esas circunstancias; es decir, no se trata, no sólo al menos, de pura desafección a la clase política, es algo mucho más profundo.
En 1789, la población francesa pasó, casi de la noche a la mañana, de creer en el mito del derecho divino de los reyes, a creer en el mito de la soberanía del pueblo. Cierto que se dieron circunstancias de miseria abusiva y también todo un movimiento filosófico de pensamiento, que lo precipitó. Pero lo fundamental fue que, colectivamente, cambiaron el mito según el cual entendían el gobierno.
Aterrada anda la Troika con los cambios de Grecia; pero aún así, son incapaces de ver por dónde soplan los nuevos vientos colectivos; se limitan a utilizar las viejas fórmulas que les fueron tan útiles, como aterrorizar con la incertidumbre, hablar de la importancia de entes como los mercados, las corporaciones financieras, la Bolsa... Entes que ya no resultan creíbles al colectivo ciudadano. Utilizan métodos de marketing pensados para otras situaciones. Y hacen el ridículo.
La Troika, y nuestros políticos, se niegan a ver cómo esos morenos pequeños, apestando a ajo, aceite y sudor, se levantan del viejo sueño y desean soñar otro. Los países pobres, Grecia, Portugal, España, despiertan de la siesta. Desde el Norte, los miran como un aristócrata miraría una revuelta de sus siervos en el palacio. Le pasó lo mismo al rey de Francia y los nobles de su corte y terminaron con la cabeza bajo una guillotina.
No es desafección; no es hartazgo. No sólo al menos, señores poderosos, corruptos y ladrones, es un cambio tan cósmico que escapa a sus escasas entendederas.
Fuente: Blanca Alvarez González.
C. Marco