Hace años viví un día inolvidable, lleno de peripecias, por Madrid. Aquí comparto con vosotros mi aventura... Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia...
Hasta ese día, la frase "Madrid me mata", me había parecido un poco exagerada. Hoy me parece absolutamente realista e incluso podría decir que se me ha quedado corta, porque si el día dura un poco más o me mata, o acabo cargándome a alguien, o suicidándome en defensa propia.
Me levanté tranquilamente esa mañana para llevar a cabo la sencilla misión de acompañar a dos personas a dos lugares distintos. A Carlos (un joven de unos 25 años con aspecto desaliñado) tenía que llevarle al tren que le conduciría a Palencia a un centro para rehabilitación de toxicómanos y a continuación, llevar a Eva (su novia, de 20 años, con aspecto “modernillo”) a un Hospital de Madrid para su desintoxicación de heroína y cocaína. Sencilla misión encomendada por un simpático amigo y colega (médico) que a veces entretiene a sus amigos en tareas altruistas y filantrópicas, como ésta. Lo cual no está mal si las cosas salen bien...
Todo muy sencillo, aparentemente. La aventura comenzó al llegar a su casa. Carlos me chantajeó negándose a ir a Palencia sin haberse "puesto" algo, porque no tenía ninguna medicación para soportar el "mono" y así no podía viajar. Y paradójicamente, para evitar males mayores, me vi dándole dinero para "ponerse". Si alguien me hubiera contado el día anterior que yo iba a comprarle a un "colega" una dosis, le habría dicho que deliraba. Quizás la que estaba en estado delirante era yo cuando me dejé embaucar tan fácilmente. Además, por culpa de esta "inteligente" gestión, tuvimos que coger un taxi para no perder el tren y nos quedó el dinero justo para el billete. Se subió al tren prácticamente en marcha y con la "pasta" para pagar el viaje. Aparentemente, la primera parte de la misión estaba cumplida.
Una vez cumplida la primera parte, pensaba que no seria más complicado llegar al Carlos III porque tenía en mi poder un bono-metro y ganas de llegar. Pero camino del Metro, la cosa se complicó; a Eva le dio un "patatús" (lipotimia para los médicos) y se quedo estampada en el suelo, pues no podía tenerse en pie y para colmo, al mirar el plano del Metro, pude comprobar que no habla ninguna parada cercana al hospital al que nos dirigíamos. ¿Cómo llegar sin un duro a nuestro destino? Un empleado del Metro se digno en dejarme llamar a una ambulancia tras quince minutos de explicaciones, pero al otro lado del teléfono, me tope con un monstruo llamado burocracia; argumentando que no podían llevar a Eva al Hospital Carlos III porque no era su ruta. Si me podían llevar al Hospital La Paz que estaba a la gran distancia de dos minutos de nuestro hospital y más lejos que éste de donde estábamos. Poco le importaban mis explicaciones de que en el Carlos III estaba previsto el ingreso de Eva, así que llevarla a La Paz sólo iba a complicar las cosas y a malgastar inútilmente tiempo y recursos. Por más que apele al sentido común, éste se mostró huidizo en la mente de mi interlocutor, si es que quedaba algo en algún resquicio de su cerebro, ya que mecánicamente repetía una y otra vez la misma frase: "es imposible porque nunca se ha hecho así". ¡Magnífico argumento! Me pregunto que métodos de sugestión se usarán para manipular tan eficazmente a los empleados públicos. Colgué el teléfono en un arrebato de desesperación y arrastré a Eva hasta la parada de taxis, convencida de que entre los taxistas habría algún ser humano. Pero no hubo suerte, debían estar todos de vacaciones ese día. Inicié una peregrinación de un taxi a otro explicándoles que no tenía medios para llegar al hospital que estaba a dos minutos en coche, que Eva estaba embarazada y en muy malas condiciones físicas, que era una urgencia medica, etc., etc...
Todo fue en vano porque no pronuncié la palabra mágica: "dinero". No había nada que hacer, sus cuellos sufrían espasmos bidireccionales alternativos que expresaban negación mientras sus hombros subían y bajaban expresando indiferencia. Negación de si mismos, indiferencia ante su propia vida, pues no valoraban la de otra persona. En fin, peor para ellos. Ni siquiera se conmovieron ante mi oferta de darles a cambio mi anillo y mis pendientes porque debieron de darse cuenta de que no eran de oro de 24 kilates.
En medio de tan frenética actividad, pude atisbar a lo lejos a un representante de la justicia, al que me acerqué, suponiendo que haría honor a lo que representaba. Pero no, el "poli" sufría los mismos espasmos, que sus desalmados congéneres los taxistas. y ante mis explicaciones sólo sabía decirme que no era esa su función mientras estaba cómodamente sentado, en su flamante coche. Debí darme cuenta antes de dirigirle la palabra, de que padecía el mismo mal que los taxistas, de que de alguna manera también estaba "muerto". A lo mejor ocurrió esto porque no pronuncié la palabra mágica.
En un arrebato de desesperación me dediqué a abordar a los transeúntes, pensando que no era posible que coincidieran en el mismo sitio y a la misma hora tantos desalmados juntos. Pero sí era posible, todos ellos respondían con la misma actitud estereotipada y vacía. Hubiera sido alentador que alguno diera muestras de asco o de enojo, porque al menos habría sido una señal de que estaban vivos, pero fue imposible.
La fase siguiente de la operación fue infiltrarme en un hotel para rogarles que me dejaran hacer una llamada al Carlos III y afortunadamente me topé con una "persona" que me dejó llamar. Lo curioso del asunto fue que en el hospital otra vez se paso al teléfono “el monstruo de la burocracia” que había tomado la voz de una doctora y me volvía a decir que era muy difícil mandar a Chamartín una ambulancia sin hacer unos cuantos papeleos y que llamara en media hora para ver si era posible hacer algo. Le respondí preguntándole qué podía hacer con el cadáver si se me moría en esa media hora. El “monstruo” no había previsto esa pregunta y se quedó mudo, y yo, como estaba harta le colgué. En ese momento apareció Eva un poco recuperada para avisarme de que uno de los que habíamos abordado antes, se habla apiadado de nosotras y nos llevaba al hospital. ¡Un milagro! ¡Habla resucitado! Mientras íbamos en su coche, nos amonestó a ambas diciendo: "A ver si lo dejáis" (la droga). ¡Ya sólo me faltaba que me tomaran por yonqui!, le aclare la situación al 'bienintencionado” muchacho, el cual me dijo que ese comentario era por nuestras pintas informales... Está claro que no les habría dicho lo mismo a dos "niñas pijas", es increíble lo que para algunos cuentan las apariencias. Aunque no debo meterme con él porque al menos conseguimos llegar a hospital.
En el anhelado hospital le hicieron a Eva unos análisis, la historia clínica, etc... Y mientras, mi problema era que yo tenía que llamar a Palencia porque con las prisas con que Carlos cogió el tren, no pude darle el teléfono de su destino, así que tendría que llamar yo para que lo fueran a recoger y no se perdiera. Como yo no tenía ni cinco duros para llamar a alguien y pedirle que hiciera la llamada a Palencia, le rogué a una de las enfermeras que acababa de tener una frívola conversación telefónica que me dejara hacer una llamada y me dijo que eso no era posible porque ese teléfono no se podía usar para llamar (supongo que acababa de tener una alucinación) y me sugirió que fuera a un teléfono publico. Le expliqué mi problema económico y otra que estaba con ella me dio 50 pesetas. Con las que llame a una amiga para que llamara a Palencia y a mi amigo el que me encomendó la misión (que se había ido a Segovia y probablemente ya había vuelto) para que llamara al hospital.
La siguiente batalla fue para pedir al personal de urgencias que le dieran a Eva algo de comer pues acababa de decirme que llevaba en ayunas 24 horas, lo cual podía tener una lógica relación con su desmayo previo. Los de las urgencias me respondieron diciéndome que era imposible darle comida porque “nunca se ha hecho eso en urgencias”. Por lo visto, también les poseía el mismo monstruo así que Eva siguió en ayunas.
Al rato nos fuimos a hablar con la asistente social, que para mi sorpresa resultó ser una buena persona, pero estaba empeñada en mandar a Eva a un centro de desintoxicación Evangélico, en el que quitan el "mono" rezando y no les dejan fumar; cosas que a Eva no le seducían especialmente. De todas formas, intentó conseguirnos una ambulancia para salir de allí, pero el "monstruo" de siempre, se lo impidió. Entonces me pase a hacer llamadas desde su teléfono para intentar localizar a alguien que nos fuera a buscar. Tras varios intentos frustrados localicé a mi amigo Roberto que nos fue a rescatar en su coche y que alucinado no conseguía entender nada (pues es poco habitual llamar a amigos para que le rescaten de situaciones como esta). Nos llevo hasta la consulta de Jesús, pero allí todavía no habla llegado nadie (a todo esto, ya eran las 4:30 de la tarde). Pronto empezaron a llegar pacientes que se iban acumulando en el descansillo de la escalera mientras Eva dormía plácidamente en el felpudo (acurrucada y tranquila como si no hubiera roto un plato en su vida). Pudimos vivir momentos entrañables de intercambios de diversas confidencias sobre delirios y otros “problemas personales”, en los que aproveché para hacer una especie de terapia de grupo antes de que alguien perdiera del todo algún “tornillo” del todo y ocurriera alguna catástrofe. A las 5:30, llegó alguien que nos abrió la puerta y pudimos entrar. Jesús llego más tarde porque se le habla estropeado el coche viniendo de Segovia.
Para rematar el día, cuando llamé a Palencia, para averiguar si Carlos había llegado, me dijeron que por allí no había aparecido. Me empecé a imaginar a Carlos con las 4000 pelas con que se habla subido al tren, bajándose por otra puerta y yéndose tan contento a "pillar". ¡Estupendo!, no había salido nada bien de la historia.
Después de que Jesús acabara con sus pacientes, llevamos a Eva (ya eran las 9 de la noche) al Alonso Vega (un hospital psiquiátrico), donde quedó "felizmente" ingresada. Y mientras estábamos allí, llamo Carlos al "busca" de Jesús, diciéndole que estaba en su casa en Madrid y que fuéramos para allá. Primera operación, fracasada. Una vez allí nos contó que cuando llegó a Palencia se fue a buscar su destino y encontró un centro de desintoxicación preguntando a los del lugar (ya que no tenía las señas). En dicho centro, estaba todo el mundo rezando y le exigieron malhumorados cuando entró que apagara su cigarro. ¡Los evangélicos atacan de nuevo! Horrorizado por el panorama volvió a la estación y cogió un tren (de polizón) para volver a Madrid, pues le pareció más "lógico'' que irse a buscar el otro “Centro", ya que estaba en la otra punta de la ciudad.
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