… de organizarse el día

Por Arusca @contrasypros

Llegan las 12 h de la noche, hora de las brujas, y, tras dar la “cabezadita” de rigor en el sofá, decides que es hora de irte a la cama. Mientras te arropas con las sábanas, vas pensando que el día no te ha cundido tanto como te hubiera gustado. Con el firme propósito de que al día siguiente no te pasará lo mismo, te acuestas, te arropas y te duermes feliz.

Parece que acabas de cerrar los ojos y ya es hora de levantarse otra vez. Oyes al Tripadre con los Trastos mayores, preparándoles para ir al colegio y, a sabiendas de que se apaña muy bien y no necesita ayuda, jugueteas con la idea de quedarte en la cama un ratito más. Al fin y al cabo, sabes que al Peque le quedan un par de horas antes de despertarse. Recuerdas tu propósito de anoche y, muy a tu pesar, te levantas de la cama.

Tus hijos se alegran de verte por la mañana. Tú también te alegras de verles a ellos, pero no puedes dejar de pensar en la cama para ti sola que has dejado abandonada. Besitos por aquí, “que tengas un buen día por allá” y todos se van. Decides desayunar esa taza de leche con colacao, sin nada más porque estás intentando perder algunos kilos, antes de ponerte a la faena que te habías marcado para hoy. A saber: recoger y doblar la ropa tendida, poner la lavadora, tender antes de ir a por los niños al colegio (porque después sabes que no podrás), barrer el salón, pasar la fregona, recoger la cocina y escribir un par de entradas para no ir agobiada el resto de la semana. Tampoco parece tanto, ¿no? Si te organizas bien, puedes hacerlo en una mañana.

Mientras desayunas, te pones a mirar las estadísticas de visitas que tu blog tuvo ayer. Vaya, han caído un poco, pero, mira, tienes un nuevo follower. Guay. Aún te queda media taza y miras el correo. Un comentario, lo contestas. Un sorbito más en la taza, ya que te has quitado la tostada, al menos que dure. Entonces entras en Twitter aun a sabiendas de que no deberías… Empiezas mirando los mensajes de anoche, esos que no viste por estar… “pensando”, ejem. Anda, @fulanita ha publicado una entrada nueva. Decides echarle un vistazo porque te partes con ese blog y qué mejor manera de empezar el día que con unas risas. Lo lees. Te ríes. Vuelves a Twitter. A @menganito le han hecho una entrevista. Decides leerla porque seguro que es corta. Bueno, no es corta, pero ya que estás, te la lees entera. Otra entrada de @zunatita. Ésta dice verdades como puños. Así que también la lees.

En éstas estás cuando oyes al Peque. ¿Ya? Hoy se ha despertado antes. Ah, que no, que tú te las liado, venga a leer, y se te ha pasado el rato que ibas a dedicar a recoger y doblar la ropa. Te dices a ti misma que le das de desayunar y te pones las pilas. Vas a por el Peque con el biberón, te recibe con una sonrisa que te desarma, no puedes evitar jugar un poco con él. Desayuna. Le cambias y empiezas a hacerle pedorretas que sabes que le encantan. Juegas otro rato más con él. Y tú aún en pijama.

Por fin, consigues, muy a tu pesar, dejarle un rato para hacer tus cosas. Te quitas el pijama, te peinas un poco. Ves que es misión imposible. Desistes. Pasas a otra cosa. Decides poner la lavadora, para que vaya adelantando. Recoges la ropa y, cuando vas a tenderla, te llega un mensaje. Una mención en Twitter. Decides verla rápidamente. Después de 20 minutos te das cuenta de que el “rápidamente” dura ya demasiado. Te pones las pilas, terminas de recoger y decides doblarla más tarde.

Empiezas a hacer el puré a toda leche porque ya vas con la hora pegada al culo. Entre pitos y flautas, ya se te ha pasado media mañana. Mierda. El salón lo barres luego. Y la fregona, ya veremos. El Peque lloriquea. “Se ha hecho caca, seguro”, piensas. Y aciertas. Le cambias corriendo. Más pedorretas. Más besitos. Otro rato que se te ha ido sin saber porqué. Sólo la lavadora consigue sacarte de tu ensimismamiento. Vas rauda y veloz a tender la ropa. Mensajito. Esta vez decides no mirar. Pero mientras tiendes sabes que alguien 2.0 reclama tu atención. Terminas de tender y miras el mensaje. Era publicidad. Joer, qué desilusión. Bueno, mejor así porque no te lías más.

Empiezas a recoger la cocina, pero te llega un mensaje de Whatsapp. Lo contestas. Te llega otro de otra conversación. Sin saber cómo, acabas manteniendo tres conversaciones a la vez. Miras la hora. Peque tiene que comer. Con toda la diplomacia de la que dispones y con la prisa pisándote los talones, te despides de todos y sales de las conversaciones.

Empiezas a darle de comer al Peque mientras que con el rabillo del ojo miras el ordenador. Por fin termina el puré. A dormir. Le acuestas. Bien, se ha dormido sin problemas. Vuelves a lo tuyo. Es pronto aún, pero decides comer ya por si la siesta le dura poco. Comes. Te acuerdas que pensaste en barrer el salón después. No te apetece nada. Decides descansar un poco, que llevas toda la mañana corriendo. Miras blogs. Te ríes, te indignas, comentas, empatizas, vuelves a reírte, comentas más… Entonces recuerdas cómo has dejado la cocina. Cuando lleguen los niños del cole no tendrás tiempo de fregar. Muy a tu pesar, vas a la cocina. Friegas. Terminas. Decides barrer. Barres. Ya no sabes ni qué te queda por hacer. Ves el montón de ropa por doblar. Piensas “hoy no, querida, mejor lo dejamos para mañana”.

En estas te suena la alarma para ir a buscar a los Trastos mayores. ¿Ya? Con todo el dolor de tu corazón, despiertas el Peque, quien, lejos de llorar, te sonríe otra vez. Nota mental: “ponerle un piso cuando sea mayor”. Le cambias para salir. Le incrustas en el carro. Coges la basura y sales a la calle. Tiras la basura, recoges a los Trastos, llegas a casa. Coges aire y te preparas para la gincana que te espera: meriendas, baños, visitas varias al baño, terciar en disputas tan trascendentales como quién se sienta dónde, peleas con la cena (no me gusta; quiero más; pues no hay ¿quieres queso?; no, quiero más de lo de antes…), cruzar los dedos para que el Tripadre llegue a tiempo y no tengas que bañar al Peque mientras dejas a los otros dos solos campando a sus anchas y tramando no sabes qué…

Llega el Tripadre justo cuando estás dando la cena al Peque y los otros dos juegan al fútbol en el salón con los cojines. Acuestas al Peque. Al Tripadre le toca acostar a los otros dos. El Mediano se emperejila en que no quiere que le acueste su padre. Al grito de “tú no, mami”, te levantas del sofá mientras piensas “si mi culo ni lo ha rozado”. Entre los dos acostáis a los Trastos mayores. Muchos besos y muchos “te quiero” después, consigues volver al sofá. El Tripadre hace la cena. Suspiras, por fin un rato de tranquilidad, paz, armonía… “¡Ya te estás durmiendo!” oyes desde la puerta. Te incorporas muy digna y dices “¿Yo? Qué va”, pero en tu interior sólo piensas en tu cama, en lo solita que está la pobre…

Cenáis. Convences al Tripadre para que no ponga ese programa que no te gusta nada, sino la peli que tenías ganas de ver. Ganas la disputa muy a su pesar. Te arropas con la mantita. Al rato te das cuenta de que la peli ha terminado y el Tripadre te dice que es hora de irse a dormir. ¡Por fin! ¡Tu cama! La visita al baño te hace darte cuenta de que el día no te ha cundido como pensabas. Te metes en la cama y, mientras te arropas, piensas que mañana no te pasará lo mismo. Te acurrucas. Besito de buenas noches y te duermes feliz. Al día siguiente, tienes la extraña sensación de que eres Bill Murray en el Día de la marmota.

CONTRAS:

  1. El día nunca cunde como pensabas. Pero tú no aprendes y sigues intentándolo cada mañana. No hay dolor.

  2. Siempre hay algo que pensabas que te llevaría poco tiempo y, para tu desgracia, nunca es así. Pero sigues sin aprender.

  3. Las mejores ideas para escribir una entrada del blog te asaltan sin piedad cuando no puedes ni apuntarlas. El aire de mi casa está llena de entradas geniales que, me temo, no verán nunca la luz.

PROS:

  1. El día que consigues centrarte y acostarte con todos tus “deberes” hechos te duermes realmente feliz. Estos días son tan comunes como los años bisiestos.

  2. Al final, no sabes cómo, lo más importante sale adelante. Tus hijos han comido, han jugado, se han divertido, están bañados y se acuestan felices. Tú eres feliz.

  3. Siempre queda el día de mañana para intentar hacerlo mejor. De ilusión también se vive.

  4. Cuando llevas 15 días así, ya sabes más o menos lo que más tiempo te ocupa. Intentas organizarte mejor. Lástima que yo no siempre lo consiga…

Sé que no me va a ayudar a organizarme mejor, pero ¿a vosotros/as también os pasa? ¿O soy la única?