La premisa es sencilla: una mañana, un grupo de ovejas descubren el cadáver de George, su pastor, con una pala clavada. A partir de ahí deciden investigar, como en una de las novelas de detectives que les leía George, quién es el asesino y por qué se ha cometido este asesinato. Un rebaño de ovejas que se convierten en detectives. Hay que reconocer que la idea es original. Y da mucho juego. El tratamiento es oportuno. Las ovejas, aunque personificadas, se comportan y piensan como lo que son, ovejas. Tiernas y lerditas. Por supuesto, la novela está repleta de escenas hilarantes, con una apoteosis teatral final. Para mí, el mejor momento del libro.
A diferencia de Rosa Montero, a mí me costó un poco meterme en la historia, pero una vez lo hice, fue puro placer. A mí también me gustaría que se me ocurriesen ideas tan ingeniosas. Como ella pienso que el gran acierto de la novela es que las ovejas se comporten como tales. El juego entre lo que las ovejas esperan del mundo y cómo lo ven en contraposición con el mundo de los humanos, y la inevitable incomprensión que se deriva, aunque lógico, es sencillamente genial.
Salamandra ha publicado recientemente una segunda entrega de este mismo universo: ¡Qué viene el lobo!