De óxido y hueso

Publicado el 17 diciembre 2012 por José Angel Barrueco

Jacques Audiard, tras la tremenda e impactante Un profeta, vuelve a sumergirnos en los abismos del dolor y de la mala suerte. Los personajes de su Rust and Bone están heridos, física y/o psíquicamente, y esto no cambia aunque sus vidas se crucen y poco a poco se vayan complementando. Diríase que incluso el encuentro afianza su mala fortuna. Stéphanie (Marion Cotillard: espléndida, se merece todos los premios del año) sufre un accidente que cambiará su vida, sus relaciones y su circunstancia laboral. Alí (Matthias Schoenaerts, comedido y eficaz en su papel) tiene un hijo, pero no hay al lado una madre ni un trabajo que los sustente, y deberá vivir de la caridad de su hermana y de empleos de machaca hasta que empieza a combatir en peleas callejeras e ilegales. Estos dos personajes cruzan sus caminos. Y, como en una tragicomedia, están destinados a sufrir.
La habilidad de Audiard tras la cámara es evidente, y resulta ser lo mejor del filme junto al trabajo de Cotillard: el director siempre sabe dónde colocar la cámara, y ahí van unos ejemplos (SPOILER): el primer plano de la película es de unos pies y unas piernas caminando aprisa por la calle, y los pies y las piernas adquieren en la historia una importancia total, definitiva: porque ella las perderá; Audiard ya empieza a avisarnos con ese plano porque la cámara se sitúa justo ahí, igual que la primera vez que Alí se fija en Stéphanie, mirando y admirando sus piernas…; o ese instante en el que filma a Alí de lejos, orinando en la nieve, y bastan el silencio y la posición de la cámara para alertarnos de que algo grave va a suceder (Fin del SPOILER). A medida que transcurre la historia uno siente un nudo en el estómago. Hay películas que suponen una evasión (las de Stallone y Schwarzenegger, los megahits de Hollywood, etc) y otras que representan la vida en toda su crudeza (con sus injusticias, con el paro, con la miseria, las enfermedades y las roturas, los accidentes, los desengaños amorosos, etc) y De óxido y hueso entra lógicamente dentro de las segundas. Por eso, quizá, es tan impactante. Sin embargo hay que reprocharle algo: hacia el final se le empieza a ir la mano al director y el filme se acerca peligrosamente a la acumulación de dramas y desgracias de, por ejemplo, Biutiful (por citar una película que no me gustó y que cae en los vicios que su director antes había evitado); por fortuna, cuando la catástrofe ya agobia al espectador, la historia termina.