De pana, de blue jean y otras yerbas

Publicado el 06 septiembre 2010 por Jlmaldonado
El tema me ha estado dando vueltas en la cabeza desde hace un buen tiempo. Aclaro que no ando con falsos puritanismos por lo que voy a comentar a través de esta especie de auto-reflexión pública, la cual tiene qué ver con el habla común de los venezolanos, y en particular, de los caraqueños.
Años atrás, con delicadeza, me acercaba a mis contertulios y les decía «evita la muletilla… ». Se los decía aparte, en solitario. Nadie –para mi suerte– se molestaba por la sugerencia; por el contrario, era bien recibida. Las más comunes eran (y siguen siendo): “Bueno nada…esto; bueno nada…aquello”; el infaltable “esteee… tal cosa”, o el reiterativo, “de verdad esto… de verdad que...”.
Luego me cansé de hacerlo porque sencillamente aquello era un trabajo interminable. Además, quién era yo para andar en unas de Carreter o de falso Saussure, en una sociedad cuyo habla puede cambiar en meses, semanas o incluso días, algo muy propio de la lengua como ¿herramienta?, ¿mecanismo?, que se auto reconstruye para satisfacer el proceso de comunicación de aquel que la emplea (es decir, todo el mundo).
Un buen ejemplo de esto sería el “spanglish”, el cual día a día va en aumento en los Estados Unidos de Norteamérica. No diría que como una lengua consolidada, pero sí en proceso de llegar a serlo quién sabe en cuánto tiempo. De esto hay mucho qué decir por lo cual los remito a Ilan Stavans, quien sí sabe del tema.
Retomo el punto de las muletillas, mejor aún, de la aberrante muletilla que hoy día puede escucharse en las calles caraqueñas sin importar edad, nivel socio-cultural, económico, racial, sexual y otras especies de quien la utiliza. Ojo y ahí les va la segunda aclaratoria: esto no tiene qué ver con desviaciones sexuales, no es el punto, eso sería fruto de un árbol distinto al que toco en este instante y del cual no me interesa hablar. Y como el papel aguanta todo, meto aquí el reconocidísimo “verga” marabino que está en todas partes del Estado Zulia, que no funge como muletilla, sino más bien, como una razón de ser, como un emblema idiomático de la única región de Venezuela en donde se utiliza el voseo (son nuestros argentinos) y que sinceramente me parece menos soez que el que les plantearé a continuación.
Préstele atención a cualquier conversación que se le atraviese en el camino, no importa si está en una empresa privada o pública, en la calle o tal vez en su propio lugar de trabajo o vivienda; más aún, tal vez usted sea el protagonista y no se ha dado cuenta, porque las muletillas son así de impertinentes y salen con mercuriana fluidez, no digo ya de las bocas, sino del cerebro. La mayoría de las personas, no todos evidentemente, inician su conversación así: «marico…viste que»…«marico qué arrecho tal cosa»…«marico, ven cuando…» Honestamente prefiero el «de pana…tal cosa…de pana esto y aquello», al lerdo «marico…aquello y lo otro».
El término es utilizado para entrar en confianza, para decirle al interlocutor que se le aprecia, que es amigo, que es incluso familia, y que por tanto, no es una acusación de desviación sexual, sino por el contrario, una invitación a una amena charla. Es más, el lenguaje es tan maleable que un saludo muy normal entre nosotros, y que sin duda denota una clara cercanía entre emisor-receptor, es por ejemplo: «epa coño e madre, cómo está la vaina!» (la vaina aquí es lo de menos). Pero volviendo al excelso adjetivo, muletilla o introito tertuliano, las mujeres tampoco escapan al fenómeno mariquista, porque éstas también van de: «marica…viste qué bueno está el tipo»; y si quieren acentuar la emoción, la hipérbole conversatoria, añaden: «marica güevona, eso está… tal cosa».
Hace unos meses atrás mientras ya me revoloteaba la idea que hoy ya ven a través de estos escombros, conversaba con una persona de asuntos laborales y ante los incesantes vaivenes de “marico esto, marico aquello”, le dije: «te reto a que de ahora en adelante evites el “marico” mientras hablas». Oh sorpresa cuando la persona se vio frenada, acortada de palabra –y también de pensamiento– para seguir conversando. Hablaba, pero no con la soltura de antes. Le costó hacerlo. Luego me dijo apenado «qué mal hablo». Hoy día doy fe de que esta persona ya no utiliza el ramplón término para entablar conversación. Se llevó la sugerencia en el bolsillo y cuando eventualmente nos vemos, me lo agradece, porque hasta los hijos lo borraron de su habla –me dijo.
Cualquiera jura que ando en un proceso evangelizador, nada qué ver, y de seguro se preguntarán, “¿y en qué antro te lo pasas metido que la gente habla así?”, a lo que respondería: «señores, esto está en todas partes». En días recientes fui testigo cómo dos altos ejecutivos muy bien trajeados, maletines de cuero, tag heuers en sendas muñecas, cuarentones ya, conversaban en un consulado europeo con “maricos van…y maricos vienen”, mientras les tocaba su turno para el trámite del pasaporte; peor aún, un par de meses atrás estuve en el bautizo de un libro de una reconocida editorial, y conversando con “escritores”, unos mediando la veintena y otros que les duplicaban la edad, la palabrita iba y venía. Sí, “escritores”, buenos narradores en el papel, pero pésimos contertulios. Es como si fueran peces que no se dan cuenta que están en el agua, y que el preciado líquido es precisamente el medio que les da vida, que los identifica para hacerse llamar “escritores”: agua es a pez, como el habla es a escritor. A mi juicio esto supera el detestable “aperturar” que escuché en la voz de una reconocidísima periodista en horario prime time de la radio. Es más, fue un dos en uno: “me intriga de que la gente, no pueda aperturar…”.
Creo que fue Rousseau quien dijo que “las cabezas se forman por las lenguas”, algo así. Sin duda la pereza mental hay que combatirla, “de pana”.