De paseo

Publicado el 19 noviembre 2020 por Molinos @molinos1282
Mi perro, Turbón, es muy pesado. Es el perro más pesado del planeta. En realidad tampoco es mi perro, es el de todos los que vivimos en este casa y es un poco más de mi madre, de mi hermano Borja y de mis hijas y mis sobrinos. Los dos perros son un poco más de todos ellos pero, este año, como llevo viviendo aquí tanto tiempo son también un poco míos. Turbón es uno de los perros más guapos del planeta pero es un brasas. Sacarlo de paseo es ir arrastrando una mole de 55 kilos que va oliendo absolutamente todo: cada planta, cada roca, cada esquina, cada grieta, cada tapia, cada recodo. ¿Puedes con él? te preguntan cuando te ven caminando con él pensando que si tira fuerte de la correa, saldrás disparada. Turbón no corre jamás, soy yo la que tengo que arrastrarle para que deje de frotar el morro contra todo. A veces creo que está haciendo una cata olfativa de cada pis que otros perros, caballos, gatos o humanos han hecho en el campo. 

Antes de ayer salimos de paseo, Juan y yo, con los perros. Nunca habíamos salido de paseo con ellos, pensé que era bonito que después de tantos años de amistad nos queden cosas por hacer por primera vez. Salimos sin rumbo fijo, con Juan llevando a Tuca en un agradable trotecillo a su lado y yo arrastrando a Turbón que permanece siempre imperturbable a mis gritos de "Turbón, no seas pesado". Bordeamos el río, vigilamos las obras de casas de amigos, vimos vacas a las que, por supuesto, los perros no hicieron ni caso, desechamos casas que quizás pueda comprarme en algún momento porque están muy cerca de la carretera o porque son muy feas o porque sospechamos que tienen vecinos gritones. Soltamos a los perros un rato para que corretearan y hablamos de Trump y de cotilleos de Los Molinos y de impuestos. Se fue haciendo de noche mientras bajábamos por el pinar y bordeábamos la cuadra de Juan, un prado con una construcción de piedra antigua a la que íbamos de pequeños a merendar y a pasar la tarde. Era ya casi de noche pero ver la cuadra, el prado,  era casi como atisbarnos hace treinta años, llenos de hormonas y de adolescencia intentando gustarnos unos a otros porque eso es lo que se hace de adolescente, buscar que alguien te guste y gustar a alguien entre la gente que conoces. Rara vez funciona bien pero claro, eso también hay que aprenderlo. Pensé que, con suerte, dentro de treinta años seguiremos paseando por aquí, con otros perros o sin perros y que tenemos mucha suerte. Llegamos al borde de la  civilización de noche cerrada y por las calles desiertas alumbradas por farolas escasas seguimos comentando las casas, los planes que tenemos para cuando me encuentre mejor y las desacertadas decisiones estéticas y constructivas de todo aquel que pone una baranda de escayola en su terraza. 

Al llegar a casa, Turbón estaba exhausto pero supongo que con su olfato colmado de nuevos aromas y Tuca iba con la lengua fuera. Invité a Juan a un trozo de bizcocho. Él ha vuelto a meterme en la lista de gente que puede despertarle de la siesta y yo pensé que había sido una buena tarde.