De portabebés en portabebés.

Por Dealgodon
Suena el despertador, son las 6’30 y mi día de madre atareada comienza. Consigo ducharme y vestirme sin despertar al bebé de 6 meses que duerme a pierna suelta ¡bien! Desayuno y preparo los almuerzos de los peques grandes, me acerco a su habitación, los despierto a besos y de repente se desata el INFIERNO (así, con mayúsculas): el peque se ha despertado. Me acerco al armario con el niño en brazos y saco el mei tai. Me facilita ponerme al peque a la espalda para tener los brazos libres para achuchar y atender a mis mayores, que no llevan bien las horas intempestivas. Me gusta usarlo ahora que Manrique ya tiene una edad adecuada, además como es rápido de poner no tardo un suspiro en estar pendiente de los otros dos.

fulares portabebes lana meitai

Bien, con todo apañado toca salir de casa, dejo a Manrique recién vestido encima de la cama con una muralla de almohadas por si decide hacer salto al vacío y cojo un fular para hacerme una cruz simple con preanudado. Sé que no es lo mejor porque la tensión que se consigue no es tan perfecta como con un nudo normal, pero voy a necesitar sacar y meter al niño varias veces en poco más de una hora… el reloj obliga. Echo de menos la época en que el ratón era tan liviano que podía usar un fular elástico. He cogido un fular tejido, un calin bleu para no pasar calor en el coche por su tejido de gasa, me resulta más fresco y menos “aparatoso” para llevar puesto mientras conduzco. Tras el paseo mañanero dejando niños en coles diversos hoy toca compra, mientras el niño sigue haciendo pedorretas en el coche me deshago el nudo para hacerme algo más ajustado. Uso un nudo a la cadera, que Manrique ya muestra interés por el mundo que le rodea y así le puedo ir dando besos y enseñando botes y cajas…

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Llego a casa y Manrique después de desayunar me mira con cara de “hoy toca trapo, mami, estoy demasiado cansado para jugar”. Voy a estar un rato largo y además siempre existe la posibilidad de una siesta, así que pienso hacerme una doble hamaca para estar lo más ligera posible para recoger y cocinar, nada de nudos delanteros o a la cadera estando en la cocina o cerca de la plancha. Esta vez elijo un didymos, un fular conocido por cualquiera que empiece en el porteo, por su fantástica estética  y por la gran calidad de sus fulares.

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De repente ya son las 12’30, toca salir de casa de nuevo a recoger a los niños. Esta vez tiro de bandolera. Me encanta mi bandolera, es de tela de fular y para estos ratos cortos me resulta tan cómoda como práctica, reconozco que suelo ir ajustando casi sin mirar mientras camino, en cuanto le coges el truco hay pocas cosas tan cómodas para los ratitos como una bando.

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Después llegar a casa, comer, siesta (si se dejan), recoger, merienda y como hace un día espléndido vamos a ir al parque. Hoy he tenido la suerte de que papá ha llegado antes y él elige un fular para llevar a Manrique. El parque nos cae lejos e Íñigo se cansa a veces de su moto, así que cojo mi mochila y me la pongo en un pispas, da gusto lo rápido que la tengo ajustada  a mi talla, así no nos da pereza usarla ambos indistintamente. Quizá la use con Guzmán, que aunque tenga 4 años y pese cerca de 18 kilos hay (muchas) veces que si me ve libre aún quiere su ratito de brazos, o quizá se quede de adorno. Menos mal que doblada no abulta nada. Tras volver a casa, los baños y las cenas, acostarlos con un cuento y muchos mimos. Por fin el día se acaba y toca relajarse aunque, ahora que lo pienso, mañana toca piscina… ¿habré guardado el tonga?