Foto: Felipe Serrano
CUANDO COMENCÉ A escribir ‘La flor del magnolio’ desconocía por completo cuál sería finalmente el color literario de la obra. Por lo que tenía entre manos en esa fase tan incipiente -un cadáver emparedado, una investigación policial, un club de alterne, una trama relacionada con diamantes…- y por mi propia afinidad como lector, ya intuía que la obra sería “negra” o, cuando menos, algo “oscurita”. Era lo que me pedía el cuerpo, más allá de mi daltonismo literario, y a ello me dediqué de la mejor manera que pude.Pero una cosa, claro, es el empeño del autor y otra bien distinta el resultado final. Hablo siempre, mal que me pese, en primera persona, a sabiendas de que el veredicto más fiable, y acaso el único válido, es el del lector que es quien en última instancia establece su propia clasificación, más allá de las que comercial o convencionalmente se haya establecido.¿Caben los sentimientos en la novela negra? ¿Son compatibles las emociones y el intimismo con el drama humano? ¿Hasta dónde puede llegar el moralismo? ¿Hasta qué punto la violencia debe prevalecer sobre el conflicto interior? ¿Cuáles son los cánones y quién los fija?... Confieso que no tengo la respuesta para todas estas preguntas, que me asaltaron desde el primer instante del proceso literario, y que me siguen interpelando con frecuencia.Necesitaba dar todo este rodeo para tratar de explicar que, como autor debutante en el áspero mundo de la ficción, me encuentro en tierra de nadie. Y no demasiado incómodo, por cierto, si se me permite la inmodestia. La novela negra tiene tantos y tan admirables maestros y acólitos, cuyos textos son tan canónicamente impecables, que, cuando uno se asoma al patio literario prefiere pasar de puntillas. Lo que de verdad importa, acaso lo único, más allá de la etiqueta, es atrapar al lector y que al minuto siguiente de haber terminado la obra sienta un gran desasosiego al saber que echará de menos a los personajes con los que ha compartido su tiempo. Con los que ha convivido durante horas, relegando incluso otras ocupaciones. Personajes que ha amado u odiado, que le han ofrecido una perspectiva distinta de la condición humana, no necesariamente mejor, que le han acompañado y con los que ha decidido repartir su vida.