Si no los hubiéramos coloreado, ¿serías capaz de distinguir cuál
de estos cerebros es de hombre o de mujer? Para hacerlo, los científicos usan FACTORES BIOLÓGICOS. Pero no siempre aciertan.
No, no, gira a la derecha, ¡la OTRA derecha!” ¿Con qué tono (masculino o femenino) ha reproducido tu imaginación semejante frase? ¿en qué situación?
Si el sistema de vigilancia para garantizar la corrección política de tu pensamiento se ha puesto en marcha, puede que la sinceridad no haya triunfado. Al fin y al cabo, las preguntas apuntan a un tema espinoso: en qué medida nuestras actitudes y capacidades quedaron decididas cuando la fecundación sacó la carta cromosómica X o Y, y pueden relacionarse, sin más, con el sexo biológico de cada individuo.
Desde el punto de vista físico, las características que en la mayoría de los casos nos permiten identificar a simple vista a qué grupo sexual pertenece una persona tienen su prolongación en ese intrigante órgano oculto bajo el cráneo. Y lógicamente se reflejan en el comportamiento, si bien en una proporción mínima respecto a las mayoritarias coincidencias que, como seres humanos, compartimos.
Pura fisiología
Uno de los puntos clave a la hora de desenmascarar esos estereotipos es hasta qué punto los contrastes se deben a las influencias ambientales y culturales. Colom asegura que “niños y niñas no vienen al mundo como si fuesen una página en blanco que espera ser escrita por las condiciones del entorno. Es posible que sean una página, pero parte de la historia está escrita”.
Hugo Liaño, profesor jefe de Neurología de la Clínica Universitaria Puerta de Hierro, de Madrid, insiste en dejarlo claro: “Existe un cerebro masculino, con características de las que suele tener el hombre, y un cerebro femenino”. Y explica que ambos se distinguen en dos planos diferentes: el de la orientación sexual y el que afecta a las capacidades cognitivas.
En el primero de ellos encontramos la presencia de los “genitales más íntimos”, en los que el tamaño no solo importa, sino que define el dimorfismo sexual: en el hipotálamo existen unos minúsculos grupos de células con una función determinada, llamados núcleos intersticiales del hipotálamo anterior (NIHA). Los que nos incumben ahora son el NIHA2 y el NIHA3, dos y tres veces, respectivamente, mayores en el hombre que en la mujer. “Las conductas de orientación sexual masculina y femenina se relacionan con estas características”, añade Liaño.
Por supuesto, la cuestión de la homosexualidad se abre camino de inmediato en este contexto, y pregunta por su propia identificación morfológica. Sin embargo, el profesor de Neurología confirma que la búsqueda de tal rasgo ha resultado infructuosa. A pesar de que en 1991 el neurocientífico canadiense Simon Levay anunció en la revista Science que el tamaño medio del NIHA3 era menor en los hombres homosexuales, sus métodos de investigación quedaron refutados tres años más tarde por una revisión de su trabajo hecha en el Centro Superior de Investigaciones Científicas español.
Cuestión de hormonas
El mecanismo de diferenciación sexual está propulsado por un baño de hormonas que empieza a cocerse ya en el útero materno. Entre las semanas novena y decimosexta de la gestación se sitúa el “período crítico”, la primera de las fases previstas por la naturaleza para reforzar esa decisión inicial sobre nuestra condición de hombres o mujeres, y cuyos capítulos de continuación tienen lugar en los meses siguientes al nacimiento y en la pubertad.
En dicho período, los testículos comienzan a producir testosterona y someten al feto masculino a una auténtica impregnación en esa hormona. Los fetos hembra, por su parte, reciben también su ración, producida esta vez por los ovarios, pero en cantidades mucho menores. Como consecuencia, quedan organizados los genitales, tanto internos como externos, así como las NIHA cerebrales con sus diferencias de tamaño, junto a la orientación sexual masculina o femenina, según manifiesta Hugo Liaño.
El papel de esta exposición a la testosterona prenatal ha sido objeto de numerosos estudios en los últimos años. Entre los descubrimientos más curiosos que se han hecho se encuentra su relación con la diferencia de tamaño entre los dedos índice y anular (véase el recuadro de la página anterior), pero sobre todo se ha buscado su parte de responsabilidad en esa porción de divergencias de intereses y conducta en razón del sexo que puede adscribirse a la biología.
Tierna edad
Como punto de partida se ha recurrido a la observación de niños, para buscar actitudes con la menor influencia posible del entorno. Quizá los más osados en su afán de buscar objetos de estudio lo más asépticos posible hayan sido los colaboradores del profesor de Psicología de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) Simon Baron-Cohen. Cámara en ristre, grabaron las reacciones de un buen número de bebés de 24 horas de vida ante un rostro humano y un móvil de juguete colgado sobre sus cunas.
Al analizar los vídeos apreciaron que las niñas tendían más a quedarse encandiladas con su semejante, mientras que los niños estrenaban su atención con el juguete. Asimismo, se ha comprobado que, si se les proporciona un coche para niños que puedan conducir, los chicos suelen lanzarse con él para embestir a sus compañeros, mientras que ellas se mantienen alejadas, con cuidado de no chocar con nadie.
En cuanto a la forma de relacionarse, las niñas suelen mirar más a los ojos a otras personas desde muy bebés, y ya con doce meses muestran su interés por intentar consolar a alguien con aspecto preocupado en su presencia. Una capacidad para captar sentimientos ajenos que, con siete años, las lleva a acertar en un porcentaje mucho más elevado que el de los niños qué persona conocida creen que ha podido hacer un comentario hiriente sobre alguien, lo cual apunta a una mayor predisposición para la empatía.
Cosas de la química
Ante tales evidencias, lo que se ha buscado es su relación con el cóctel hormonal del período de organización sexual durante la gestación. Para ello se han llevado al laboratorio precisamente los síndromes que presentan anomalías en este sentido, y se ha descubierto que los niños con hipogonadismo HHI, con niveles muy bajos de testosterona debidos al reducido tamaño de sus testículos, obtienen peores resultados que la media masculina en las pruebas de sistematización espacial. Los nacidos con el síndrome de insensibilidad a los andrógenos, por su parte, puntúan incluso por debajo de la media femenina en dicho test, lo cual hace pensar que ellas necesitan al menos cierta cantidad de andrógenos para alcanzar su nivel correspondiente en esa habilidad.
El polo opuesto se encuentra en las niñas con niveles excepcionalmente altos de andrógenos debido a una patología llamada CAH (hiperplasia adrenal congénita): su orientación espacial supera con mucho lo habitual en chicas, y además, entre un montón de juguetes de todo tipo tienden a elegir los típicos de chicos, como armas y coches.
El proceso funciona también cuando la descompensación hormonal tiene una fuente externa: durante un tiempo se utilizó una hormona femenina sintética, el dietilstilbestrol, para tratar en el embarazo a las mujeres que ya habían sufrido varios abortos espontáneos. Sus hijos varones resultaron mucho más propensos de lo habitual a jugar con muñecas.
Para asegurar esta relación con las hormonas incluso en niños sanos, la investigadora canadiense Gina Grimshaw midió los niveles de hormonas sexuales en el líquido amniótico de varias embarazadas entre las 14 y las 20 semanas de gestación. Siete años después realizó un test de rotación espacial a esos niños y niñas, y verificó que los mejores resultados correspondían a aquellos/as que habían recibido más testosterona en el vientre materno.
En la variedad está el gusto
Por tanto, uno de los factores biológicos en la organización de nuestro cerebro es la cantidad de hormonas a que hemos estado expuestos. Y dada la tremenda variabilidad de las dosis, el espectro de nuestras actitudes será igual de amplio. De hecho, Baron-Cohen, defiende que esos distintos niveles de testosterona dan lugar a dos formas de organización cerebral que no dependen al cien por cien del sexo biológico, una diferencia que le ha servido de base para sus estudios sobre el autismo (recuadro de la página anterior). Así, hay personas con un cerebro sistematizador (tendente a buscar las reglas que rigen un sistema), otras con un cerebro empático (con mayor facilidad para detectar emociones y establecer relaciones en base a ellas) y otras con un cerebro equilibrado, mitad y mitad.
Si bien considera que el cerebro masculino está más predispuesto al primer tipo y el femenino al segundo, un estudio de la Universidad de Cambridge concluyó que un 17% de los hombres tiene un cerebro empático, un 17% de las mujeres uno sistematizador y una gran proporción del resto un cerebro equilibrado. Si te apetece saber en qué punto del espectro perfilado por Baron-Cohen te encuentras, en la página 100 puedes realizar los tests de este investigador. Y recuerda que no se trata de un diagnóstico sobre tu capacidad intelectual, sino de cómo te sitúas ante el mundo que te rodea.