¿De qué nos van a perdonar?
¿De no morirnos de hambre?
¿De no callarnos en nuestra miseria?
¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono?
¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados?
¿De no habernos atenido al código penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria?
¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos?
¿De habernos preparado bien y a conciencia antes de iniciar?
¿De haber llevado fusiles al combate en lugar de arcos y flechas?
¿De haber aprendido a pelear antes de hacerlo?
¿De ser mexicanos todos?
¿De ser mayoritariamente indígenas?
¿De llamar al pueblo mexicano todo a luchar, de todas las formas posibles, por lo que les pertenece?
¿De luchar por libertad, democracia y justicia?
¿De no seguir los patrones de las guerrillas anteriores?
¿De no rendirnos?
¿De no vendernos?
¿De no traicionarnos?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
¿Los que durante años y años se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra, que acabamos por dejar de tenerle miedo?
¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas?
¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte natural. Es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares?
¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera por fin, el “ya basta” que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a las muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez, pero ahora para vivir?
¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos?
¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua?
¿Los que nos tratan como extranjeros en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos?
¿Los que nos torturaron, apresaron, asesinaron y desaparecieron por el grave delito de querer un pedazo de tierra? No un pedazo grande, no un pedazo chico. Sólo un pedazo al que se pudiera sacar algo para completar el estómago.
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
¿El presidente de la República?
¿Los secretarios de Estado?
¿Los senadores?
¿Los diputados?
¿Los gobernadores?
¿Los presidentes municipales?
¿Los policías?
¿El ejército federal?
¿Los grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra?
¿Los partidos políticos?
¿Los intelectuales?
¿Galio y nexos?
¿Los medios de comunicación?
¿Los estudiantes?
¿Los maestros?
¿Los colonos?
¿Los obreros?
¿Los campesinos?
¿Los indígenas?
¿Los muertos de muerte inútil?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
Bueno, es todo por ahora. Salud y un abrazo. Y con este frío ambas cosas se agradecen, creo, aunque vengan de un profesional de la violencia.
Subcomandante insurgente Marcos
Subcomandante insurgente Marcos – ¿De qué tenemos que pedir perdón?
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