De querer la mutilación a odiarla
“Era un día de fiesta. Las mujeres estaban contentas, se ponían sus mejores galas y se comía bien. Era toda una celebración importante. Era que mi hermana se hacía mujer y se podía casar. Era la mutilación genital de mi hermana mayor. Ella no era consciente todavía de lo que le iba a pasar y estaba feliz, sintiéndose protagonista de la fiesta.
Yo era pequeña y quería que me mutilasen como a mi hermana. Quería una fiesta. Quería ser la protagonista. He de confesar que sentí pena al ver que no me mutilaban como a mi hermana.
Todo eso cambió.
Empecé a ir a la escuela, aprendía a leer, a escribir,
Cuando aprendí a pensar es cuando aprendí a odiar la mutilación.
Así es como pasé de querer la mutilación a odiarla.
Sé lo que es, lo he vivido, me han mutilado. No se lo deseo nadie. No voy a permitir que mutilen a mi hija. No voy a volver a defender esta práctica tan brutal, tenemos que acabar con ella. Mis amigas piensan como yo, no quieren la mutilación. La escuela nos ha enseñado a pensar, a pensar que las tradiciones pueden cambiar, que no son eternas.
La mutilación se acabará cuando todas las niñas vayan a la escuela y aprendan a defender sus derechos.
Aún así, no culpo a mi madre por mutilarme, sé que lo hizo pensando que era lo mejor para mí y para poder casarme.
Cuando aprendí a pensar es cuando aprendí a odiar la mutilación.
Así es como pasé de querer la mutilación a odiarla.”
Las cifras son escalofriantes.
La Organización Mundial de la Salud estima que cada año al menos 2 millones de mujeres y niñas se les practica la mutilación genital, es decir, unas 6 mil cada día.