Es esa misma Iglesia la que desea reescribir la historia y capturar la propiedad del edificio, sirviéndose de una modificación de la Ley Hipotecaria realizada en tiempos de Aznar y basándose en un derecho de uso, prolongado en el tiempo. Entre los motivos que le mueven a ello, confesados en parte, está la arrogancia de que todo el mundo conozca aquel monumento como Catedral de Córdoba y que se ignore lo que motivó su construcción y lo que simboliza la mayor parte de su espacio: ser una mezquita de origen musulmán.
Con esa intransigencia excluyente que le caracteriza, la Iglesia católica no sólo tiene prohibido cualquier culto o rezo que no sea católico en la Mezquita-Catedralde Córdoba, sino que además instala inscripciones en mármol con el nombre de los sacerdotes fallecidos en la Guerra Civil española (1936-1939), en recuerdo sectario de los caídos sólo en el lado de los que se sublevaron y fusilaron hasta 1975 para mantenerse en el poder, gracias, entre otros apoyos, a esa misma Iglesia que paseaba bajo palio al dictador.
De ahí que cause tanto revuelo esa desmedida ambición del Obispado cordobés por apropiarse de un bien terrenal, de propiedad pública por su valor cultural, cuya titularidad estatal no imposibilita a la Iglesia católica a seguir disfrutando de su derecho de uso, como viene haciendo desde la reconquista cristiana. Ahora quiere más, quiere las escrituras de propiedad ante el asombro de unos ciudadanos que se interrogan: ¿De quién es la Mezquita?