Hoy he querido darme un capricho. A pesar de la crisis, sí. De tanto en tanto va bien premiarse a una misma y preguntarse por qué no vas y te regalas algo, mujer, que son rebajas. De tanto en tanto va bien escuchar esa vocecilla consumista, sirena y vanidosa que susurra en la conciencia un dí que sí, morena. Vámonos tú y yo a sacarle brillo a esa tarjeta de crédito. Así que suelto las amarras de mis caderas que, mecidas por el ritmo de un porqueyolovalgo me llevan a la corriente de hombres y mujeres que circulan apresurados por el centro de la Gran Urbe y recalo, caprichosa, en acogedoras calas de dependientas sonrientes, etiquetas de precios chillonamente tachados y carteles con tantos por ciento de vértigo.
Sorteo con éxito las barreras invisibles que separan la ropa rebajada y la más atrayente - pero también mucho más cara- de la nueva temporada. Visito vestidores sin espejo. ¿Para qué poner diez espejos en lel interior de diez vestidores si con uno solo al final del pasillo basta? Las clientas se entretienen mucho menos, pues una vez comprobado que - ¡albricias!- la pieza elegida se desliza sobre la piel sin dificultades y cubriendo sin estrecheces pecho y cintura, se ven en la obligación de compartir un reducido espacio con otras mujeres frente a un único espejo. Educadamente -¿será que las dos hemos ido a un colegio de monjas?- comparto con otra clienta la mitad del reflejo mientras contemplamos cómo nos queda esta ropa candidata, extraña aún, con las etiquetas colgando. Escrutamos con ojo pretendidamente clínico nuestras curvas -las mías primero, las suyas después- y no podemos evitar una sonrisa de complicidad, divertidas, al comprobar que hemos realizado sin querer los mismos movimientos: al centro, giro a la izquierda, a la derecha, estirar el jersey, vuelta a la izquierda, peinar el cabello mirando al frente. Al final, casi al unísono, la última mirada que decide el sí o el no. Llevamos modelos diferentes, pero frente al espejo mi agradable desconocida y yo no parecemos tan distintas. Me gusta su jersey de grandes mariposas amarillas sobre fondo verde, pero decido que me gusta más el que llevo puesto, de fondo negro y gris, con un pájaro de fuego bordado en el pecho sobre una figura redonda que me recuerda vagamente a un mandala oriental. Decidido, sí.
Voy a probarme ahora el otro jersey, en tonos verdes, blancos y rojos, con una flor de cerezo y círculos verdes y blancos en las mangas. La mujer de antes ya no está, pero el jersey me queda perfecto. A una sensación de agradable cosquilleo se suma la banda sonora de Inception que empieza a sonar en la tienda de moda: lo reconozco, es el corte titulado Dream is collapsing. Sonrío. Pues va a ser que no. El sueño rebajil no tiene visos de estar llegando al colapso. Es más, me da que voy a ir a por colonia.
Llevo meses buscando una colonia con la que sentirme cómoda. Un perfume que me revele en lugar de disfrazarme de otra. Un aroma ligeramente picante, fresco pero a la vez profundo, con un toque dulce, pero de notas ácidas. Duradera, pero sin pesadez. Algo complejo, lo sé. Durante las pasadas vacaciones de Navidad he husmeado veinte marcas conocidas, sin éxito. Confieso que seguí en más de una ocasión, hipnotizada, el rastro fragante de Charlize Theron, mas terminé chocando contra un muro de precios imposibles... Algo me decía, sin embargo, que esta tarde no iba a terminar así.
Bingo.
Las diosas del consumo me sonríen esta tarde y descubro una fragancia que coincide exactamente conmigo y cuyo precio rebajado - gracias, gracias, gracias- hace que, por fin, lo que parecía imposible se encarne en una caja de perfume -rosa, lo sé; nada de este mundo es perfecto- hecho de mirra y limón. Mirra y limón, esa era la combinación perfecta. No dejo de sorprenderme al olerme allí, entera, tanto encerrado en tan poco, como en algunos versos de algunos poemas.
Cansada y satisfecha, me decido a regresar a casa. Mi amor me espera, trenzando silencios entre tweet y tweet. Sin embargo, aún queda una isla más antes de hundirme definitivamente en otro río, subterráneo esta vez: veo que a mi lado ofrecen DVDs compre cuatro pague tres... Empiezo con Transporter 1 y 2 -me gustas así, serio y elegante, duro y dulce, músculos de hierro y precisión oriental, Frank Martin... Recuerdo la escena del intento de secuestro en la consulta del doctor y me digo que adelante. Sigo con Ocean's Eleven -una de las pocas películas en que Brad Pitt no me parece estúpido y George Clooney ... es George Clooney, nohasefaltadesirnadamás... y termino con Inception, de la que acabaré hablando, lo sé, en alguna de mis anotaciones. El trailer prometía y tú me diste aún más, Leonardo. El último CD de Kylie Minogue, Aphrodita, pasaba por allí y ha acabado también en mi colección de adquisiciones.
Regreso a casa y me reciben el amor y un tupper de parte de mi suegra, Teresa, que ha hecho hoy albóndigas con salsa y, como siempre, ha pensado en mí. Teresa celebrará 87 años el próximo mes, y cocina como sólo saben hacerlo ellas, las madres de antes. Ha sobrevivido a muchas cosas en su vida: a una bomba de las muchas que cayeron sobre la población civil de Barcelona durante la guerra; a un ataque al corazón, a una subida de azúcar que la dejó sin habla durante unas horas y, recientemente, a un cáncer de pecho. 87 años de fortaleza que no le han hecho perder jamás la sonrisa, la bondad y las ganas de vivir.
Mi amor en la cocina, las albóndigas de Teresa, y en el comedor los pequeños caprichos que me he regalado esta tarde de fortuna, porque sí, porqueyolovalgo. Sonrío y me digo que todo está bien.
He vuelto a casa.