De remate

Por Mamaenalemania
Se suele comentar, así como muy a la ligera y sin darle demasiada importancia, que la maternidad es una fuerza oscura que aliena a sus víctimas de forma rotunda e irreversible.
Y qué verdad, oigan, como un templo.
Estamos todas cual regadera. Absolutamente todas.
Luego ya que una lo esté más que su vecina o que a la demencia le haya dado por manifestarse hoy con tales síntomas y mañana con otros distintos, depende de las circunstancias particulares de cada cual.
A saber: número de hijos, cantidad de culos limpiados al día, fase del ciclo menstrual, nivel de amotinamiento cachorril ante brócoli y derivados, país de residencia y un largo etcétera que resumiré - sin pecar de frívola y con la entusiasta aprobación del Maromen - en... cualquier cosa.
Para que se hagan ustedes una idea de la gravedad del asunto paranoico-maternal, les pondré un ejemplo fresco, así como de estos días atrás.
Ocurrió la pasada semana que, después de meses atosigando al Mayor para que recogiese su leonera individual y a bien tuviese devolverle el aspecto original de habitación molona de niño, lo hizo. Lo juro por Gott. Con algún puchero inicial y poquísimas ganas, eso sí, pero conseguí que mi primogénito se encerrase durante más de una hora a ordenar su cuarto.
No me aplaudan que ahora viene la parte mala.
Y es que, cuando terminó de presentarme el resultado con una visita guiada por todos los cajones, estantes, armario e incluso bajos de la cama, tropecé con algo. Con tres cajas de cartón, para ser exactos. A mi prudentísima pregunta de por qué se econtraban ahí esos elementos extraños, contestó un niño orgullosísimo de sí mismo que eran basuras.
Una para el papel, otra para el plástico y otra más para los restos de sacapuntas. ¿Porque eso cuenta como madera, no, mamá?
Sé que muchos de ustedes se estarán preguntando por la razón de mis lamentos, y conste que no les culpo. Si yo misma sermoneo diariamente a mi camada sobre la importancia del orden, el deber, el desarrollo sostenido, comer verduras y todas esas cosas que ejemplifican los adultos responsables ¿cómo no iban a acabar interiorizándolas?
Mas desde ese día me atormentaba mi diligencia. Recoger tu habitación bajo amenaza es algo más o menos natural con siete años. Reciclar por voluntad propia es síntoma inequívoco de infancia perdida.
No les sorprenderá pues que haya pasado una semana reconcomida por la culpa y la mala conciencia, sufriendo cada vez que el polluelo separaba eficiente sus despojos, fustigándome por haber afanado su inocencia antes de tiempo ¿verdad?
La buena noticia es que, esta mañana, viendo que sus papeleras rebosaban, ha decidio vaciarlas; y las ha descargado todas en el mismo cubo de la basura. Juntas, sí. Mezclando.
El Maromen suspira ahora decepcionado; pero a mí esto me ha devuelto la sonrisa. Y el impulso instructor.
De remate, ya se lo dije.