Aunque astronómicamente comenzó en septiembre pasado, no fue hasta hace dos días que el otoño hizo acto de presencia en España. Y lo hizo de manera súbita, haciéndonos pasar, de un día para otro, de un veranillo extemporáneo, que la gente aprovechaba para prolongar los paseos por la playa, a jornadas tormentosas que causaban inundaciones, granizadas y el desplome de las temperaturas. En las cumbres más altas se aposentaron las primeras nieves y los campos sedientos, que mantenían a los agricultores mirando al cielo cada mañana, sintieron el alivio de un agua que alejaba el fantasma de la sequía. Climatológicamente, el cambio fue repentino y drástico, sin ninguna transición que graduara la sustitución de las prendas veraniegas por las de abrigo. De los ventiladores a la caricia tierna de las sábanas para conciliar el sueño, haciéndonos buscar ese calor grato de una compañía de cama y secretos. Y es que, de repente, el otoño vino a ocupar su espacio e imponer su tiempo, tal vez molesto por el retraso de su llegada y la bondad transparente de los cielos. De repente, tras hacerse desear, se nos ha caído encima el otoño, dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Ya era hora.