Mientras los políticos que pugnan por mantener o recuperar un poder que en el fondo nunca han dejado y andan ajetreados levantando polvo con acusaciones y recriminaciones mutuas, enturbiando la atmósfera y el clima político, en las plazas la sociedad se organiza y, lo mejor de todo, es que ningún político sabe qué hacer con ellos, qué decir ni cómo comportarse. Y no son antisistema, son precisamente hijos de este sistema, por eso lo conocen mejor que nadie. Un sistema que hace tiempo viene deteriorándose porque ya nadie nota la diferencia entre si gobierna la derecha, la izquierda (todos luchando por un centro tibio), el presidente de un banco o de la mismísima Standard & Poors (normales y pobres, en su traducción literal). Unos y otros han estado demasiado tiempo de espaldas a las personas que, cita tras cita, les han dado segundas, terceras, cuartas oportunidades. Los jóvenes, y no tan jóvenes, que la indignación no conoce de edades sino de expectativas, miran de frente a las instituciones, a las mismas que después de tanto tiempo ignorándoles (ignorándonos) les resulta difícil, por no decir imposible, mirarles también de frente. Es tan constructiva su actitud y sus pretensiones, que llegan a los oídos de los políticos convertidas en munición lista para estallar. La respuesta es la falta de respuesta porque, de aquí al 22-M, todo lo que digan podrá ser utilizado en su contra. Es cuestión de justicia.