A comienzos de 1963, el Ejército de Vietnam del Sur no paraba de enviar informes entusiastas sobre sus victorias sobre el Vietcong. El MACV (Military Assistance Command, Vietnam) norteamericano tomaba esos informes, los embellecía y los enviaba a Washington. Los decisores en Washington estaban encantados: la guerra se estaba ganando. Los oficiales sobre el terreno tenían otra opinión, pero si la decían podían despedirse de sus carreras.
El 3 de enero de 1963, el Ejército survietnamita sufrió una dura derrota en Ap Bac debido a la falta de motivación y cobardía de sus tropas. El General al frente del MACV, Paul Harkins, se cogió un rebote terrible. ¿Con los incompetentes militares survietnamitas? No. Con el Teniente Coronel John Paul Vann, que estaba al frente de la 7ª División y dijo a los periodistas que la batalla había sido una derrota. Como darle la patada o fusilarle al amanecer (opción que seguramente le habría encantado a Harkins) habrían llamado demasiado la atención, se optó por relegarle.
En junio de 1963 Vann regresó a EEUU e hizo su causa la de explicar a quien quisiera oírle la verdad sobre la marcha de la guerra. Hizo algo de ruido, pero le impidieron hacer el único ruido que tal vez habría sido efectivo. El 8 de julio iba a dar un briefing ante la Junta de Jefes de Estado Mayor. Pocas horas antes del inicio del briefing, órdenes de muy arriba lo cancelaron. La guerra siguió diez años más.
Me he acordado del Teniente Coronel Vann, después de haber leído el artículo “Truth, Lies and Afghanistan: How Military Leaders Have Let Us Down” que el Teniente Coronel Daniel L. Davis acaba de publicar en el Armed Forces Journal de EEUU y en el que refleja su experiencia de un año en Afghanistán y tras haber hablado con unos 250 soldados, oficiales, miembros de las FFAA afghanas y civiles.
El punto de partida del artículo de Davis es que la imagen que presentan los documentos oficiales, siempre optimistas, no tiene nada que ver con la realidad sobre el terreno. Las principales aseveraciones de Davis son:
+ Los talibanes controlan el terreno y a la población. La gente teme enfrentárseles y entre aquellos afghanos que trabajan para las fuerzas de ISAF ya sea como intérpretes, conductores o similar, ya se ha extendido el temor a lo que les ocurrirá cuando las tropas extranjeras se retiren en 2014.
+ Las FFAA y cuerpos de seguridad afghanos no tienen ningún deseo de enfrentarse a los talibanes. A menudo existe la impresión de que hay un acuerdo tácito de no tirotearse mutuamente.
+ Las autoridades civiles afghanas no han mejorado el nivel de vida de la gente.
+ Todo lo anterior lleva a la desmoralización de los soldados norteamericanos. No se fían del Ejército afghano que supuestamente debería estar combatiendo a su lado contra el enemigo común. No se fían de que el Alto Mando realmente entienda cuál es la situación efectiva sobre el terreno. Han perdido de vista los objetivos últimos de la guerra y sus expectativas se limitan al deseo de llegar incólumes al final de su período de servicio en Afghanistán. Tal vez, el testimonio más gráfico sea el de un oficial que le dice: “¿Cómo miro a estos hombres a los ojos y les pido que salgan día tras día en estas misiones? Lo que es más duro: ¿Cómo le miro a los ojos a la esposa [de mi soldado] cuando vuelva y le digo que su marido murió por algo que merecía la pena?”
Todavía no se sabe si a Davis le darán la patada, le fusilarán al amanecer o le relegarán, pero todo esto tiene un tufillo a “déjà vu”…