De vez en cuando, amanece a oscuras en una ciudad extraña a la que acudimos persiguiendo un sueño. Soñar es sencillo. Hasta que despertamos echando de menos lo que quisimos dejar atrás cuando decidimos huir hacia adelante. A veces, la vida parece esta misma penumbra postiza de un dormitorio a deshora. Un intento desesperado por tratar de recordar cuándo empezamos a mirarnos sin vernos y a hablarnos sin decirnos nada mientras esperamos un mensaje de madrugada en el que interpretar lo que no se ha dicho.
De vez en cuando, conviene alejarse de ese miedo a la oscuridad que humaniza, pero no todo el tiempo. De vez en cuando, también conviene mirar a los ojos al temor de estar viviendo una vida plagada de errores y traiciones. De no decir las cosas a tiempo. De confundir definitivamente el precio de los afectos con el de las cosas. Cuando, de noche, me siento a escribir para combatir el frío, veo en la oscuridad lo que no nos dejó ver la luz del día. Que el orgullo no acierta a pronunciar una verdad desnuda. Que escapar no me llevó a ninguna parte. Que en este caos del mundo se está solo demasiadas veces.
De vez en cuando, deberíamos regresar a una conversación de aquellas que ensanchaban el día. Dejar de lado la tecnología y volver a ser sólo personas que toman café. Y seguir ese rastro de palabras que durante años han ido a desembocar directamente en el silencio. Y celebrar la vida, no como algo inevitable, sino como aquello que es posible. Y aparcar este desafecto preñado de soberbia que nos separa. Sólo de vez en cuando.
Porque, de vez en cuando, despierto a las seis de la mañana con ese peso en la conciencia con que se mide un mal sueño. En algún lugar del alma hacia el que a diario evitamos asomarnos, existe esa carga de culpa que ancla nuestra verdad a un fondo que queda lejos. Tan lejos como ese tiempo del que regresamos sin restos de aquellos pequeños detalles con sentido. Mensajes que no escribimos. Palabras que aprietan en ese rincón del cuerpo al que no alcanza una autopsia.
Que te quise. Que todavía te quiero. Que fue culpa mía...