En el libro que nos ocupa Vidal se sale del contexto geográfico que suele usar como localización para sus obras (Europa y Oriente Próximo) y se traslada al Japón medieval. En éste desarrolla una trama ficticia dentro de unos hechos históricos: las invasiones del Imperio Mongol sobre Japón. En ambos intentos, el primero tuvo lugar en 1274 y el segundo en 1281, Japón fue salvado de ser conquistado por tifones que hicieron retirarse a la flota mongola o que le infligieron severas pérdidas. De este casi milagroso hecho surgió el mito del "kamikaze", el viento divino que protege a la nación japonesa y que demuestra la protección que le otorgan los dioses.
El espacio temporal recogido se encuentra entre ambas invasiones cuando un oficial chino, cuyo país era aliado de los mongoles, es hecho prisionero tras la primera derrota y regalado como esclavo a uno de los samurais que habían liderado la defensa japonesa. La trama se centra en el problemático desarrollo de la relación entre ambos debido a las diferencias culturales que mantenían.
El oficial chino, a pesar de ser el esclavo, demuestra a lo largo del texto una gran superioridad en todos los aspectos sobre su dueño, como sugiere Vidal que sucedía en la época con la cultura china sobre la japonesa. Hasta aquí todo más o menos bien. Pero cuando se tiene muy avanzado el texto se descubren las verdaderas intenciones del autor. Sorprendentemente el prisionero chino es cristiano, lo cual históricamente no podía ser imposible pero sí extremadamente improbable. En ese momento la novela se transforma en el enésimo panfleto de proselitismo cristiano del autor ya que la superioridad de uno sobre el otro se traslada a la del cristianismo sobre las demás culturas y códigos morales. César Vidal es públicamente protestante y si uno conoce minimamente su obra puede reconocer que más haya de una posición particular es casi una obsesión personal, con lo que la novela termina perdiendo el poco interés que podía despertar en el lector.