Por Gabriel Eira y Nicolás Guigou*
I. La sorpresa.
Desde el oriente del Río de la Plata asoma un balconcito que no puede evitar cierto aire pueblerino. Como todos los diciembres, los que allí balconean preparan sus enseres para ese letargo (cada vez más interrumpido por las lógicas febriles del exigente capitalismo contemporáneo) que suele extenderse hasta el mes de abril. Estamos en Uruguay, en los finales del año 2019. Una atmósfera peculiar y visible producto del triunfo electoral de una coalición de centro-derecha y el consecuente final de la etapa progresista en esta parte del mundo, generan ciertas inquietudes sobre el futuro. De cualquier forma, las certezas mesocráticas son más fuertes: como siempre, nada cambiará demasiado. Por debajo, las diferentes formas de violencia social continúan explotando: femicidios, ajustes de cuentas entre narcos y la autoeliminación (una violencia silenciada) alcanza un récord histórico, manteniendo a las tierras orientales en el ya clásico primer lugar de país con mayor número de suicidios de América Latina.
II. Virus, mundo analógico y digitalidad.
Un virus informático no es más que un algoritmo de información digital que tiene por objetivo alterar el funcionamiento de dispositivos informáticos. Buscan y reemplazan información ejecutable por otra, que posee, también, la función de propagarse. Como los virus biológicos lo hacen con los organismos, los informáticos pueden llegar a destruir o solamente producir molestias. Se trata de información que agencia información para re-programar información. Su coeficiente de riesgo se configura a partir de dicho procedimiento. Aquí también la mismidad de la información corre el riesgo de estallar, a través de aquellos enlaces que eventualmente establezca con otros dispositivos. La información analógica se configura a partir de establecer analogías entre distintos elementos. Se trata de atribuir a unos elementos las propiedades de otros que pudieran resultar análogos. Esta información (aunque pudiera llegar a pretenderlo) no puede llegar a ser matemáticamente cierta, solamente puede intentar maximizar su coeficiente probabilístico. Se trata de una información que navega en el plano de la inducción; la certeza de sus premisas apoyan sus conclusiones, aunque no las garantizan.
Este modo de información, que caracterizaba la comunicación y el procesamiento de datos hasta fines del siglo pasado, ha sido transformado en la digitalidad que hoy habita y es habitada por los sujetos humanos.
III. Digitalidad y Covid-19.
El organismo infectado es la especie toda (por el Covid-19, la web y la mano invisible). El aislamiento, en tiempos de pandemia, genera un efecto de coalescencia en el cual partículas, tendencias y fuerzas opuestas se aglutinan por fin en el atanor alquímico, capaz de parir de manera definitiva y cierta el homúnculo del capitalismo del siglo XXI. Pandemia (del griego pandēmía) significa, además de enfermedad epidémica que se extiende a muchos países, “todo un pueblo” (al menos etimológicamente). De allí que también refiera a lo que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región.Por ello, la web es pandémica (los usuarios la llevan en el bolsillo con el smartphone), tanto como el Covid-19 y la manito de Adam Smith.
El siglo XXI acaece con un homúnculo difícil de auscultar y descifrar. Ni humano ni individuo, ese ser pareciera hiperbólico y sobre-dimensionado en su supuesto estar y habitar. Deseoso y obediente en su abandono del capitalismo analógico, el homúnculo se adiestra en esta contemporaneidad del encierro, en esta migración radical hacia la digitalidad plena. Atrás, quedan las ruinas, unas sobre otras, de la humana historia que el ángel benjaminiano observaba con desesperación y horror. El homúnculo ya no mira la pantalla. Se adentra en ella, deja que ingresen en sus pequeños miembros, en sus poros y piel mercuriales, las nuevas y viejas conexiones. Se trata de un capitalismo digital y de la digitalización del capitalismo. La manito de Adam Smith juguetea con el teclado de la notebook y la pantalllita del smartphone, mientras engorda su ociosidad corporal gracias a “pedidos ya” y al quedarse en casa. Como garantía:ß el miedo. Aquellos que no logren ingresar de manera adecuada y cierta a la matriz comunicacional, aquellos que no logren acceder como fuerza de trabajo virtualizada, conformarán una suerte de sobrante incapaz de ser digerido por las nuevas condiciones de producción y reproducción de la economía digital.
En ella, el eje vector, la fuerza productiva principal, son los datos del pensamiento. Un pensamiento no humano, con danzas de algoritmos, nano-bots y sofisticadas mezclas de especies, que devuelven al humano la imagen desfigurada de sí mismo; su propia mutilación. Se trata, también, de un enterramiento de todo el cuerpo institucional producido por las ilusiones del capitalismo analógico: individuo, sujeto, ciudadanía, democracia.
No va más, por favor pasame un mate.
Gabriel Eira (Profesor Adjunto, Facultad de Psicología, UDELAR), L. Nicolás Guigou (Profesor Titular, Facultad de Información y Comunicación, UDELAR).