¿Cómo diferenciar una brillante autoparodia del franco cinismo? Fácil: vea Deadpool (Ídem, EU, 2016), opera primade un tal Tim Miller.La más reciente entrega súper-heroica de la Casa Marvel inicia con una ingeniosa secuencia de créditos que se quiere irónica: el director es un “marioneta”, los guionistas son “los verdaderos héroes”, el malo es el típico “villano británico”, la chica está “buenota”, el protagonista es “un bueno para nada” y no falta “el cameo gratuito” (tratándose de una cinta de la Marvel, ya sabe usted de quién).Burlarse de los clichés puede resultar gracioso y debo confesar que a lo largo de la película no pude contener una que otra risa e, incluso, alguna carcajada. El problema es que fuera de esos chistoretes, algunos más afortunados que otros, no hay nada más que llame la atención en DeadpoolEs decir, no hay mucho ingenio en la historia –al final de cuentas, es otra película con súper-héroe en ristre-, su puesta en imágenes no es muy destacable que digamos –a menos que se crea que el freeze-frame o el ralenti fueron inventados en esta cinta- y el famoso rompimiento de la cuarta pared que ha llamado tanto la atención, es tan antiguo como El Regador Regado (Hermanos Lumière, 1895), cuando aquel chamaco travieso voltea a ver a la cámara buscando la complicidad del espectador.O, vamos, si cree usted que estoy exagerando con la referencia a los Lumière, van otros ejemplos un poco más recientes: la exasperada mirada de Oliver Hardy hacia la cámara cada vez que Stan Laurel lo hacía perder la paciencia, un borrachísimo Tin-tan apuntando hacia nosotros y acusándonos de ladrones o, apenas hace 40 añitos, Woody Allen sacando de una esquina a Marshall McLuhan para hacer callar a un pedante profesor universitario al que no le paraba la boca en la cola del cine.Dicho lo anterior, Deadpool no es el peor filme de la Marvel que he visto –creo que Avengers:Era de Ultrón (Whedon, 2015) es mucho peor o, por lo menos, más largo- e, insisto, algunos de los chistes funcionan, en gran medida por la vis cómico-relajienta de Ryan Reynolds, quien no tiene empacho en burlarse de sí mismo –de su condición de actor “carita”, por ejemplo- ni de su pasada interpretación comiquera –la desastrosa Linterna Verde (Campbell, 2011).Pero, volviendo a la pregunta inicial: ¿cómo detectar la brillante autoparodia del franco cinismo? He aquí el ejemplo perfecto: hacer una película que se burla continuamente de los clichés y que, de todos modos, está llena de ellos. Eso es Deadpool.