Death Note tiene una premisa irresistible: un misterioso cuaderno con el poder de causar la muerte de cualquiera cuyo nombre sea escrito en sus letales páginas. Algo así como El diablillo de la botella (1891) de Robert Louis Stevenson, en versión japonesa. Porque Death Note es primero un manga, firmado por Tsugumi Oba y Takeshi Obata en 2003; luego una recomendable serie anime dirigida por Tetsuro Araki en 2006; y varios largometrajes en imagen real, tres de ellos a cargo de Shusuke Kaneko y una reciente puesta al día, Death Note. El nuevo mundo (2016) por Shinsuke Sato. Ahora, esta atractiva historia encuentra su versión occidental, estadounidense, con Adam Wingard detrás de las cámaras. El director, especializado en cine de terror -You're Next (2011) y la reciente Blair Witch (2016), recupera los neones y la banda sonora ochentera -aquí de los hermanos Atticus y Leopold Ross- de su estupenda The Guest (2014) para ofrecernos una película que es pura serie B -en el buen sentido- producida por Netflix. La adaptación de Wingard destila lo mejor del material original hasta conseguir una narración sin pausa que funciona estupendamente para entretenernos durante 100 minutos. La historia se centra en Light Turner (Nat Wolff) depositario del siniestro libro a cuyas innumerables reglas tendrá que atenerse. El juego dramático y los giros que aportan estas reglas mágicas es la principal fortaleza del relato. Light tendrá que responder al insidioso demonio come-manzanas, guardián del libro, Ryuk, con la voz del inquietante Willen Dafoe. Completan el reparto Shea Whigham -Fargo- como el padre del héroe; la guapa Margaret Qualley -The Leftovers- como el interés romántico -aunque no es solo eso- y Lakeith Stanfield -Déjame salir (2017)- en el papel de "L", el principal antagonista y cuyo excéntrico comportamiento -esa manía de subirse a las sillas como si fuera Spiderman- está calcado del original japonés. La película comienza como un film de institutos -con el típico abusón, un director autoritario y la promesa de un primer romance con la guapa animadora- pero todo esto se resuelve en el primer acto. La historia continúa por derroteros más interesantes, adentrándose en el terreno de lo fantástico y lo terrorífico con la aparición del mencionado libro. Y enseguida vuelve a mutar, planteando un ambicioso conflicto moral, cuando Light utiliza el libro para perpetrar asesinatos por el "bien" de la humanidad. Wingard, la verdad, pasa de puntillas sobre esto y prefiere centrarse en el enfrentamiento entre Light y "L", un duelo de ingenios similar al de Moriarty y Sherlock Holmes, de escala internacional. Aunque esta adaptación, irremediablemente, apenas rasca las posibilidades y la mitología de la historia original -12 volúmenes del manga, 37 episodios de la serie anime- (los fans, como siempre, se sentirán "insultados") estamos ante un entretenimiento muy disfrutable que elimina las pretensiones del manga o el anime.
Death note: crimen y castigo
Publicado el 01 septiembre 2017 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertranDeath Note tiene una premisa irresistible: un misterioso cuaderno con el poder de causar la muerte de cualquiera cuyo nombre sea escrito en sus letales páginas. Algo así como El diablillo de la botella (1891) de Robert Louis Stevenson, en versión japonesa. Porque Death Note es primero un manga, firmado por Tsugumi Oba y Takeshi Obata en 2003; luego una recomendable serie anime dirigida por Tetsuro Araki en 2006; y varios largometrajes en imagen real, tres de ellos a cargo de Shusuke Kaneko y una reciente puesta al día, Death Note. El nuevo mundo (2016) por Shinsuke Sato. Ahora, esta atractiva historia encuentra su versión occidental, estadounidense, con Adam Wingard detrás de las cámaras. El director, especializado en cine de terror -You're Next (2011) y la reciente Blair Witch (2016), recupera los neones y la banda sonora ochentera -aquí de los hermanos Atticus y Leopold Ross- de su estupenda The Guest (2014) para ofrecernos una película que es pura serie B -en el buen sentido- producida por Netflix. La adaptación de Wingard destila lo mejor del material original hasta conseguir una narración sin pausa que funciona estupendamente para entretenernos durante 100 minutos. La historia se centra en Light Turner (Nat Wolff) depositario del siniestro libro a cuyas innumerables reglas tendrá que atenerse. El juego dramático y los giros que aportan estas reglas mágicas es la principal fortaleza del relato. Light tendrá que responder al insidioso demonio come-manzanas, guardián del libro, Ryuk, con la voz del inquietante Willen Dafoe. Completan el reparto Shea Whigham -Fargo- como el padre del héroe; la guapa Margaret Qualley -The Leftovers- como el interés romántico -aunque no es solo eso- y Lakeith Stanfield -Déjame salir (2017)- en el papel de "L", el principal antagonista y cuyo excéntrico comportamiento -esa manía de subirse a las sillas como si fuera Spiderman- está calcado del original japonés. La película comienza como un film de institutos -con el típico abusón, un director autoritario y la promesa de un primer romance con la guapa animadora- pero todo esto se resuelve en el primer acto. La historia continúa por derroteros más interesantes, adentrándose en el terreno de lo fantástico y lo terrorífico con la aparición del mencionado libro. Y enseguida vuelve a mutar, planteando un ambicioso conflicto moral, cuando Light utiliza el libro para perpetrar asesinatos por el "bien" de la humanidad. Wingard, la verdad, pasa de puntillas sobre esto y prefiere centrarse en el enfrentamiento entre Light y "L", un duelo de ingenios similar al de Moriarty y Sherlock Holmes, de escala internacional. Aunque esta adaptación, irremediablemente, apenas rasca las posibilidades y la mitología de la historia original -12 volúmenes del manga, 37 episodios de la serie anime- (los fans, como siempre, se sentirán "insultados") estamos ante un entretenimiento muy disfrutable que elimina las pretensiones del manga o el anime.