Se ha consumado el primer acto del debate que se celebra en el Congreso de los Diputados con el consiguiente rechazo de la mayoría absoluta de sus señorías a las pretensiones del candidato socialista, Pedro Sánchez, de ser investido presidente de Gobierno. Entre el inmovilismo de unos y la intransigencia de otros, la primera parte del espectáculo parlamentario ha consistido en un intercambio de reproches y en el enfrentamiento frontal hasta el punto de que aquello parecía más bien una lucha de embestidura por ver quién era más chulo, más provocador, más que nadie. Ahora queda la segunda parte de una sesión que debería venir precedida de negociación y pactos para evitar el fracaso de que ninguno de los grupos políticos allí presentes, ninguno con mayoría suficiente para imponer en solitario sus tesis, ha sabido interpretar el mandato de los ciudadanos de tener que entenderse y ponerse de acuerdo. Si son incapaces de ello, se convocarán nuevas elecciones para volver empezar con los enfrentamientos cabríos inútiles.