La consideración muy generalizada de la Ilustración como un movimiento cultural identificado con el Enciclopedismo francés y de carácter ateo o deísta, sustentado en un racionalismo radical y agresivo, ha llevado a muchos historiadores e investigadores a preguntarse si España participó efectivamente de aquel movimiento en el siglo XVIII. Posteriormente, el debate se abrió a la comprobación de una serie de coincidencias y divergencias con respecto a la variante francesa. DEBATE DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA ORNATOS EN LA CALLE MAYOR EL JARDÍN BOTÁNICO DESDE EL PASEO DEL PRADO ASCENSIÓN DE UN GLOBO MONTGOLFIER EN ARANJUÉZ
En España se desarrolló una Ilustración cristiana y nacional, dotada de una personalidad propia, pero que no es una copia servil de su mayor exponente, el Enciclopedismo francés. Los ilustrados españoles se esforzaron en adecuar las aportaciones extranjeras, no sólo francesas, armonizándolas a las características nacionales y católicas propias.
Según escribió Pere Molas i Ribalta en Las constantes de las reformas en la España del siglo XVIII, de su obra Historia general de España y América, editada por Rialp:"El concepto de Ilustración cristiana adquiere un nuevo sentido cuando dejamos de reducir la Ilustración europea al grupo de filósofos franceses. Hoy conocemos la importancia que tuvieron sobre los ilustrados españoles los autores de otros países: los alemanes y, muy singularmente, los italianos. La similitud de problemas entre ambas penínsulas (reforma agraria, prepotencia eclesiástica, regalismo) era suficiente para producir entre ellas una activa corriente intelectual, aunque no hubiera existido la densa red de relaciones dinásticas."
A pesar de que la influencia francesa dominaba en la Europa del siglo XVIII, en España encontró bastante trabas para su difusión (censura, bajo nivel cultural, etc.), alcanzando a sectores muy reducidos de la sociedad. Sólo a partir del reinado de Carlos III, este movimiento adquirió una verdadera importancia.
Sin embargo, como apunta una investigación de Luis Jiménez Moreno, existen raíces ilustradas en autores españoles anteriores al siglo XVIII, como es el caso de Baltasar Gracián, "a quien podemos considerar ya un ilustrado por sus recursos novelísticos-ensayísticos al filosofar y, por referir la filosofía, ante todo, a un saber vivir y descubrir los elementos del interés que tergiversan, con las apariencias públicas, la verdad".En el siglo XVIII, según afirma Domínguez Ortiz, se recogía la semilla sembrada "a partir de los Reyes Católicos: la igualación de todos los súbditos ante el poder real, representante de los intereses de la nación, del estado, sin perjuicio de mantener unas distinciones honoríficas, basadas en una jerarquía de valores de singular arraigo".
Aquel movimiento tuvo una doble manifestación construida una por la política y otra por la intelectualidad. Ambas vertientes vivieron en una clara simbiosis que es comúnmente conocida por Despotismo ilustrado.
Según J. Regla en El siglo XVIII, en Historia de la cultura española, tomo VI:"El despotismo ilustrado, analiza entre los teóricos del Estado liberal, es decir, de la Revolución, y los hombres representativos del despotismo, no en sentido de absolutismo monárquico del derecho divino, sino del Estado racionalista, entre abstracto y artificial formulado por Hobbes, es una de las mayores paradojas del siglo XVIII. En el fondo representa un equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, entre tradición y revolución, entre los "déspotas" y los "ilustrados". El despotismo ilustrado buscó el equilibrio, la conveniencia, entre dos fuerzas antagónicas, permitiendo un dorado canto de cisne a la tradición antes de ser arrollada por la revolución."
Pero ese equilibrio se rompía con frecuencia, como ha sostenido A. Mestre en Despotismo e Ilustración en España: "Una cosa es el despotismo ilustrado como una serie de intereses políticos y otra, muy distinta, el planteamiento reformista de los ilustrados. En determinados momentos, los puntos de vista y los criterios de acción coincidieron. El equilibrio gubernamental apoyó entonces las reformas programadas por los ilustrados. Pero cuando sus puntos de vista discrepan, lo que ocurrió con relativa frecuencia, los gobiernos españoles del XVIII rechazaron los proyectos más lúcidos. Ahora bien, ante los proyectos de reformas no se desdijo el despotismo ilustrado. Apoyó el planteamiento del intelectual cuando le interesaba y lo rechazó cuando consideraba el proyecto contrario a su propio criterio que, por supuesto, identificaba con la Ilustración. La reforma intelectual tenía que pasar por la Corte. Era la Ilustración oficial."
Es decir, que no toda la actividad gubernamental responde a criterios ilustrados y, a la inversa, que no todas las ideas y proyectos de los ilustrados españoles tuvieron reflejo en la gestión de los gobiernos de la época.
Muchas fueron las dificultades y contradicciones, externas o internas, que tuvieron que afrontar los ilustrados españoles, animosos siempre. La primera de ellas fue el estado de atraso sociocultural en que se encontraba el país. Después, fue iniciando un largo proceso de recuperación, cuyos frutos no se recogieron hasta mediados de la centuria, reinando en España Carlos III.
Los esfuerzos de la élite intelectual escasa, según Albert Dérozier, encontraron grandes dificultades y ello fue la causa de la lentitud con que fueron produciéndose las reformas y de la superioridad abrumadora de los proyectos sobre las realizaciones.
Para Alfredo Floristán, si bien es cierto que los ilustrados encontraron grandes dificultades externas, "fue mayor su propia incoherencia cuando no se atrevieron a llevar hasta el final las consecuencias lógicas que se derivaban de muchos de sus postulados. Por esto, como en otros campos, durante el reinado de Carlos III, los proyectos y la legislación fueron muy por delante de la realidad y de los hechos".
Las fundaciones de las Reales Academias fueron logros del esfuerzo cultural ilustrado, pero en sus inicios no resultan demasiado eficaces: la Real Academia Española de la Lengua, en 1713; la de Buenas Letras, en Barcelona, en 1729; la de Historia, en 1744.
De cualquier modo, la actividad precursora de los reinados de Felipe V y Fernando VI no quedó en balde. Además, el panorama cultural de la época fue en realidad mucho más complejo de lo que con frecuencia se ha considerado: estudios recientes han demostrado que los comienzos de la filosofía y de la ciencia modernas se remontan en España al final del siglo XVII. Con anterioridad se ha hablado en las páginas de esta obra del nuevo concepto que merecido a los historiadores el reinado de Carlos II.
Oponer hoy la "luces" del reinado del Carlos III al oscurantismo de la época del último Austria constituye cuando menos una simplificación excesiva. En palabras de Pierre Vilar, "el siglo XVIII, en todo lo que tiene de creador y de dinámico para la economía de la Europa occidental, se anuncia a partir de 1680-1690".
Por tanto, en el siglo XVIII no se produce la ruptura con la tradición española. El proceso es más rico y complejo: hay españoles que se inspiran en el extranjero pero también los hay que vuelven sus ojos hacia la tradición nacional, especialmente a los autores del siglo XVI, cuyas obras conocen y difunden ante la incomprensión general. El espíritu humanista tiene su continuación en el ilustrado. Gregorio Mayans i Siscar es quizás el representante más característico de esta tendencia.
Según la visión de A. Dérozier, en el apartado Visión cultural e ideológica, del tomo VII de la Historia de España, obra dirigida por M. Tuñón de Lara: "La Ilustración no se inicia en España a mediados del siglo XVIII, sino unos cincuenta años antes, cuando se comienza a contradecir a los escolásticos en nombre de la filosofía moderna."
En este sentido, quizá valga la pena recordar la existencia de un movimiento conocido como Criticismo tardío del barroco, que tuvo su proyección en los círculos intelectuales españoles y cuya personalidad más relevante fue el andaluz Nicolás Antonio.
La dificultad del avance de la Ilustración se debe también al carácter propio de la Monarquía que la sume y dirige. Como señala Rafael Altamira y Crevea en su Historia de España y de la civilización española, los Borbones mezclaban "el sentido tutelar y filantrópico del pueblo" con el hecho de que "eran francamente absolutistas".
En esta línea, A. Dérozier opina con cierto pesimismo "que las categorías sociales que no forman parte de la nobleza ni de la incipiente burguesía no pueden en absoluto promover reformas, mientras que aquéllas no son partidarias de confundirse con la plebe". La cultura y la enseñanza iban dirigidos a cierto nivel social, esto sin la menor ambigüedad. Sólo las élites cortesanas se beneficiaron de las reformas culturales. Las clases populares "nada tienen que hacer en el Estado, sino obedecer y trabajar pasivamente".
En la obra citada de J. Regla:
"La orientación pedagógica, el ideal de educar al pueblo por parte de los hombres del siglo XVIII, hizo que éstos descubrieran al pueblo como político de la vida intelectual y política. Lo descubrieron, sin embargo, con un sentimiento extraño de atención afectuosa y, a la vez, de desprecio… Junto a lo que se publica, esto es, lo que se da al público ignorante, está lo que sólo se confía en la correspondencia particular, al cambio de ideas entre iniciados, que saben lo que todos pueden saber."
Y tal y como comenta L. Sánchez Agesta en El pensamiento político del despotismo ilustrado:
"Si el autor de las famosas Cartas al conde de Lerena se decide a hablar de la libertad civil y del Contrato social es sólo en correspondencia particular, porque no es lo mismo escribir para el pueblo ignorante que para un ministro prudente… Ello explica que en las figuras más representativas de la minoría ilustrada se encuentren dos capas diversas de pensamiento: la que representa el saber esotérico de esa minoría, sólo para iniciados, y las manifestaciones del mismo que se consideran aptas para el público…"
EL PASEO DE LAS DELICIAS
El aislamiento de la élite ilustrada era grande; sus esfuerzos, siempre bienintencionados a pesar de las limitaciones referidas, se estrellaban en la indiferencia y la ignorancia en que estaba sumida la mayoría de los españoles.
Junto a las dificultades inherentes a la empresa y al carácter propio de los reformadores dieciochescos, se han de considerar las derivadas de la actuación de sectores sociales adversos: 1. la Inquisición, que si bien en decadencia continúa estando presente. 2. la recién nacida ideología reaccionaria, favorecida por la pervivencia de las estructuras tradicionales del país. 3. el tradicionalismo de amplios sectores populares, con frecuencia explotado con objeto de entorpecer o anular las reformas emprendidas.
Una tenaz labor de desgaste, de oposición sistemática a las novedades, fue ejercida de manera más o menos encubierta. Según A. Dérozier:
"Esta despiadada y militante ideología contribuye a fraccionar a España y a imposibilitar para siempre la terrible ausente revolución burguesa."De cualquier modo, Richard Herr, en su obra España y la revolución del siglo XVIII, prefirió minimizar la importancia de la actividad reaccionaria en la época de Carlos III:
"Desde que Menéndez y Pelayo escribió su Historia de los heterodoxos españoles, los historiadores españoles se han inclinado a ver el origen de las "dos Españas" en el advenimiento de la política de Carlos III. Cierto que algunos puntos de disputa ulteriores aparecieron entonces… pero mientras Carlos III y sus ministros dirigieron el gobierno, estas tensiones no pudieron igualar las fuerzas cohesivas del prestigio real tradicional, de la fe religiosa y del bien sazonado patriotismo. Este ideal del despotismo ilustrado fue destrozado en la primera década del reinado de Carlos IV por la Revolución francesa y las guerras subsiguientes."Al abordar el tema de las relaciones entre Ilustración y catolicismo, las tensiones aumentan. Tradicionalmente la cuestión se ha estudiado con más pasión que objetividad. Quizás ahora se esté en mejores condiciones para esbozar una síntesis del problema.
Si bien la radicalización teórica de los principios ilustrados conduce en última instancia al ateísmo, tan extremo no se da uniformemente en todos los países, ni tampoco en todos los representantes de la Ilustración. La distinción entre "pre-Ilustración" e "Ilustración" es el movimiento que arranca de los últimos decenios del siglo XVII y se extiende a los primeros años del siglo XVIII. Se caracteriza por la coexistencia de cristianismo y cultura ilustrada; en España, sin embargo, se prolongó más allá de la mitad de la centuria, contando entre sus más ilustres representantes a Benito Jerónimo Feijoo, Gregorio Mayans, Enrique Flórez y Josep Finestres.
Durante el reinado de Carlos III, el monarca español ilustrado por excelencia, la influencia francesa se incrementó, pero no se produjeron cambios sustanciales en la orientación de las cuestiones religiosas. Entonces, los ilustrados españoles tuvieron el máximo interés en la reforma de la Iglesia, en sus diferentes aspectos: económicos (crítica de la riquezas acumuladas por las "manos muertas") relaciones con el Estado (Regalismo), sociales (moralidad y religión).
Los modernos historiadores de la Iglesia vienen considerando los movimientos reformistas surgidos en su seno como una Ilustración cristiana, que se manifiesta en la orientación antibarroca del culto y de los estudios teológicos. En España, por otra parte, no se dio como tal un movimiento ilustrado de perfiles ateos. Como explicó M. Batllori, en Notas sobre la Iglesia en el siglo de la Ilustración, perteneciente a la obra La Ilustración. Claroscuro de un siglo maldito:
"Frente a los casos de ateísmo extremoso de una barón de Holbach en Francia o un Radicati di Primeglio en Italia, España apenas puede presentar el pálido reflejo de un Olavide, que además luego vuelva a entrar en la Iglesia. Las impiedades e irreverencias sólo epistolares de un Roda y de un Azara no pueden comparase ni de lejos con las radicales actitudes de Voltaire y sus seguidores."
Sobre este tema, J. Sarrailh afirmó en La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII:
"En la misma medida que el mal régimen social y el defectuoso sistema económico, (la religión y la Iglesia) reciben dardos acerados, emponzoñados a veces. Pero estos dardos no viene más que de una minoría de españoles de espíritu libre, libertinos unos, creyentes otros, que demuestran, con sus ataques, un afán de reforma, pero que no son ateos… distinguen entre la fe y la Iglesia, entre la religión y sus ministros. El derecho de pensar libremente y de no sacar las opiniones sino de la razón se detiene, para casi todos, en el reino de la fe."
Siguiendo a M. Batllori, los españoles se encontraban entre aquellos pensadores católicos que se esforzaron por asimilar los postulados de la Ilustración que el Cristianismo podía y debía absorber.
LA PRADERA DE SAN ISIDRO
Los ilustrados españoles representaron lo que Julián Marías definió como la España posible, de la cual con orgullo se sintieron iniciadores y tutores. Muchas fueron sus realizaciones culturales: creación de academias, museos y sociedades; proliferación de las tertulias de intelectuales; aparición de los periódicos; auge de la impresión de obras literarias; alto nivel de la crítica (no así otros géneros literarios); promoción de los estudios económicos y jurídicos; renovación de la enseñanza. Pero el balance de toda esa actividad quizás resultó un poco escasa.
La ausencia casi total de un público y la oposición sistemática de los sectores conservadores dificultaron extraordinariamente cualquier progreso. Pero la semilla de una España ilustrada y liberal estaba sembrada para germinar en el siglo XIX, según explica Sarrailh:
"Gracias a la virtud de la ciencia y a la reforma de los espíritus y de los corazones, esta España del siglo XVIII creyó asegurar la vuelta a la edad de oro. Si no lo consiguió, ¿quién será capaz de echáselo en cara? Los excesos de la Revolución francesa alarmaron en tal medida a su gobierno y a los propios reformadores, que éstos parecen haber suspendido todo progreso. Sin embargo, la simiente estaba echada y prosperará, prueba de ello son las Cortes de Cádiz. Así, el siglo XVIII tiene derecho a un sitio de honor en la historia de la España liberal."Es muy aventurado opinar sobre lo que hubiera acontecido al movimiento ilustrado español de no mediar la Revolución francesa. Según la visión de Pere Molas:
"Las valoraciones de la Ilustración española han variado a tenor de la circunstancia política; ha sido exaltada como precursora del liberalismo; denostada por los mismos motivos e incluso criticada por conservadora."Frente a la visión clásica de la Ilustración como un movimiento "europeizador, reformista, poseído de un claro afán pedagógico", la historiografía actual plantea numerosas reservas a una concepción tan idílica del fenómeno.
MERIENDA EN EL CAMPO
Marcelino Menéndez y Pelayo negó la existencia de Ilustración alguna, en su opinión España había seguido fiel a la ortodoxia tradicional católica y los escasos ilustrados no eran sino afrancesados con nula influencia. Jean Sarrailh y Richard Herr entendieron la Ilustración española como una élite fomentada por Carlos III, amiga de lo nuevo y obsesionada por la "instrucción y la mejora de la agricultura", que se oponía a una masa rutinaria e inerte aferrada a la tradición. Antonio Elorza explicó la Ilustración como la ideología de una nueva clase en ascenso que aspiraba al poder: la burguesía.Tanto en el tradicionalismo de Menéndez Pidal como en el marxismo de Elorza existió la misma falta metodológica en el análisis de la historia de las ideas. No prestaron atención a las polémicas concretas que suscitaron estos movimientos, no entendieron el contexto histórico de los debates que surgieron, no estudiaron las fuentes originarias. Sus interpretaciones rebelan hasta qué punto el estudio histórico está contaminado por la aplicación inconsciente de mitologías particulares.A finales del siglo XX, el profesor Francisco Sánchez Blanco recuperó las fuentes que demuestran la fuerza y la originalidad de un movimiento intelectual que inició el camino de la emancipación de la autoridad doctrinal, religiosa y política, un movimiento que comenzó con un cambio de dinastía y que culminó con la proclamación de una Constitución en 1812. Sus obras Europa y el pensamiento español del siglo XVIII (1991), La prosa del siglo XVIII (1992), La Ilustración Española (1997), y La mentalidad ilustrada (1999), devolvieron la dimensión real histórica, no mitológica de la Ilustración española.En este sentido, la Ilustración española, aunque fue moderada con respecto a la Ilustración histórica, si tuvo como valor la toma de conciencia de que la España de finales del siglo XVI y del siglo XVII, tras el esplendor del Imperio, fue perdiendo progresivamente todo contacto con la modernidad, y era necesario iniciar un proceso de adecuado reciclaje.Como conclusión final, en palabras del profesor José Luis Aranguren:"La Ilustración significó para la tibetanizada España su tardía incorporación a la marcha de la cultura europea y la relativa generalización de esfuerzos hasta entonces tan eminentes como aislados, tales los de un Cervantes, un Baltasar Gracián. Sí, España se abre a Europa en el siglo XVIII. Se abre a aquella cosmovisión europea, en la cual la ciencia, todavía lejos del ciencismo, ocupa el lugar sumamente importante que le asigna Feijoo, quien, al carácter enciclopedista de su obra, agrega, formalmente, el hecho de ser nuestro primer cultivador de la información, del ensayismo y del periodismo intelectual."