Revista Diario

'Debate histórico y disputa de proyectos políticos: del alfonsinismo al kirchnerismo'

Por Julianotal @mundopario


4. La era kirchnerista 'Debate histórico disputa proyectos políticos: alfonsinismo kirchnerismo'
Para ordenar la distintas aristas del debate, estableceremos en primer medida la elaboración discursiva del kirchnerismo, el desarrollo en cuanto a la construcción de la “historia legitimadora del modelo”, luego la discusión en torno a lo que Carlos Altamirano distinguía entre “peronismo verdadero” con respecto al “peronismo empírico” y, finalmente, el rol de los historiadores detractores como así de los apologéticos del gobierno en torno a la construcción simbólica del kirchnerismo.

Beatriz Sarlo en “La audacia y el cálculo” escribe: Después de la victoria, Kirchner se percibe a sí mismo como constructor de una línea del peronismo que no parte del 17 de octubre de 1945 y de los Hechos del General, como la que fuera durante décadas la línea canónica, sino de los Hechos de los Apóstatas, los jóvenes peronistas radicalizados. (…) Kirchner hizo de la reivindicación de los setenta uno de los rasgos de su fisonomía ideológica, fundamentalmente a través del discurso sobre derechos humanos, justicia y terrorismo de Estado” (Sarlo, 2011).En efecto, no pasaría demasiado tiempo para que se identifique al kirchnerismo como herederos de la juventud peronista de los setenta, a punto tal que al día siguiente de la asunción, la conductora Mirtha Legrand le preguntara al matrimonio Kirchner (con tono macartista) si se venía el “zurdaje”. El kirchnerismo enseguida, desde su primer discurso, reivindica a los desaparecidos durante la última dictadura militar, toma para sí el discurso contrahegemónico de la izquierda que entendía a la crisis política y económica como producto de una continuidad que tuvo su origen en marzo de 1976 y que luego, los gobiernos democráticos legitimaron dicha política en el marco de la institucionalidad. No era casualidad que hablara Néstor Kirchner en términos morales y de la necesidad de una nueva Nación, luego de la crisis del 2001, de la precarización social y la apatía de las mayorías que menos de dos años atrás habían salido a pedir “que se vayan todos”. La reconstrucción del país, que luego sería conocido como el “modelo” reconocería con el correr del tiempo distintas raíces históricas. En la construcción simbólica que realiza el kirchnerismo existen tres identificaciones históricas que serán destacadas como método de legitimación política: un tiempo medio[i]que proviene con el grado de identificación con la generación a la que pertenece los Kirchner: la juventud peronista perteneciente a la corriente de izquierda dentro del movimiento en los setenta, la mención de sus compañeros y la defensa de los DDHH se enmarcan dentro de esta línea que critica “la teoría de los dos demonios” que se construyó durante el alfonsinismo, así como también la “reconciliación nacional” que propugnaba el menemismo; un tiempo corto, cuyo carácter tendrá con el correr de los años un tinte de mito, identificado con el nacer de una “Nueva Argentina” que diese a la luz en 2003. La constante mención de la fecha como inicio de un “cambio de época” donde Néstor Kirchner se diferencia, sobre todo luego del 2005, de su impulsor a la presidencia Eduardo Duhalde y de su ministro de economía Lavagna. Significará el cambio de paradigma con respecto a la hegemonía neoliberal con un Estado privatista y ausente, que excluyó a gran parte de la sociedad. Kirchner como “líder de un gobierno sin partido”, como lo denomina Ricardo Sidicaro, conformando un frente donde atendería demandas equivalenciales  (Laclau, 2005) y heterogéneas de la sociedad civil que provocaría el desconcierto y la crisis en la oposición, ya que no podían “rechazar ‘in toto’ una acción gubernamental con la que coincidían en algunos temas” (Sidicaro, 2010). Finalmente, el tiempo largo estaría relacionado con la proclamación de herederos de las “banderas” enarboladas durante el primer peronismo: Soberanía política, Justicia Social e Independencia económica. Este último es al que menos se lo apela desde el discurso oficial y está más en boga por parte de los defensores del kirchnerismo que le atribuyen cierto paralelismo a la pareja “Néstor y Cristina” con “Perón y Evita”.

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   Durante el debate por la creación del Instituto Manuel Dorrego a fines del 2011, Mita Zaida Lobato y Juan Suriano publicaron en una nota de opinión en el diario Clarín que “el gobierno kirchnerista ha iniciado hace tiempo una operación política para construir una versión del pasado afín a su proyecto político que oscila entre levantar algunas de las banderas históricas del peronismo, recrear parte de la historia más tradicional (la de héroes y villanos) y reelaborar ciertos aspectos del viejo revisionismo historiográfico. Es una operación lógica pues todos los movimientos políticos inventan un pasado que le dé legitimidad y sentido al presente. Para hacerlo seleccionan y recortan historias a las que buscan transmitir como un legado. Esto no es novedoso y en este punto la conmemoración del bicentenario de la Revolución de Mayo constituyó un momento activo en la generación de significados por parte del Gobierno”.(Lobato y Suriano, 2011) Dentro del marco de los festejos por el Bicentenario de la Revolución de Mayo, se estableció un despliegue una construcción histórica donde se destacaba el rol de los actores sociales movilizados, la recuperación de los pueblos originarios como antepasados de la nación, la construcción de la idea de América Latina como “Patria Grande” (retomando las ideas de la izquierda nacional cuyo máximos representantes en los sesenta fueron Jorge Abelardo Ramos y Hernández Arregui) representados en una galería de patriotas latinoamericanos dentro del salón de entrada a la Casa Rosada, donde aparecían figuras denostadas por la Historia “liberal mitrista” como eran los casos de José Gervasio de Artigas, Juan Manuel de Rosas y Francisco Solano López, junto a referentes de las luchas revolucionarias del siglo XIX  y XX como José Martí y Ernesto “Che” Guevara. Además del rol protagónico que tuvieron como invitados, los presidentes latinoamericanos durante los festejos conmemorativos. Como menciona el secretario de Cultura, Jorge Coscia: “La apuesta es construir memoria colectiva que nos identifique y, en ese mismo acto, nos incluya. Sólo así podremos seguir edificando, de la mano de la memoria, un país federal y una nación latinoamericana. Durante el Bicentenario de la patria, procuramos evitar la mera celebración ascética de la efeméride, como quedó a la vista(Coscia, 2011).
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            En cuanto a la discusión sobre el "ser peronista", el historiador Carlos Altamirano publicaba por 1992 en la revista "Punto de vista" un artículo titulado: "El peronismo verdadero", evidenciando un conflicto de símbolos identitarios propios del proceso histórico llevado a cabo por el General Perón. Distinguía el “peronismo verdadero” con respecto al “peronismo empírico”, este último a diferencia del primero, era ecléctico y pragmático y atendía las demandas coyunturales que, como sucedía con el menemismo, contradecían las “banderas históricas” del primer peronismo, cuya “etapa feliz” era reconocida como el “peronismo verdadero”. Con la aparición del kirchnerismo, se retornaba la discusión en torno a si éste constituía o no una continuidad del peronismo o bien, utilizaba la estructura partidaria y su imaginario como una estrategia para la escalada al poder. Evidentemente, durante los primeros años del kirchnerismo se lo vio como una construcción transversal que aglutinaba a distintos sectores políticos y movimientos sociales, pero con el transcurrir del tiempo, se volvió al interior del Partido Justicialista a fin de “domesticar” a los detractores y transformar el aparato, sin renegar del frente partidario que lo constituía con otras fuerzas minoritarias. Al respecto de este renacer de la discusión sobre la relación peronismo/kirchnerismo, Altamirano sostiene que “Néstor Kirchner fue el primero en transmitir con actos de gobierno, declaraciones y gestos públicos que el eje político se había desplazado hacia la izquierda. (…) El nombre de Perón casi no tiene lugar en esa imagen estilizada del pasado. Para una parte de quienes sobrevivieron a la experiencia de la JP, luego del enfrentamiento con Perón de 1974 el peronismo verdadero, es decir, lo que este significaba como promesa de liberación, no se hallaba encarnado ya por el viejo líder, sino por la juventud cuya movilización había hecho posible su retorno” (Altamirano, 2011). El kirchnerismo en el plano discursivo, tanto Néstor Kirchner, y sobre todo Cristina Fernández de Kirchner, a diferencia de la clase política peronista clásica no revalidan su accionar citando a Perón  sino, por el contrario, su mención suele ser anecdótica, aunque sea notoria su apelación tanto en el discurso, como en los adherentes, hacia el primer peronismo (Sarlo 2011, H. González 2011). Las menciones suelen estar destinadas a las figuras con las que mayormente se identificarían los de su generación: Arturo Jauretche, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui y la reconfiguración de la Evita “montonera” opacan la apelación hacia el líder histórico. Los que se ocupan de recuperar al General Perón son los historiadores, columnistas, políticos y las organizaciones sociales que adhieren al kirchnerismo (Coscia 2011, Galasso 2011).    Ante dichas cuestiones, se reflejan en el plano de las ideas y en torno al rol del historiador y sobre todo en su calidad de intelectual, una ruptura con respecto al proyecto social que se proyectaba desde los comienzos del ’83. La esperanza de alejar la política populista, la lectura dicotómica de la realidad, el “hiperpresidencialismo” se volvían a hacer presentes con el kirchnerismo y se alejaba el proyecto de conformar el sistema republicano y socialdemócrata que la mayoría sustentaban. A su vez, el rol de los intelectuales no conlleva el papel de asesor como había sucedido durante el alfonsinismo, sino que los intelectuales que adhieren al Gobierno acompañan las medidas y las decisiones que parten del gobierno. El caso de Carta Abierta fue determinante para instalar en el plano de la opinión pública determinadas consignas que serían retomadas luego por el kirchnerismo y se instalarían en el imaginario social: es el caso de la apelación al “clima destituyente” que postulaban en su primer comunicado, haciendo referencia al conflicto de la resolución 125, así como también su posterior comunicado sobre la amenaza de la “derecha”, una palabra que sería identificada a las ideas reaccionarias y conservadoras, y que incluso evitarían mencionar explícitamente los partidos políticos, como es el caso del Pro, que pertenecen a dicho espectro ideológico (Sarlo 2011, Pavón 2012). En cuanto al rol del intelectual, Marcos Novaro y Vicente Palermo estipulaban en 2004 que el historiador tenía que conformarse en una figura legítima como una voz alternativa que continúe colaborando en la instalación de la cuestión democrática en clave pluralista y republicana, es decir, darle continuidad y profundidad a la idea iniciada desde la apertura democrática (Novaro y Palermo, 2004).
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   La defensa de los valores republicanos, del pluralismo, la idea de poder conformar una socialdemocracia fuerte y se logre apartar las políticas movimientistas son la línea de lanza por lo que luchan los historiadores que, durante los ochenta habían tenido un rol activo en la discusión y durante los noventas, se habían recluido para luego formar parte de la alternativa frentegrandista. Lo que no se plantean, evidentemente, es el por qué las ideas que ellos propugnan no hacen mella en las clases populares y en determinados sectores medios que siguen acompañando la alternativa populista como vía para el progreso y el crecimiento social. Pero además está en pugna, el espacio de la legitimidad del historiador académico que desde la crisis del 2001 está en permanente conflicto con los considerados “neorrevisionistas” o divulgadores que disputan su influencia dentro de la sociedad civil. Muchos de estos “neorrevisionistas” (así bautizados por las editoriales que hacen un espectacular negocio, promocionando verdades reveladas y divulgaciones que fueron estudiados y debatidas algunas hace cincuenta años por “auténticos” revisionistas) fueron convocados a constituir un Instituto de revisión histórica con el nombre del gobernador federal Manuel Dorrego. Si bien, el decreto estipula determinadas tareas en la investigación para profundizar el rol de las clases populares, el papel de la mujer y distintos fenómenos vinculados en la cultura nacional, sus integrantes (al menos en su mayoría) carecen de la profesión de historiador y son reconocidos periodistas que adhieren al kirchnerismo (Roberto Caballero, Hernán Brienza, Eduardo Anguita), otros poseen una relación de parentesco con referentes de la izquierda nacional y el revisionismo (Ernesto Jauretche, Eduardo Rosa y Victor Ramos). Su primer elaboración como Institución fue la publicación de un libro que se titula pomposamente “La otra Historia” y en realidad (salvo honrosas excepciones que determinan lo heterogéneo en la calidad de investigación y la diferencia abismal con respecto a su director, Pacho O’Donnell) sólo se ocupan de adecuar temáticas ya instaladas por el revisionismo y la izquierda nacional, con la diferencia, he aquí la intención, de buscar construir una historia dicotómica donde el modelo kirchnerista se inserte en la historia argentina y, de esa forma, legitime su accionar dentro de la tradición revisionista. (Bellota, Brienza, Hernández y D’Antonio, O´Donnell, Ramos, Vazquez 2012). El amplio debate que había suscitado la creación del instituto también estimuló la amplia participación en columnas de opinión de los historiadores provenientes del proyecto socialdemócrata, donde contradictoriamente caen también en la tarea “militante” de discutir la realidad política actual sin poner en perspectiva su análisis con relación a otros períodos históricos. A pesar de oponerse a los cuestionados “divulgadores”, el libro de divulgación histórica de Marcos Novaro se aventura a publicar un libro de Historia contemporánea que llega hasta fecha reciente. En el mismo, su abordaje del kirchnerismo no demuestra cierto alejamiento necesario de los hechos acaecidos y decide tomar partido del mismo, sobre todo en su epilogo donde la introducción al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se despliega bajo las tendenciosas palabras que luego poco desarrolla como “crisis política”, “seguidilla de atropellos institucionales” y “lucha facciosa”. Además denomina como “revuelta” el “lock-out” de las entidades representativas del agro y aunque se enmarca cronológicamente hasta el 2010, no hace mención a las políticas de recuperación de los fondos previsionales, el rol activo dentro de la UNASUR, la implementación de la asignación universal por hijo, entre otros aspectos. (Novaro, 2010). El otro caso paradigmático es el de Luis Alberto Romero que reedita su “Breve Historia Contemporánea de la Argentina”, ampliándola hasta el 2010. En el mismo marca fuertemente la experiencia democrática del ’83 como la antítesis del actual gobierno kirchnerista: con el alfonsinismo se creía haber “encontrado el rumbo político adecuado: democracia institucional, Estado de derecho, pluralismo, ciudadanía. (…) Hoy, en cambio… la vieja Argentina ha renacido”.Romero, en la actualidad un abonado a participar en las columnas de opinión del diario La Nación, sostiene que estamos ante un “segundo peronismo” que se vino desarrollando desde el ’83 y continúa hasta la actualidad: “percibo una continuidad entre los años de Menem y los de Kirchner. Ambos encontraron la forma de manejarse con un Estado débil. Ambos hallaron también la fórmula para extraer de una sociedad empobrecida los sufragios necesarios para legitimar su poder”. Es en la obra de Romero donde se remarca esa distinción entre la ilusión alfonsinista y su proyecto social en diferencia a las prácticas populistas del kirchnerismo. Su visión de hecho es más apocalíptica, paradójicamente, que la de 1999, donde con el triunfo de la Alianza avizoraba una primavera democrática (Romero 2001, 2012).   La discusión también se da en torno a un quiebre dentro del paradigma vigente de la “Historia social”  como corriente historiográfica predominante, cuyo antecedente se lo puede detectar a partir de la apertura de la cátedra paralela a la de Luis Alberto Romero en 2004 a cargo de José Vazeilles, cuyo litigio llegaría incluso al Congreso de la Nación. Años después el propio Romero entenderá la actual situación como el comienzo del fin de la historia social como paradigma dominante:“El cambio político de 1983 … fue propicio para la historia social… comenzó a ser el fundamento de los relatos que los nuevos manuales escolares fueron estableciendo, sobre todo en la segunda mitad de los años 90.  (…) Instalada en el sentido común, la “historia social” ya no es más que una bandera de combate. Se trata de un triunfo, pero de un triunfo tan ambiguo como paradójico.“Si examinamos el campo de la producción historiográfica (…) La historia social es hoy, en el mejor de los casos, un campo más, entre muchos”. (Romero, 2010)   La crisis de la “historia social” también establece una crisis de hegemonía dentro del campo intelectual de donde hasta hace poco tiempo eran los interlocutores inevitables, los mismos que en su gran mayoría adherían al proyecto social que emanaba de la ilusión alfonsinista.   Por otro lado, la actual situación del historiador dentro un mundo presentista también lleva consigo a nuevos desafíos, donde corre en juego su legitimidad. Basta leer la enumeración de las características del actual momento histórico (el “mundo presentista” según François Hartog ) para relacionar con la construcción de mitos y simbolismos que lleva adelante el kirchnerismo: “…un mundo que privilegia lo directo y lo interactivo, el tiempo real, live, y en línea, lo inmediato y no la toma de distancia, que habla más gustosamente del ‘pasado’ que de historia, que presta mucha atención a la conmemoración, a su puesta en escena y a todas las técnicas de presentificación más que de explicación, que valoriza lo afectivo y la compasión más que el análisis distanciado, que cita al testigo, se nutre de memoria y visita los memoriales” A partir de esta nueva situación se plantea cómo debe ser el posicionamiento del historiador sin perder la perspectiva crítica que le da el rigor de la historicidad (Hartog, 2010). Ante la particularidad de un nuevo fenómeno que inaugura un nuevo proceso histórico (el kirchnerismo) tanto detractores como apologéticos entran en disyunción y, como menciona Nora Pagano en su análisis sobre la producción historiográfica reciente, las relaciones entre saber técnico e intervención intelectual se presentan menos sólidas que en otros momentos (Pagano, 2010). No obstante, los historiadores que intervienen en el debate de la actual coyuntura se ven condicionados ante su propio posicionamiento ideológico que desvirtúa su interpretación profesional, cayendo en el peligro que advertía Pierre Bourdieu en cuanto a que “la reducción a lo ‘político’, que arrastra la ignorancia de la lógica específica de los campos científicos, implica un renunciamiento, por no decir una dimisión: reducir el investigador al rol de simple militante, sin otros fines ni medios que los de un político ordinario, es anularlo como científico capaz de poner las armas irreemplazables de la ciencia al servicio de los objetivos perseguidos; capaz, sobre todo, de dar los medios para comprender, entre otras cosas, los límites que los determinantes sociales de las disposiciones militantes imponen a la crítica y a la acción militantes” (Bourdieu, 2011).   Para finalizar esta aproximación a un análisis de la historia reciente que inaugura el kirchnerismo como nuevo proceso político debemos concluir que la reacción ante el fin del “consenso del ‘83” conlleva a entender que se da a partir de la contrucción de un discurso contrahegemónico o bien, parahegemónico que pone en cuestionamiento determinados valores y discusiones que pasaban desapercibidas durante el predominio del neoliberalismo. Dentro del mismo, pudo convivir el proyecto social de los intelectuales que apoyaron a Alfonsín y a Chacho Álvarez sucesivamente pues, de alguna forma, no cuestionaba el trasfondo de la política económica sino las formas en las que se llevaba (el menemismo). El surgimiento del kirchnerismo como nueva era histórica que plantea la construcción simbólica de un “relato” que legitime el desarrollo de su proyecto político puso en alerta a los defensores de las ideas socialdemócratas y encontró colaboradores dentro de los intelectuales ligados a las ideas setentistas, como así también de divulgadores que hacen del cuestionamiento hacia una supuesta “historia oficial” que defiende los intereses los intereses corporativos, enmarcándolos en la dicotomía Nacional y popular /Oligarquía, un inmejorable negocio editorial.


[i]Vale aclarar que los tiempos corto, medio y largo a los que haremos referencia no tienen ninguna relación con la concepción de los tiempos braudelianos.

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