"Debate histórico y disputa de proyectos políticos: del alfonsinismo al kirchnerismo" (I)

Por Julianotal @mundopario

Corría el año 2004, y La Nación publicaba una recopilación con treinta entrevistas de los más prestigiosos intelectuales del país. Desde la crisis del 2001 los intelectuales habían alcanzado nuevamente el prestigio de intérpretes legítimos de la realidad y, como tales, opinaban ante una nueva oportunidad que se vislumbraba con el ascenso de Néstor Kirchner en mayo de 2003. Figuras relevantes como Tulio Halperín Donghi, Luis Alberto Romero y Beatriz Sarlo, miraban, en mayor o menor medida, con una mezcla de agrado y desconfianza hacia el estilo de gobierno que estaba llevando a cabo el hasta entonces ignoto político, ex gobernador de Santa Cruz. En noviembre de 2003, Halperín Donghi respondía sobre el futuro del presidente de una manera enigmática: “…está el riesgo de que le vaya demasiado bien. Creo que no es necesaria esta prevención, pero estamos en un momento en el que puede abrirse un nuevo período histórico largo, en el que se esté adquiriendo un perfil político para el país que puede durar varias décadas. ¿Cuál será el perfil final del país? Dependerá de muchas cosas. Hay muchas cosas alentadoras de Kirchner y hay otras muchas que no me parecen tanto. Y eso es un poco lo que me preocupa. A mí y a todos”(Halperín Donghi, 2004).   Con el ascenso del kirchnerismo a la escena política nacional, se empezaron a generar la emergencia de un debate político sobre la función del historiador y su legitimidad, generando una disputa en torno a la interpretación de los símbolos y la construcción de mitos. El mismo inaugura un nuevo período histórico (como presagiaba Halperín Donghi) que indica un quiebre con respecto a los sucesivos gobiernos democráticos que se dieron desde 1983. El presente trabajo tiene el objeto de entender cuáles son las características, y cuál es el proyecto social de los historiadores que son detractores del kirchnerismo con respecto a los apologéticos. Además, el “estilo kirchnerista” entendido como “modelo” o “relato”, también pone sobre el tapete su raíz identitaria con respecto al peronismo, reavivando el debate que fue diluyéndose durante los noventas a raíz de la creencia de que el peronismo estaba destinado a desaparecer, luego de la “larga agonía” (Halperín Donghi, 2006). 1. El proyecto alfonsinista   Para comprender, en principio, las ambiciones y las demandas de los historiadores en calidad de intelectuales en estos tiempos debemos remontarnos hacia los primeros años de la presidencia de Raúl Alfonsín, que significara una gran desilusión y la pérdida de una oportunidad histórica. Aboy Carlés, recuerda al alfonsinismo como la ocasión de la construcción de una “segunda” República, que dejase atrás esa inestabilidad política que se daba en el país desde 1930 y sembrara luego las condiciones para generar el movimiento peronista, que se mantenía bajo el conflicto dicotómico como elemento eficaz y necesario para su desarrollo dentro de la arena política (Aboy Carlés, 2010). De hecho, podemos encontrar en el testimonio de Roberto Gargarella, María Victoria Murillo y Mario Pecheny una sensación encontrada que era compartida por la mayoría de los intelectuales que tiempos atrás pertenecían a distintas corrientes ideológicas, mayoritariamente de izquierda, y que durante la presidencia de Alfonsín convivían en el “Grupo Esmeralda”, en el Club de Cultura Socialista o bien en la revista de la renovación peronista “Unidos”:“(…) aquel tiempo dejó en nosotros una profunda impronta, expresada en un modo de entender la política y de concebir nuestro papel en ella. Nuestro compromiso emocional, vital, con la democracia hace imposible que concibamos como un objeto de estudio distante y mensurable”(Gargarella, Murillo y Pecheny, 2010).
   Los debates dados por ellos (la mayoría en el exilio) durante fines de los setenta, los llevaron a reflexionar sobre algunas teorías y posicionamientos ideológicos, sobre todo en la discusión sobre el peronismo en el plano interno, y el marxismo en el plano exterior. Se entendía que se estaba presenciando una nueva etapa y reflejo del mismo era la opinión de Juan Carlos Portantiero:“Mientras esperaban que viniéramos para traer la palabra de la Revolución veníamos a traer la palabra de la Reforma” (Pavón, 2012).
   Los nuevos tiempos determinaban que la mejor vía para el progreso era el modelo socialdemócrata que encaraban exitosamente François Mitterrand en Francia y Felipe González en España, y constituían el espejo en el que debía inspirarse el candidato radical que lograba sacarle el triunfo a un alicaído partido justicialista que la mayoría de la población lo relacionaban con épocas violentas y de inestabilidad política y económica. Por otro lado, la relación de Alfonsín con respecto a los intelectuales era de una calidad distinta con respecto a los últimos gobiernos: la conformación del núcleo asesor de intelectuales conocido como “Grupo Esmeralda” organizado por Carlos Nino y entre los que se destacaban José Aricó, Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ípola, cuyo mayor apogeo de influencia sobre el presidente se diera durante el discurso conocido como “Parque Norte” en 1985, donde establecía las bases de un programa fundacional para alcanzar la mentada “Segunda República”. Mientras que los debates desarrollados en el Club de Cultura Socialista donde participarían también Aricó y Portantiero además de Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Sergio Bufano, Marcelo Cavarozzi, Oscar Terán, Hilda Sabato, entre otros, despertaban interés en la sociedad civil. Altamirano recuerda que“el alfonsinismo era la izquierda posible en el espacio, que podía operar… creo que el Club de Cultura Socialista hizo una contribución en este sentido. No digo que engendró al núcleo que después va a hacer una especie de réplica en el espacio de la renovación peronista, pero la polémica entre la inteligencia, encarnada en la revista Unidos, ligada a la renovación peronista, tenía como adversario al Club, a La Ciudad Futura y a las figuras que tenían al alfonsinismo como referencia política. (…) yo creo que el Club, su prensa, sus intervenciones, contribuyeron a crear en la Argentina” (Pavón, 2012).

            La experiencia alfonsinista terminaría abruptamente, luego de un proceso de desestabilización política y económica que daría por tierra las propuestas de cambio que se elaboraban desde el campo intelectual. El ascenso del menemismo establecería de manera abrupta e inesperada una reformulación del rol del Estado, sin dejar de hacer uso de la apelación populista en el discurso logrando de esta forma la construcción de un conglomerado social amplio y heterogéneo que favorecía a la clase alta y media alta sin perder el apoyo del sector históricamente “leal” al peronismo[i]


[i]“Esta flagrante contradicción o, por lo menos, falta de correspondencia entre necesidades materiales inmediatas, reivindicaciones específicas, identidad político-cultural y formas de representación que los sectores populares pusieron en evidencia con su voto de convalidación al plan de reformas neoliberales, produjo un sinnúmero de interrogantes de todo tipo y la formulación de diversas hipótesis interpretativas sobre la naturaleza dual, ambigua y contradictoria de los esquemas de representación y legitimación política de las democracias actuales “realmente existentes”. (Pucciarellli, 2011)