DEBATE: Occidente y el ébola

Publicado el 16 octubre 2014 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

En Diciembre de 2013 se originó en Guinea el brote de ébola que en la actualidad copa las portadas de todos los periódicos y abre todos los telediarios. Desde Guinea, la epidemia se extendió con facilidad a Liberia, Sierra Leona, Senegal y Nigeria, pero los medios de comunicación lo consideraron una amenaza real cuando llegó a Occidente. En Agosto de 2014 murió en un hospital de Madrid el misionero español Miguel Pajares, quien sería el primer ciudadano europeo muerto por ébola. En Septiembre falleció un segundo misionero, también en Madrid. La repatriación de estas dos personas provocó un contagio en la enfermera española Teresa Romero, en el que fue el primer contagio de ébola en un país no africano. Por otro lado, en Estados Unidos también se han producido hasta tres casos de ébola y en Alemania ha muerto una persona.

Este brote de ébola es el más grave de los registrados, tanto en número de enfermos como de fallecidos. Con una tasa de mortalidad de cerca del 70%, el ébola se ha llevado la vida de unas 4.500 personas desde Diciembre de 2013 hasta Octubre de 2014. Según el Comité de Emergencias convocado por la Organización Mundial de la Salud, en esta crisis se han dado las condiciones necesarias para declarar una emergencia de salud pública de importancia internacional.

A continuación, cada participante aporta sus ideas sobre el tema que se está debatiendo: ‘El papel de Occidente en la crisis del ébola’. También se puede seguir el Debate a través de Twitter con la etiqueta #DebateEOM

Jesús Ángel Sánchez es profesor de Secundaria y fotógrafo

El hecho de que el ébola se haya convertido en los últimos días en tema de interés en el mundo occidental (protagonismo en los medios de comunicación, preocupación de los gobiernos, movilización de la industria farmacéutica…) es ya un síntoma. Los síntomas son señales de un problema. Ignorarlos es darle la espalda a la realidad. Recuerdo que Stefan Zweig escribía en los años 40 del siglo pasado, refiriéndose al mundo de ayer, la diferencia que podía observar entre dos procesos que en lugar de caminar a la par parecían evolucionar en sentidos opuestos: por un lado, el progreso tecnológico y científico; por el otro, el progreso moral de las sociedades avanzadas. Uno no dejaba de asombrarnos por sus continuos avances; el otro por su estancamiento o, incluso, retroceso. Adivinen cuál es cuál.

El tema del ébola emerge ahora como notición, como problema de índole mundial. ¿Por qué? Sabemos que esta enfermedad dejó ya su rastro de muertes en los años 70 del siglo pasado. Cuarenta años. Cuarentena vergonzante para la ética democrática del mundo desarrollado. Nadie reparó en aquello porque, ¿lo adivinan?, el problema era, no de otros, sino de los nadie: africanos. “Continente maldito”. El momento en el que todos los ojos del occidente civilizado se fijan, con gestos de terror más que de piedad, en esta enfermedad, tiene un punto de partida: cuando se repatría a occidentales infectados (recuérdese que si bien se repatrió a un misionero español, no se hizo lo mismo con una monja enfermera guineana porque no era española) y/o se infectan las primeras personas en suelo occidental. No nos ha preocupado ni la epidemia terrible y difícil de combatir de liberianos o guineanos o…, africanos; tampoco la de los voluntarios occidentales que de manera altruista acudían al epicentro del horror (viaje al corazón de las tinieblas conradiano) siempre que se quedaran en esos lugares olvidados de la mano de todos los dioses inventados y reales (los del dinero). Hemos empezado a movilizarnos cuando la enfermedad era una amenaza para nosotros. Vergüenza. Una democracia tiene sus valores y principios innegociables. Bauman señalaba que se puede medir la calidad de una democracia por la intensidad de cómo combate las desigualdades y ejerce, en nombre de la justicia (equidad), la protección de los más débiles. ¿Dónde están los principios morales del occidente civilizado? ¿Dónde su democracia (que siempre desea extender por el resto del planeta, eso sí, a base de guerras)?

Para abundar más en esta vergüenza, verdadero estigma repugnante, debemos constatar, una vez más, que la línea que separa la vida de la muerte, tiene un precio. Nos decían que la salud era un derecho, pero tiene un precio por lo que en puridad no es un derecho sino un privilegio. Todo aquello que lleva aparejado un precio es privilegio, pues no hay forma alguna de asegurar la equidad. Porque una mercancía no es un derecho. ¿La prueba? Las industrias farmacéuticas que ahora están trabajando de manera intensa para conseguir vacunas y medicamentos han tenido 40 años para lograrlo. No lo hicieron. Al fin y la cabo el precio de ese trabajo era excesivamente elevado y, como es lógico, imposible garantizar beneficio económico alguno si el mercado era África. Si el SIDA se hubiera quedado en ese continente o en otros lugares de igual olvido y no hubiera llamado a las puertas del cielo hollywodiense aún no habría productos farmacéuticos apropiados. Cuando la vida es una mercancía, el mundo de hoy, que no el de ayer, se hunde en la miseria moral sin justificación alguna, sin coartadas.

Fernando Arancón es graduado en Relaciones Internacionales, estudiante del Máster en Inteligencia Económica y colaborador de elordenmundial.com

Uno de los poderes o ventajas que posee el Norte global es el de tener enorme influencia en la elaboración de la agenda política de riesgos y amenazas mundiales. Los conflictos que amenazan al mundo son, los que en mayor o menor medida, amenazan a las poblaciones o intereses de los estados del Norte; los peligros medioambientales siguen la misma pauta, al igual que otras cuestiones como el terrorismo o las dificultades de índole económica. Por supuesto, la agenda global sanitaria no es una excepción.

En el Norte nadie muere de hambre, diarrea, malaria o SIDA. Sin embargo, estas enfermedades generan anualmente millones de muertos en el Sur global, donde África se lleva sin duda la peor parte. Un agujero negro de vidas que se ha instalado en el continente y del que es difícil librarse, porque no se puede, o más bien, porque no interesa. El ébola es el último ejemplo de este tipo de razonamiento. Con las enfermedades antes relatadas, salvo el SIDA, que afortunadamente ya tiene tratamiento, el resto son perfectamente curables. El ébola no. Seas liberiano, estadounidense o español, las posibilidades de morir como consecuencia de esta enfermedad son bastante similares, por muy distintos, cualitativamente hablando, que sean los sistemas sanitarios que le traten a uno. Esto irremediablemente genera una situación de desprotección, de desnudez sanitaria. Enfermedades que se creían lejanas llegan aquí y matan en la misma proporción. Ahora sí, los problemas de África tienen repercusión, pero no porque sean graves en dicho continente, sino porque la amenaza ya se cierne sobre el Norte.