Revista Opinión

¿Debe supeditarse la política a la economía?

Publicado el 07 marzo 2013 por Vigilis @vigilis
En nuestra vida diaria tomamos docenas de decisiones ineficientes desde el punto de vista económico. Por muchas razones: invertimos en recuerdos futuros, queremos disfrutar de momentos actuales inmediatos, carecemos de información para tomar decisiones correctas, valoramos mucho el tiempo empleado en informarnos y comparar productos y servicios, etc. Todos lo hacemos. La pregunta es: ¿deben los gobiernos actuar igual?
Hay gente como Susan George que piensa que sí. En general, la izquierda política cree que la economía es un instrumento de los Gobiernos para hacer cosas, sólo para eso. No piensan en las implicaciones morales de la acción de gobierno ni en que cuando se gobierna existe un compromiso con los que vienen detrás. También están quienes creen que la economía ha de ser dominada por el Estado para «arreglar» la sociedad, lo que no les gusta o lo que no entienden.

¿Debe supeditarse la política a la economía?

Se va a acabar la tontería.

Como todos los venenos, se trata de una cuestión de dosis.
El poder del Estado para recaudar, contraer deudas (que avalamos todos) y gastar, es enorme. Desde luego que a falta de un orden anarcocapitalista en el mundo, el Estado tiene que gastar pasta. El problema está en que los Estados no crean riqueza: no saben hacerlo y cuando lo intentan, lo hacen peor que los agentes privados (empresas, peatones). A mi me gusta el ejemplo de la NASA rogando al sector privado que se implique en el programa espacial), pero hay otros más: hay algunos premios del Banco de Suecia que dedican sus carreras a explicar por qué el Estado no sabe crear riqueza. El Estado no tiene minas de diamantes, bien, entonces recauda y se endeuda.
Recaudar no supone un gran problema desde el momento en que la gente entiende que pagar impuestos es como pagar el precio de unos servicios. El caso es que el Estado no siempre proporciona estos servicios en igualdad de condiciones para todos. E incluso desde el punto de vista del contribuyente, las personas pueden ver cómo el Estado dedica más recursos a otras personas. No pongo el ejemplo de la gente que está en el arroyo. Me refiero a gente en situación similar que recibe un trato diferente a sus congéneres. Un ejemplo a mano: pensiones de jubilación. No me explico cómo las pensiones públicas en Galicia son muchísimo más bajas que en Navarra (incluso descontando la diferencia del coste de la vida).
Tema parecido es el del endeudamiento. Entiendo que el Estado se deba endeudar para afrontar gastos para los que no dispone de liquidez. No va a subir los impuestos de forma temporal, como en los tiempos medievales, para afrontar un gasto extraordinario. Así, en un ejercicio o en cinco ejercicios, el Estado incurre en déficit. Desde el punto de vista contable-gremlin, esto no tiene por qué ser malo: un Estado puede quebrar, pero es difícil, gracias a su cuenta de fondos propios. El problema —y es un problema muy gordo— es que una vez afrontado el gasto extraordinario, una vez negociado un crédito a décadas vista, el Estado no procura generar superávit («generar» no es la palabra, el Estado no genera nada, o genera más bien poco y de carambola) o hacer lo posible para pagar el préstamo cuanto antes. Normalmente, los intereses de las deudas contraídas, pasan a ser un gasto más del Estado, como las balas de los cañones o la comidita de Su Majestad.

¿Debe supeditarse la política a la economía?

Creo que los clics bebiendo vino están prohibidos. Por nuestro bien.

Esta es la peor situación posible para quienes vienen detrás. Tienen que hacer frente a los intereses de un préstamo que no han aprobado o del que no se benefician. Alguno me dirá: en el caso de no haber contraído esa deuda, la situación de partida para la siguiente generación podría ser peor, así que en cierto modo sí se benefician (herencia recibida positiva). Ok. El problemazo es que nadie garantiza que ese gasto no fuera para elevar el ego de algún politicucho mediocre o para que el cacique local ganara unas elecciones reñidas. Contra esta trampa no hay solución (bueno, sí la hay: que no haya un gobierno representativo, pero sin gobierno representativo suele haber todavía más corrupción y abuso de poder, luego la situación sería peor).
Hay quienes, ejerciendo un notable ejercicio de buena fe, dicen que con controles, auditoría de cuentas y demás, estos casos se minimizan. Yo mismo pienso que esto es posible en muchas ocasiones, pero no hay garantía del 100%. Y como no está garantizado que el dinero, que no pertenece al Estado pues surge del esfuerzo de la masa y del valor añadido que producen millones de intercambios, esté bien gastado, es lícito defender una posición moral de rechazo del incremento del poder del Estado.
¿Debe supeditarse la política a la economía?
Al rechazar moralmente que el Estado aumente su poder, se necesitan instrumentos para domeñarlo. Uno que está muy de moda es la disciplina económica: supeditar la acción de gobierno al arreglo contable de las cuentas públicas. Hay otros instrumentos a mayores: una mayor transparencia, una mayor participación y representatividad, que la gente se entere de qué diablos pasa, etc. Lamentablemente, la gente no está por la labor de enterarse y quienes están por la labor, suelen ser los más hooligans de la política y esos, suelen coincidir con las posiciones más extremas, con lo que esa transparencia y representatividad son un arma de doble filo. Por lo que volvemos a la casilla de salida: postular el rigor contable de las cuentas públicas.
Problema de interpretación
Cuando se habla de rigor presupuestario, los enemigos de todo lo que es bueno y bello, enseguida dicen que existe una conspiración mundial para poner a los Estados al servicio de un orden económico malvado relacionado con extraterrestres o algo así. Nada más lejos de la realidad: si se habla de supeditar la acción de gobierno a la disciplina contable, se habla de dejar la mejor situación posible para los que vienen detrás y se habla de no dejar a la gente tirada en la calle. Y no vale todo: derivar un servicio público a la empresa donde trabaja un ex-consejero de sanidad, es una guarrada, seas hippie o liberal, aquí y en Lima. Y desde luego que dentro del paquete de medidas que un prusiano puede tomar para corregir el déficit, es muy discutible que la medida número uno deba ser aplastar a los pepitos a impuestos.
La medida número uno sería recortar gasto de lujos. Al menos eso creo yo. El recorte de gasto debe obedecer a las prioridades del gobierno de turno. Y ahí sí entra la política en juego. Es decir, supeditar la acción de gobierno a la disciplina contable, no deja a un lado la política: abre un campo diferente de la política. La cosa ya no sería tanto pensar en qué gastar, sino pensar en qué recortar. Y no hay un único modo de recortar.
República mundial de pueblos socialistas:


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