Los urogallos, como todos los galliformes salvajes, tienen una pechuga magra pero con la cantidad justa de grasa para darle un un sabor inigualable. Esta especie, antes abundante y ahora cada vez más escasa, se ha convertido en el reclamo perfecto para atraer a buenos gourmets dispuestos a pagar lo que haga falta por saborear esa esquisitez. ¿Deberíamos plantearnos permitir su caza y su venta? ¿Por qué no aprovechar los últimos urogallos cantábricos para revitalizar la maltrecha economía rural en vez de dejar que se extingan sin beneficiar a nadie?
La hostelería se vería beneficiada al incluir el urogallo en su carta, el turismo rural incrementaría sus ingresos y los cazadores locales conseguirían unos euros extra para contribuir a la maltrecha economía familiar. Las corporaciones locales y el Gobierno autonómico, a través de sus consejerías de Medio Rural, Turismo y Medio Ambiente, anunciarán públicamente su apoyo a la Fiesta del Urogallo, en la que se subastará públicamente el primer primer urogallo cantábrico cazado en la temporada. Con un poco de suerte, en menos de cinco años, cuando se cace el último, se invitará a personajes relevantes de IBEX 35 que no dudarán en subir sus pujas hasta cifras nunca vistas en una subasta de este tipo. Un acontencimiento que sin duda acaparará portadas de periódicos y cabeceras de informátivos y situará al Paraíso Natural en el lugar que merece, por su respeto a las tradiciones ancestrales y la puesta en valor de la fauna autóctona.La extinción del urogallo podría servir de acicate para revitalizar los proyectos de reintroducción que actualmente están en marcha, con la apartura de un nuevo centro de cría en cautividad en León, en el que ya se han gastado 435.000 euros públicos. Que estos proyectos de reintroducción hayan sido desaconsejados por los expertos en la especie, entre otras cosas porque han fracasado en todos los lugares donde se han empleado, no debe ser un obstáculo para no seguir insistiendo, ya que un centro de este estilo también servirá para revitalizar la economía rural una vez extinguidos los últimos urogallos salvajes.
Si has llegado hasta aquí, te propongo un juego. Piensa en un bosque en el que uno de los últimos urogallos cantábricos está emitiendo su inconfundible canto. Ahora cierra los ojos y piensa en un río que corre por ese bosque y va saltando montaña abajo hasta llegar a un valle. Allí abajo, en ese valle, hay una fiesta al lado del río a la que han acudido cientos de personas y muchas autoridades. Alguien llega con un cesto que contiene el preciado trofeo y empieza la subasta, 1000, 2000, 3000....hasta que se alcanza el precio de 13.200 euros. Cuando se enseña el cesto a la audicencia que hace poco jaleaba a los postores para que subieran sus pujas, ahí no hay ningún urogallo, solo un pez, un salmón plateado que fue pescado hace unas pocas horas.
Las capturas de salmón han descendido alarmantemente en los últimos años. El 2021 se pescaron poco más de 600 salmones en toda la península ibérica, cuando hace 40 años se pescaron más de 8000. Estas cifras por si mismas son lo suficientemente explícitas para declarar al Salmón atlántico en peligro de extinción. Pero no solo no se protege sino que la administración sigue apostando por su pesca y no solo eso, sino que son varios los colectivos, tanto de pescadores como hosteleros e incluso partidos políticos, que piden que los salmones pescados "deportivamente" puedan ser vendidos a los restaurantes para revitalizar la economía local.
Hoy mismo, el Diario Montañes, en su sección de gastronomía, se preguntan por una posible modificación de la ley que prohibe vender salmones, y sobre las "ventajas que podría conllevar su comercialización y posibilidad de degustar en los restaurantes de cada zona fluvial". También glosa el autor las virtudes gastrónómicas del salmón salvaje, mientras recuerda con melancolía aquella época no tan lejana en la que "en los restaurantes más acreditados de las riberas en sus cartas brillaban con luz propia las recetas del salmón como una especialidad de la casa".
La propuesta de vender los pocos salmones que quedan en nuestros ríos no es nueva, de hecho todos los años, algunos colectivos de pescadores proponen que se derogue la prohibición de la venta de salmones, algo que aplauden los hosterleros de la zona. El argumento es el habitual en estos casos: revitalizar la economía rural, promocionar el turismo y, como no, que lo que pesca cada uno es suyo y puede hacer con ello lo que quiera. Y por supuesto, no faltan los políticos que ven en estas propuestas una buena manera de pescar votos en río revuelto, y anuncian que si llegan al poder modificarán la ley de pesca para permitir la venta del salmón como "patrimonio gastronómico", porque de hecho, la prohibición de la misma es una "antigualla socialcomunista".
Mal negocio hará la hostelería tratando de vender salmones, principalmente porque poco falta para que no queden salmones para vender en nuestros ríos, algo que será única y exclusivamente responsabilidad de una administración negligente que sigue mirando hacia otro lado sin escuchar a científicos y expertos, e incluso a muchos pescadores que llevan tiempo pidiendo una moratoria en las capturas. Baste como ejemplo que en las dos semanas que lleva abierta la temporada de pesca, tan solo se han matado 7 salmones (4 en el Cares, 1 en el Sella, 1 en el Narcea y 1 en el Esva).
Por cierto, si a alguien le parece disparatada la historia sobre la venta de urogallos a los restaurantes, quizás le sorprenda saber que hace menos de 5 años, el partido político Foro Asturias propuso en el parlamento asturiano que se pudieran volver a cazar urogallos "para garantizar su cuidado y estimular su protección".